Mientras más lo pienso, me cohíben circunstancias en las que examino con la naturalidad del caso, si mi hoy, no es sólo el momento que dibuje años atrás, en rincones que trataba de llenar, a veces, con impaciencia, muchas otras veces, con nostalgia, con deseos reprimidos, con ideas inconclusas, con dudas, tantas dudas, que me frenaban tomar decisiones.
La oscuridad lo envolvía todo y los detalles se encargaban de darle sentido a los pensamientos, a los deseos, esos que muchas otras veces, enloquecían la razón y se agolpaban, sin poder frenarlos, tal vez, sin querer hacerlo y definitivamente, ellos modelaban el terreno incierto de cada situación.
Distintos rostros se perfilaban y rozaban la brisa que se transformaba en figuras que transitaron a mi lado, que formaron parte de las vivencias que me enseñaron que los pequeños actos componen la armonía de nuestra vida.
Muchas veces, a solas, la tristeza, inigualable compañera, se encargaba de doblegar el ánimo, la empatía y la alegría y me abrazaban intensamente hasta hacerme levitar junto a ellas y sentirlas mías, desesperadamente acogedoras, y mente y cuerpo se disolvían en la estrategia del dolor. Sólo las sombras adornaban la voz.
Entonces, una hoja de papel, una que otra palabra, solucionaban el caos de mi mente. Desplegando el espíritu en cada frase, se desvanecían las sombras y nuevamente, allí estaba yo, resurgiendo entre lo inexplicable, entre miles de dudas y la intensa soledad. Resistiendo mi autoestima pisoteada, extinguiendo las culpas. Una lágrima, un bostezo y sobre el espejo, la imagen que había desaparecido horas antes.
El reencuentro con el sonido de mis latidos, eyectando con fuerza la sangre hacia mi ser, oxigenando todo, personalizaban un nuevo estado, que lleno de energía, eximía el dolor de ese minuto, del deterioro inconsciente que enmudece la vanidad y la culpa y se transmuta en melodía que inunda el espíritu, y fortalece el perdón.
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