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Inicio / Cuenteros Locales / snooptwo / Una Historia de Héroes: Ep. 5

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Máquina.


La granja de los Akagua estaba situada en uno de los montes más lejanos de Aramis. Se llegaba pasando por un estrecho bosque de coloridos robles y después atravesando un valle de hierba brillante y elástica.
En ese tramo, el camino se bifurcaba. Una señalización de madera anunciaba que el camino de la derecha llevaba a los Montes Verdes, en donde estaba asentada la granja de los Akagua y muchos otros campos, y el camino de la izquierda conducía hacia las viejas minas, el Bosque Solitario y la Colina de la Máquina.

Las minas hacía tiempo que habían sido abandonadas, no había ya nada que sacar de ellas y se habían infestado de murciélagos. Los pocos que todavía frecuentaban esas zonas lo hacían para obtener algo de paja y algunas rocas resistentes, pero no había mucho más que conseguir.

El Bosque Solitario era largo, angosto y muy oscuro. Llevaba a los Caminos del Sur y, antaño, muchas diligencias pasaban por allí, porque el camino era recto y servía como atajo. Sin embargo, durante los últimos años el Bosque Solitario y sus caminos dejaron de ser transitables debido a su creciente oscuridad.
Y si se seguía el camino de los campos labrados, se llegaba a la Colina de la Máquina.
Tom caminaba por el valle, contemplando los molinos y los maíces, y estaba por tomar la ruta hacia su casa cuando vio que se acercaba un hombre. Lo distinguió casi al instante porque no había otro como él en todo Aramis. Era un sujeto de estómago redondo e inflado, piernas y brazos largos y delgados, y una cabeza calva, redonda, de grandes mejillas. Bajo su nariz crecía un abundante bigote de color avellana y usaba unos pequeños lentes negros que no permitían ver sus ojos:

- ¡Ah, Tomás!- dijo el hombre, sonriente- ¡Te vi venir!
- ¡Lux’don!- sonrió Tom- ¿Cómo anda?
El hombre se acercó y cuando estuvo junto a Tom le estrechó la mano. Lux siempre vestía su chaqueta sucia, manchada de grasa negruzca, y sus pantalones igualmente gastados. Casi siempre llevaba guantes pero esta vez iba con las manos descubiertas. Olía tanto a grasa como a tabaco, y sus dientes amarillentos delataban que eran un fumador compulsivo. De hecho, a Tom le sorprendía que no tuviera un cigarrillo en la boca.

Lux era un buen hombre y todos en Aramis lo querían. Tenía buen carácter y casi siempre estaba alegre, aunque era un solitario. Estaba medio sordo, lo cual era bastante molesto. Frecuentaba el bar de Shem y a veces bebía demasiado, pero era un borrachín simpático. Lux, que carecía de apellido, era el encargado de la máquina:

- ¡Me alegro de haberte encontrado!- dijo, levantando la voz para escucharse a sí mismo- ¡Necesito que me hagas un mandado!

A Tom le causaba gracia hablar con Lux porque siempre gritaba y no se daba cuenta de eso. El maquinista era muy amigo del padre de Tom, y el muchacho lo conocía desde que tenía uso de razón:
- ¿Qué pasa?- preguntó Tom.
- ¿He?
- ¡Que qué pasa!- volvió a preguntar el muchacho, con una sonrisa en la cara.
- ¡Ah!, ¡si!, ¡necesito un favor!, ¡ven!
- ¿A dónde?
- A mi casa, tengo un paquete para tu padre. Se lo tenía que llevar ayer, pero no tuve tiempo. ¡Ven, ven!
El hombre hizo unas señas rápidas con la mano. Tom iba a decirle que no tenía tiempo, pero Lux ya se estaba dirigiendo a la Colina de la Máquina.
(No queda tan lejos, puedo darme un segundo) pensó Tom, y lo siguió.



