SOBRE EL PUENTE
Llegué ayer al Puerto de Los Ángeles, desde donde nace y se expande, colina arriba, la ciudad de San Pedro; debe ser uno de los puertos más grandes del mundo. Desde la casa de mi hermana puedo ver los muelles de gran calado, las grúas ciclópeas, y las pilas multicolores de containers con productos que vienen principalmente del Asia, en cantidades que la experiencia tercermundista no ayuda a calcular. Pero lo más impresionante de la vista es el puente tendido sobre la porción de mar que une y separa a San Pedro de Long Beach. Siempre los puentes han ejercido sobre mí una especie de fascinación romántica: puentes de madera, puentes colgantes, puentes grandes, puentes viejos; todos. Todo puente es una voluntad de enlace, un mirador y hasta una posibilidad de suicidio. Me viene a la memoria lo que un Porchia frustrado e inspirado le escribió a alguien: "Se tienden puentes para salvar vacíos, pero no puedo tender un puente en el total vacío de tu total vacío." La Arquitectura, (a veces sucede), hace de este puente un poema con materias tan recias como el fierro y el concreto; su estilizada y curva silueta se enseñorea sobre grúas monstruosas, sobre cubiertas de cruceros y cargueros descomunales, sus mástiles, de apariencia sutil, apuntan al cielo y constituyen el punto de equilibrio estético y funcional de la mole; bien podrían haber sido tema de inspiración para aquel Dalí obsesionado por flacideces y apuntalamientos. Ignoro los secretos de su dinámica, si tiene un nombre, los datos de su ejecución y sus dimensiones, pero hoy fui feliz como un niño cuando discurrí sobre él, percibiendo el palpitar de la actividad portuaria, experimentando la sensación de una pequeña aventura.
Ahora que anochece y que la niebla lo engulló, me pregunto cómo será su final, si llegará el día en que una carga de dinamita sentencie su obsolescencia. Tal vez un terremoto, una guerra, o acaso el mar que nada perdona.
Me pregunto por ultimo ¿qué puente cruzaré para volver con ella?
Los Ángeles, Noviembre del 2002
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