Así con la enorme luz cegándolo lloraba; gemía entre la inmensa habla y los dedos cruzaba, pedía por él, por cortar desde muy adentro del cerebro los escasos momentos de narcótica lucidez… pero todo fue tan efímero, como el corto recorrido de sus huesos sobre la espalda dibujando lo poco que es, que podrá ser.
Y las horas se doblaban y las plegarias se envolvían y huían al encuentro de cientos de parajos lluvias que se escondían bajo su piel arrugada, olvidada, marchita; los parpados pesaban y quizás deambulaban entre el suave musgo que le cubría.
Pero lo ilógico amenaza y corre tras el envenenado delirio que palidece, que agoniza en medio de esto y aquello que partió, que se esfumo cobardemente entre calzones rotos y frases aun sin decir. Y aun así el demente se inmortaliza y balbucea triunfante que por algunos cuantos “siempre” permanecerá anclado a este mezquino presente.

“Aleluya aun los locos tienen algo por decir”