Estaban reunidos en un pequeño cuarto. Sin muebles, sin cuadros y sin sentimientos. Sólo una mesa y sobre ella un teléfono rojo. La habitación más pequeña del chalet era la más importante. Allí no se debatía ni se discutía, la única razón de su existencia era la de repartir el poder.
María sirvió la bebida como siempre y se retiró sin mirar los rostros, cómo lo indicaba el protocolo. En la sala quedaron los interesados y el anfitrión. Calcularon costos y no tuvieron problemas a la hora de repartirse los excedentes. Lo único que faltaba era definir los detalles de implementación cuando sonó el teléfono rompiendo la armoniosa sintonía.
El propietario tomó la llamada y con la resignación del que está acostumbrado a estos episodios, miró a sus invitados con cara distraída y les informó:
-Señores, todo para atrás. No se firma.
-Discúlpeme - dijo el más anciano de los invitados- Esto ya pasó por diputados, debemos seguir negociando.
-Señores. Conversen y traigan una mejor propuesta.
Golpeó las manos y la mucama se acercó a indicarles el camino. María cerró la puerta sin cerradura y entró nerviosa a la habitación donde su patrón rotulaba los papeles de la reunión.
-Discúlpeme señor, se acuerda que la semana pasada se cumplió el mes. Bueno yo necesitaba que se me pague el sueldo, tengo mi hijo enfermo….
-Mirá, ¿Cuántos años hace que trabajás acá?. ¿Te acordás? . Los primeros invitados venían de fajina y con sotanas. Hubo tiempos que servias whiskies importados, en otros se desperdiciaba la champaña. y por último aprendiste a cocinar sushi. Son años que venimos juntos, yo lo de tu hijo lo entiendo, pero me vas a tener que esperar. Si querés irte…
-No se ofenda patrón. Yo esperó.
-Vamos hacer una cosa, té doy veinte pesos para remedios y aguántame unos días. ¡Ah! y olvídáte que te de los viernes para ir a estudiar, para este trabajo no es necesario pensar.
La dama llegó a su casa llorando. Miró a su marido y besó a su niño, revisó sus deberes y sonriendo se durmió rezando.