Se conmovía al contar su triste historia;
un mal recuerdo que no podía quitar de su memoria.

El de su amigo, que un tiempo,
quien sabe si con mala intención o por simple falta de atención,
le arruinó su tan hermosa amistad,
con una chica muy preciosa de verdad.

Él, que astuto lo era más que el diablo,
aunque su cara lo mostraba como un santo,
aprovechando de unos días de ausencia forzada
del pobre desdichado que a veces enfermaba,
como amigo se presentaba, pero como tal no se portaba,
y la incauta dama que sola se encontraba,
de este infame, ingenuamente, se enamoraba,
y a la vuelta del ignaro ausente,
todo había cambiado irreversiblemente.

Triste el destino caído sobre nuestro buen amigo,
que justo cuando decidido estaba,
a declararse a la secretamente amada,
ella ya, con el otro se abrazaba.
Y sus buenos sentimientos,
como un fuego por el viento,
se le apagaron en un momento.

Igual le daba, si fue peor el haber perdido el amor del que tanto esperaba,
o bien haber sido engañado por el amigo que ya detestaba.
La vida tenía que arreglar,
y del maldito lío se tenía que sacar,
y como él era un hombre inteligente,
lo ocurrido lo tomó como un accidente.
Uno como tantos, que sirven de vez en cuando,
para crecer, aprender, y el carácter fortalecer.

Una vida nueva ya comenzaba,
y quizás el destino, del que tanto se quejaba, tan mal no le trataba,
ya que mostrándole la pura verdad
sobre la que se reveló una falsa amistad,
supo elegir, con gran capacidad,
muy buenos amigos en quien confiar.