Cruzaron un pequeño valle a los lados del cuál crecían los fructíferos campos del señor Púan. Unas cuantas vacas adormecidas miraban a los dos viajantes y después volvían a pastar. Los molinos se elevaban como grandes torres y las cercas delimitaban caminos laberínticos.

Al final, después de subir una cuesta, llegaron a la casa de Lux.

Lo verdaderamente sorprendente en esa loma no era en sí la casa del hombre, que era un rancho común y corriente, sino la enorme máquina que estaba junto a ella.

Parecía, en cierto sentido, un enorme molino, sólo que no realizaba las mismas tareas. Tenía la forma de un cubo gigantesco, con engranajes saliendo aquí y allá. Varias tuercas enormes se enroscaban en unos tubos y desde una serie de aberturas salía humo oscuro.

Tenía, en su extremo más alto, cuatro paletas como de molino, que giraban con suave lentitud. Eran de un largo impresionante y de color blanco, aunque el tiempo las había tornado más bien amarillentas. La máquina toda producía un sonido chirriante y fastidioso.

En la parte frontal había una puerta que permitía entrar en las viseras del aparato y era allí donde Lux trabajaba. Siempre había algo que no funcionaba, siempre había algo de lo que ocuparse. Dentro del armatoste metálico, el ruido era insoportable, y era eso lo que había dejado medio sordo al pobre viejo.

Tom llegó al rancho de Lux casi sin prestarle atención al armatoste porque ya estaba acostumbrado a verlo. En realidad todos en Aramis lo conocían, había estado allí desde tiempos inmemorables, incluso antes de que se fundara el pueblo. Era una máquina milenaria dejada allí por los Ancestros.

A pesar de que estaba allí, tenía una extraña presencia, como si estuviera agregada a la fuerza y no perteneciera al mundo. Siempre desentonó con todo, y sus colores fueron siempre más apagados y oxidados que los del resto de las cosas.
Adentro de la casucha del hombre, el ruido insistía como un molesto zumbido. La casa era precaria, de solamente tres habitaciones, y estaba construida íntegramente en madera. Había allá una mesa, un estante, unos cajones y algunos diplomas colgando de la pared. Lux se había graduado de la escuela con honores y después su padre lo había educado para que pudiera cuidar de la máquina.
El hombre se dirigió a la mesa y tomó un paquete envuelto en tela:

- Acá- dijo, entregándoselo a Tom- Y esto también.
Metió la mano en su bolsillo y sacó un papel:
- Es un vale- le dijo- Por dos meses no me tienen que pagar. Tu padre hizo un buen trabajo con esos remaches, por no contar las herraduras de Poly. Ah, me hubiera gustado tener dinero para pagarle en el momento, pero…
Tom, confundido, se encogió de hombros:
- ¿Qué no todos en Aramis tienen que pagarte?, es decir… sin este aparato…
- Sí, sí, lo sé, sin la máquina, estas cositas no funcionarían- señaló una bombilla que colgaba del techo, pero que en ese momento estaba apagada- Por no contar algunas cocinas que hay en el Consejo que también usan la energía de la máquina. Pero muchos me piden crédito y, ¿qué voy a hacer?... No puedo ir casa por casa a cortarles los cables.
- Supongo que no.
- ¿He?
- ¡Que supongo que no!
- Ah, ah… no tienes por qué gritarme. Además, hay muchos que empezaron a creer que la máquina no tiene por qué ser mía, y quieren subastarla, aún cuando fue mi abuelo el que dedicó la vida a arreglarla. ¡Ah, tener la máquina es una ventaja, pero cómo cuesta mantenerla funcionando!, a veces creo que estoy ya muy viejo.
- Si no hubieras rechazado mi oferta…
- ¿Qué Roberta?
- ¡Oferta!, cuando quise trabajar acá una temporada.
- ¡Ah si!, bueno, quizás tenga que reconsiderar tu ayuda.
- Ahora no creo que pueda, estamos en temporada de cosecha en la granja. Hay mucho trabajo con las malas hierbas y además varias vacas dieron a luz. Voy a tener mucho trabajo.
- Claro, la Luna de la Primavera, me había olvidado. Entonces supongo que voy a poner un anuncio en la plaza- dijo Lux, cruzándose de brazos- O, simplemente, voy a dejar que se rompa. ¡Tiene como un millón de años, la desgraciada!, mi abuelo la puso en funcionamiento pero, ¿para qué?, la mayoría de las aldeas se las arregla bastante bien sin tener más luz que las velas y las lámparas de gas. Sinho, por ejemplo. ¡Allá hay hermosas lámparas de gas, construidas con plata, y talladas por artesanos!, ¡ah!, ¡qué lindo pueblo!
Tom sonrió:

