...El día que llegó la carta, la hermosa niña estaba jugando a las muñecas en el minúsculo jardín de la casa, acompañada de una anciana que cuidaba de ella las mañanas, mientras la tía salía a espantar unas cuantas monedas. Llevaba los cabellos alborotados, totalmente canos, estéticamente tétricos. El cartero apareció por detrás de la muralla de madera que cercaba la casa, llevaba un uniforme informal, una boina ploma que cubría en totalidad su rostro y una bicicleta de fieros oxidados que chirriaban a cada vuelta de las ruedas; metió la mano en el bolsón de cuero negro y extrajo un sobrecillo crema, misterioso, de bordes rojos y que seguramente confirmando el remitente y la dirección, lanzó el sobre con tal fuerza, que durante unos minutos estuvo planeando en el aire, la niña se percató de la escena, y la anciana que andaba de espaldas, se volvió a donde veía la niña y sin decir palabra alguna, se levantó de un salto.
El sobre se estrelló en el tronco frondoso de un roble inmortal, y cayó al piso tan estrepitosamente que las pocas aves que se posaban en aquellas ramas salieron disparadas, como si un tiro tentara a destrozar sus alas.
La anciana corrió como endemoniada hacia donde había caído el sobre, y cuando triste y emocionada la contuvo en sus manos, cayó fulminada, expirando palabras de extraña sensación...... Continues..... |