...La niña corrió a la escena, ondeando las hermosas trenzas y el vestido de terciopelo claro. Encontró a la anciana desplomada boca arriba, con los ojos y la boca abierta, y sujetaba ferozmente el sobre en sus dedos. La niña, sin entender nada, trató de apoderarse del sobre y fue en vano, era como si los dedos de la anciana estuvieran cosidos a ello. Sin embargo, trató de hacer un segundo intento, pero en ese momento escuchó que la puerta del jardín se abría. Rápidamente corrió a donde había abandonado sus muñecas y al ver la figura siniestra de su tía que la veía con un gesto de sorpresa, exclamó: “Se murió al ver ese sobre”. La tía se posó a laos pies del cuerpo inerte y de un jalón descomunal arrebató el sobre de los lánguidos dedos de la anciana. Leyó el remitente. Frunció el ceño, se encogió en hombros, desgarró el sobre y empezó a leer para sí. Luego, con un aire tranquilo, dijo: “Al fin apareció”. Pero inmediatamente cambió a un tono desafiante: “Nadie me quita a la niña”. Y sin decir más, se introdujo a la casa. La pequeña la siguió con los ojos y no tuvo que pensarlo dos veces. Espió a la tía por una reducida ventana, vio que escondía el sobre por encima de un viejo repostero.

La niña se introdujo en la casa, se dirigió al lugar que había espiado y sin ser vista, y ayudándose de una silla, logró coger el sobre. Se lo llevó a su pequeño cuartito, se aventó a su camita y la gracia de sus once años la impulsaron a leer: “Querida hermana: Seguramente estas muy sorprendida. Por fin ha llegado el momento de regresar. No tengo más palabra que escribir, porque cuando esta carta llegue a tus manos, yo estaré en camino a tu casa. Seguramente llegaré de noche. Gracias por todo y estoy feliz y ansiosa de charlar contigo. Susan”. Dos efluvios tristes corrían de los ojos de la niña. Había oído el nombre de su madre pocas veces, pero esas pocas veces bastaron para amarla. Entendía que su madre la había abandonado, pero lo entendía porque no había otra forma de salvarla. Lloraba como nunca antes había llorado: “Mi tía esta loca ¡Loca!”, se decía. “Pero por fin a regresado mi madre”…

Claramente el sufrimiento es parte de la vida… En la noche, cuando se oyeron pasos a las afueras, la tía esperaba detrás de la puerta con el dolor ceniciento de una princesa olvidada y escondiendo por la espalda, aferrado a los dedos, un puñal purificador de espíritu.

Fin.