- ¿Y por qué no te mudas a Sinho?
- No puedo, Tomás. Mi casa es acá. Aunque no me paguen, tengo que trabajar. Hay gente por la que vale la pena. Como tu padre. Es un buen hombre. No puedo dejarlo sin luz.
- Gracias.
- No hay de qué Tomás.
Los dos salieron. El viento era fresco y venía del norte. Los pinos cercanos se sacudían, y la máquina chirriaba. Tom se permitió un minuto para contemplar las enormes aspas que giraban. Hacía ochenta años que habían sido reactivadas pero, ¿Por cuánto tiempo habrían girado antes?, era imposible de calcularlo:

- A veces me pregunto de dónde salieron estas cosas- dijo.
- Las hicieron los Ancestros- contestó Lux, como si fuera lo más natural del mundo.
- Sí, supongo…
- Además esta chuchería es la razón por la que existe Aramis. Cuando se confirmó la Baronía del Fuego, el Principado le pidió al Clan Samson y al Clan Aramis, que por ese tiempo eran los más fuertes de la región, que establecieran una población alrededor de esta máquina. Para usar su fuerza, supongo, aunque ni sé de qué fuerza estaban hablando.

Tom meditó un segundo al respecto. Sabía que muchas poblaciones se habían establecido en diferentes regiones de Sorian para aprovechar el uso de las máquinas. El Clan Samson y el Aramis durante años fueron los más poderosos, al punto que, cuando fundaron la aldea, se declaró una guerra entre ambas familias. Los Samson se levantaron como los ganadores, y en honor a los derrotados, cambiaron el nombre de la aldea a Aramis. Esa era una historia muy antigua y había ciertas personas que no la creían, sobre todo desde que el Clan Aramis había desaparecido.
Sin embargo, Tom pensó un segundo en los Antiguos, de quienes solo quedaban esas máquinas como señales de que alguna vez existieron. Hubo un tiempo, tan remoto, tan oxidado por las edades, tan perdido y tan olvidado, en el que Sorian estuvo ocupado. ¿Por quienes?, imposible saberlo a menos que uno se acotara a las historias mitológicas que aparecían en los polvorientos libros de la Gran Biblioteca, en la Ciudad Capital:

- Los Antiguos…
- No eran muy inteligentes- meditó Lux- Estas porquerías se rompen con el menor descuido. Prefiero la magia.
- Yo también.
- ¿Que está bien?, ¡no!, ¿no me escuchaste?, te estoy diciendo que se rompe cada dos minutos. Bueno, quizás cuando era nueva no, pero ahora está oxidada como malas espadas.
Tom soltó una risotada:
- Me voy, Lux’don.
- ¡Dale las gracias a tu padre!, ¡dile que en cuanto pueda le pago las herraduras!
- Está bien.
Se despidió y bajó la loma corriendo. Escuchó el movimiento de las paletas de la legendaria máquina durante un largo trecho, en el que se dijo que había demasiados misterios en ese mundo, y que a algunos había que dejarlos tranquilos.

Texto agregado el 04-04-2010, y leído por 84 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
04-04-2010 Interesante. jonathanc
 
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