Me detengo al borde de nuestro abismo.
Fijo la vista en tu silueta sombría.
Caminas hacia mi regazo, sabiendo
que a menos de dos pasos
tu presencia se esfumara sin dejar rastro.

El frío y el viento del acantilado
golpean con fuerza mi pálido rostro.
Tus manos acariciando mi ausencia
se diluyen entre el ruido del parque.

Mi boca intentando besar tu sombra
yerra confundida en la oscuridad de tu cercanía
Tu cintura intenta plegarse a mi vientre,
descendiendo errática por los vaivenes de mi ausencia.

Tus cabellos rozan mis hombros entre la algarabía.
Yo continuo intentando abrazarte desde mi abismo.
El eco de mis palabras atiborran mis oídos.
Ahora ya no te escucho, bajo la vista, desespero.

Tus manos levantan mi rostro templado en tu respiración.
Me incorporo dándome cuenta que aún no te tengo,
que aún sigues allí, contemplativa, a más de mil pasos de mi cuerpo.

Me esfuerzo por gritar palabras que ya ni escucho.
Tu cara pareciera mostrar entendimiento.
El calor de tu cuerpo me hace volver la vista atrás.
Con asombro me doy cuenta que siempre estuviste a mi lado, pero con decepción pienso que las murallas,
ahora insalvables, siguen donde mismo, petrificadas.

Todo sigue igual, mi cuerpo preparado a volver a la cima, al mismo lugar, a la misma desperación, a ese abismo que me recuerda que sigues mirandome, ahora desde un inhóspito vacío.