A él.
Al que peina mis días
y enhebra con tibieza mis noches.
Al que con el rabillo del ojo
cuelga prolijamente mis desordenadas horas
en el dintel de la ventana.
A él.
No me equivoco, no,
cuando mi piel olvida su contorno
para volverse agua entre sus dedos.
Es él.
El horizonte donde vacilan mis respuestas,
el dique que abraza a esta locura de mujer,
a esta salvajada con que vivo
mis amores y mis odios y mis tantas cosas…
A él, que sabe compartir la desnudez
de mis noches herméticas,
al que sobrevive, de pronto, sin luna
ni a la ilusoria esperanza de sol
que promete, y no… el mañana.
A él, que sabe salpicarme el día
con su fresca carcajada frente al espejo,
justo allí, por detrás de mi sombra,
y la hace añicos,
en mi cara, como el mejor ilusionista.
Anhelado devenir
de intensos, difíciles instantes
como todos estos
en los que la felicidad se impone
y la vida vale la pena
y el miedo a perderla
amaga con detener el paso.
A ese mañana, éste, que busca mi mano
al cruzar la calle
y los desconcertantes umbrales
que conducen hacia quién sabe dónde.
© Cristina Chaca
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