Hoy cumplieron sesenta y cinco años de matrimonio. Ella ni se inmutó y él tampoco. La razón es simple, ella padece Alzheimer, él, lúcido como ninguno, ya no sabe si reír o llorar, enfrentado a este designio que le arrebató a su mujer, dejándosela convertida en una muñeca inerte. Pese a todo, él la ama con sublime dulzura- acaso ame los recuerdos que ella le invoca-, el cariño se manifiesta en arrumacos como los que se le hacen a los niños, con vocecitas de falsete y caricias inocentes. Ella ríe, pareciera comprenderlo todo, más, al poco rato está derramando lágrimas, con ese llanto lábil, que no es producto de una pena profunda o una emoción rotunda. Así lo dice el médico, los estudios así lo afirman, vaya uno a saber por que asoman esas lágrimas en su rostro surcado de arrugas. Uno, lego en la materia, sólo entiende que el que llora, lo hace porque sufre y porque tiene una pena atravesada en el corazón.
Llegaron los familiares con los saludos, la fanfarria y los abrazos y besos de rigor. A ella, no se le mueve un pelo, para él, esto es sólo una farsa, algo que en realidad no está sucediendo. Acata, porque es de buenas costumbres aceptarlo, pero, en su intimidad, quisiera tomar a su viejita e irse al fondo de su pieza a llorar sin reparo alguno. A lamentarse por esos años que se perdieron en la niebla del pasado, por las risas fundamentales y la ternura de aquellos que fueron alguna vez un par de corazones gozosos.
Sesenta y cinco años para un aniversario mentiroso. Hace cinco lustros que ella comenzó a alejarse paulatinamente de su vida y hoy, más distante y más cercana que nunca, no puede sumarse a este festejo, que es sólo una anécdota numérica. Él la continúa amando, con una fidelidad porfiada, tenaz, imposible, ama lo que ella fue y la ama aún por ser una especie de animita viviente, que camina a su lado sin saber hacia donde dirigirse, pero que no lo abandona por nada ni por nadie.
Algún día, uno de los dos, o los dos al mismo tiempo, abandonarán este infortunado trance y marcharan hasta distancias infinitesimales. Allá, es posible que ella recobre la memoria, recobre los latidos de su corazón y se reencuentre con ese hombre que la amó en demasía. Entonces, y sólo entonces, celebrarán como es debido, y cantarán y danzarán y sus manos enlazadas les conducirán al beso. Al del renacimiento. Entonces, y sólo entonces, celebrarán como Dios manda…
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