ANTE LA AUSENCIA DE NARCISO, PENSÉ Y LLORÉ.
A veces, tan solo a veces, la vida de una persona cambia drásticamente y no se puede alcanzar a percibir cuán grande ha sido el giro. Muchos de esos cambios son imperceptibles para quien los sufre o para los demás.
No sé por qué nadie llegó a percibir mis cambios. Será porque no tenía a nadie, mi familia estaba lejos y solo querían olvidarme; al momento de mi viaje a esta ciudad, rogaban al cielo para que desapareciera de sus vidas; después de tanto sufrimiento que les había causado, desaparecer era lo mínimo que pude hacer para empezar a redimir mis faltas.
Tampoco tenía amigos, hace un par de meses que vivo deambulando de parque en parque, pero no hay nadie que me intrigue como para pretender iniciar una conversación. ¡Parecen zombis!.
Aunque esto no es del todo cierto, hace un par de días, el domingo en la tarde, cuando la ciudad se deprime por la caída del sol y el advenimiento de una semana más, como si la vida fuera gratis, yo estaba intentando concentrarme en el reflejo que los destellos de vida proveen hasta el lago surgidos desde el sol, pero al otro lado del puente que cruzaba exactamente al lago por la mitad, había un par de niñas lesionando la tranquilidad del agua con su continuo lanzamiento de piedras, sin contar la algarabía que no me permitía escuchar ni mis pensamientos. Eso me estremecía de tal manera que decidí irme a recorrer las montañas que circundan esta bella ciudad, para calmar mi agobio.
En ese momento, cuando estaba dando la vuelta, un leve momento de calma se sintió en el lago, las niñas del otro lado estaban concentradas buscando nuevas piedras y no había nadie más en el parque. Sentí como si ese instante fuera solo entre el lago y yo, pero no iba a dar marcha atrás, iba a las montañas; aunque un leve destello sobre el agua atrapó mi curiosidad, al parecer alguien que no había visto en el parque se acercó al lago, pero solo podía ver un reflejo, algo borroso que desapareció cuando las niñas retomaron su inquieta actividad.
La imagen causó un impacto en mí, aunque no pude ver con claridad a la persona, algo en mí me decía que era a quien estaba esperando, algo me decía que debía ir tras ella, pero no iba a dar marcha atrás; iba a las montañas y un reflejo en el lago, acompañado de un fulgor especial no me iba a detener, soy demasiado psicorrígido para cambiar de planes a último momento, no soy de impulsos.
Al llegar el amanecer del lunes, aún seguía caminando hacia las montañas, faltaba poco, y tras horas de caminar por la ciudad, aún no podía entender por qué mi curiosidad me enfocó en esa imagen, igual no vi nada característico en la persona, aunque me pregunto si fue ese fulgor, ese leve destello de luz, lo que me cautivó durante un instante.
Cerca del mediodía, ya en la montaña me dediqué a buscar un lugar en lo alto desde donde se viera toda la ciudad, y aunque estaba más cerca del techo de polución que la sobrevolaba, estaba alejado de todo disturbio, el ruido y la algarabía, las envidias, los rencores y las amarguras con las que día a día carga la gente, ¡como si la vida fuera gratis!... Estaba lejos, muy lejos.
Hoy se han cumplido tres días y dos noches, es miércoles y la tarde languidece de soberbia, el sol se ha cansado ya de subir hora tras hora por el infinito, dejando ver su inefable prepotencia, para llegar a acariciar suavemente, como si fuera un susurro, tan solo un suspiro transformado en luz, a su luna, a nuestra luna. En las montañas se logra percibir cuan necesaria es la luz en la vida, sin luz ni el día ni la noche, ni la vida ni la muerte, todo en perfecto equilibrio gracias a ella. Luz inconmensurable de la vida, que has sido opacada y oprimida por el hombre y su eterna oscuridad, luz inalcanzable e intocable que provees de sinceridad al universo; hace tanto que han quemado sus alas tan solo por alcanzarte, tan solo por demostrarte… ¡Cuan valiosa eres en la montaña!.
Al encontrarme cara a cara con la tercera noche en la montaña recuerdo el reflejo del lago y la impaciencia se apodera de mí, ese sentimiento que no recordaba, que había dejado atrás, me atormenta. Tengo que volver, tengo que ir al lago y esperar, recostado junto a la baranda del puente con la vista en el agua, aguardando su reflejo.
Como nunca antes lo he hecho, corro hacia el lago, que impaciencia, es como si hubiera olvidado una parte de mi ser en ese lago, como si ese destello del domingo sobre el agua se hubiera robado una parte de mi alma, tengo que llegar aunque me falten arrestos.
He llegado, sigue siendo miércoles, que rápido he corrido.
Como me lo propuse, aquí estoy, recostado junto a la baranda del puente con la vista en el agua, aguardando a ese insolente sol que me regale una vez más un instante de ese reflejo en el agua.
Ya casi son las cinco de la mañana, el sol está por salir y mi impaciencia se confunde con un dejo de ansiedad y posible frustración, sé que es imposible que vea ese reflejo con ese destello justo hoy y justo ahora; creo que tendré que esperar mucho, si es que la impaciencia y la ansiedad no acaban conmigo.
Ahí está!!!
El sol tras las montañas que dejé hace tan solo unas horas, ya está despertando; veo el primer destello de luz sobre el agua del lago, si, es ese mismo resplandor, pero… y el reflejo, ¿dónde está?. Mi desesperación no da más, tengo que encontrarlo.
Lo único que me queda es buscarlo yo mismo, tengo que saltar.
He decidido subirme en la baranda del puente y arrojarme en busca del reflejo.
Valla, que sorpresa!!!
Cuando voy cayendo al agua veo el reflejo y es mi cuerpo el que veo en él. Que tarde es. Llegó mi hora, que tarde me di cuenta. Lo único que queda es llorar.
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