Estimado Jesús:
Si bien no soy de aquellos que frecuentan las iglesias ni rezan en la adversidad, te respeto, te respeto siempre. Y eso, porque te veo representado a cada instante en los seres despojados, en los que sufren y claman justicia. También, te me apareces en cada rostro, en la límpida mirada de un niño, en la risa desdentada de un anciano.
Debo confesarte algo, Señor, en pretéritos años, quise emularte, ser correcto, cordial, de una bondad ilimitada. Mi pretensión fue vana y vacía de contenido. Sólo regalé muchas cosas, que en realidad no me costaron nada, y recibí las gracias de esa gente bendecida. Pero todo aquello no bastó, porque no había dentro de mí ese don que a ti te permitió llegar a todos los corazones, ese mensaje inspirador por el que lograste ser admirado y seguido por una enorme masa de creyentes. La mía, era una pretensión sin destino, por lo que abdiqué al trono que me había autoimpuesto y te envidié, te envidié por tu perfección y creí ser entonces un ángel caído, con las alas chamuscadas por el menosprecio.
Nunca he leído la Biblia y presumo que jamás lo haré. Me confundo en esa maraña de nombres y situaciones apocalípticas, le temo a ese libro sagrado, no lo niego y he preferido acudir a tu obra y tu mensaje, siendo espectador de esas películas archiconocidas, con situaciones maqueteadas por la mano hollywodense. Sea como sea, siempre estoy cerca de tus pasos, contemplo esas imágenes dolorosas y me duele esa debacle física en que te sumes, rechazo tu martirio y quisiera estar allí, para calmar tu sed, para hacer más dulce tu agonía.
Algo me sucede en estos días de recogimiento. Algunos intentan parecer superiores y se burlan de la religiosidad de la gente, presumo que más bien intentan hacer notar la inconsecuencia de los que hoy prescinden de la carne y, sin embargo, mañana continuarán con sus vicios y acciones ilegales. Algo me sucede a mí, durante estos días y calló. Y respeto. Y sueño. Algo de ese Jesús abortado renace en mi alma, y amo con fervor, y mis anhelos son simples pero rotundos, quisiera que me perdonaran los que me dieron vuelta la espalda, quisiera poder sonreírle al que me ofendió. La paz inunda mi espíritu y respeto y hasta algo parecido a una oración pugna por salir de mis labios. Y vibro, y aguardo ilusionado que algo cambie definitivamente en esta sociedad tan mal parida.
Perdóname, Jesús y perdónalos a ellos. Casi todos, saben muy bien lo que hacen. Y no se arrepienten, lo que es peor…
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