Ver como las lágrimas de mi niño caían en medio de su desolada tristeza, los meses que tuvo que soportar la tortura en silencio, que en su inocencia creía que era un deber que todo niño tenía que hacer, pues así se lo dijo él, su victimador. Apenas pudiendo hablar relataba su desgracia…
Mientras sus labios temblaban y su mirada que ausente recordaba cada detalle de dolor y angustia que debió pasar en tanto tiempo de humillación, y cansado de tanto dolor y culpabilidad, pues, mi niño se sentía culpable del dolor que le causaban. Muchas veces me quiso contar, pero el miedo a la reprimenda que creía que yo le iba a dar, incontables veces frenó su decisión y calló.
Ya entendía la causa de su falta de apetito, de su triste caminar, su negativa a ir a la iglesia, de su falta de afecto conmigo, simplemente le daba asco.
Le di un abrazo que más que sincero y de apoyo fue de perdón, un perdón que gritaba por mis lágrimas, por mi boca y por toda mi alma; ¡yo!, siendo su padre, no pude cuidarlo de su desgracia…y esto me perseguirá por toda mi vida, el no poder cuidar a mi hijo de ocho años.
¿Quien es? Le pregunté en voz baja, como secreto, pues ni su madre sabía y ni quería que supiera, esta noticia la mataría. El calló y empezó a llorar como nunca antes vi llorar a un niño, su dolor era más profundo que el mío, cuando perdí Natalia… mi única hija. Volví a preguntar, ya en forma de suplica, y él sin parar de llorar, abrazándome con toda su fuerza lo dijo en un murmuro: -papi fue el padre Damián-.
Pasmado con la respuesta, sin poder creer que esta clase de gente pudiera estar en nuestro pueblo, que un clérigo pudiera vejar así a un niño, cuya pureza no tenia comparación en este mundo infame, ¡mi hijo! Que aun creía en la luna de queso y que el mentir hacia que su nariz creciera. Su inocencia, ¡su inocencia!, fue quitada por un pederasta que llevaba la palabra de Dios y profesaba su fe; y por detrás, mostraba el monstruo que llevaba dentro de si, haciendo estragos en los seres que le creían un verdadero servidor de dios, que sentían profundo respeto y amor hacia él; y él, aprovechado todo eso, los violaba y amenazaba con el infierno al que lo delatara, pues, como le dijo el padre Damián a mi hijo: si traicionas a un servidor de Dios, lo traicionas a él.
Con pistola en mano, sin pensar más que darle un tiro al desgraciado, fui a su casa….
Continuara….
El mesiaz.
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