Era difícil ver los pájaros, todas las alas habían sido cortadas y los nidos eran el único recuerdo que todavía quedaba volando. Las catedrales estaban solas, los feligreses creyeron que la falta de palomas era augurio que las promesas de un reino de paz se habían extinguido como el reflejo de una estrella que ha muerto hace miles de años.
-Hay que irnos de este lugar, está maldito- Le decía cada vez que le venía a la memoria el recuerdo de aquella tarde.
Cuando la vieron llegar, estaba pálida y llena de plumas rojas. Venía muda, pero en su respiración agitada se podía leer que lo que había ocurrido era augurio de lo que se esperaba.
-Hay que irnos de aquí, no hay que mirar atrás- Repetía, cuando le vino el habla y su mirada no se movía como a quien se le hubieran congelado los ojos.
Él no supo qué hacer, pero corrió, corrió hacia la catedral y miró que las aceras estaban ahogándose de sangre, y miró a las palomas quietas, queriendo levantarse en fallidos intentos, y a otras agarrar las alas con sus picos con la esperanza que se tiene cuando abrazamos a nuestros muertos y creemos que nos guiñaran el ojo.
Todo estaba perdido, la maldición cayo el día menos esperado y la luna se levantaba como una guillotina dispuesta a cortarles las esperanzas.
Cuando regresó, ella seguía estática, le habló pero no volvió su mirada porque creía que si no miraba atrás podría olvidar lo que sería su pesadilla de toda la vida. Así que camino delante de ella y ella le siguió sin decir nada, como una sonámbula que está enterrada en el mundo de los sueños.
Al salir de allí se dirigieron hacia delante, lo importante era no detener el paso y no mirar atrás. Ella pensaba que todo había acabado, pensaba en la blancura de aquellos días y en la catedral que un día la vería de blanco como una rosa intacta, con los pétalos frescos, así como llenos de rocío.
Él caminaba de prisa, pero de pronto al mirar sus pies, la sangre estaba ahí, subiendo por su cuerpo levemente hasta empaparle la respiración. Ella le miró tristemente y repitió:
-La sangre te ha tocado ¡Estás maldito! ¡Estás maldito! Hay que irnos de aquí, hay que irnos- hasta que sus gritos despertaron a su padre que sumamente drogado y encima de ella, miraba como la sangre los estaba empapando.
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