“LA MINA”
Hacía ya cinco años que la compañía había cerrado. Se quedó sin trabajo como los otros. Pero él, que conocía a la mina como a las palmas de sus manos callosas, no se doblegó así nomás. Fueron muchos los años de arriesgar su vida en cada bajada.
…No sólo perdió su actividad, también amigos, compañeros y hasta a su familia-el hambre aleja el amor a veces- la dignidad es sorda a los sentimientos para algunos.
Cuando bajaba, desviaba la vista de las caras y se miraba los zapatones. Adivinaba el miedo. Algunos duraban lo suficiente como para juntar algunos pesos que los ayudaran a huir de allí. Pero volvían cada tanto. Todos querían alejarse de la oscuridad, del calor abrazador, del ahogo súbito y del esfuerzo que a diario debilita el cuerpo y la voluntad.
Pero él no, esquivaba las caras serias y grises y se hundía a lo profundo cada día, sin mirar el cielo.
Sólo oía el latido de su corazón, presto a encontrarse con la piedra amiga que lo esperaba. Con más experiencia que los ingenieros, admiraba el río dorado que desbordaba riqueza. A su contacto, no esperaba nada más.
Volvió al presente. Estaba solo. A la tierra buena, la sentía amiga y compañera. Ella se dejaba recorrer como una mujer y sin quejarse por nada, le enseñaba caminos nuevos.
Sobrevivió conociéndolos cuando ponía tramperas y pescaba. Era libre y podía volver cuando la luna se lo ordenaba.
¿A quién contarle de la tarde en que cayó al pozo?. No importaba.
¿Quién habría abierto aquella mina abandonada?. Nunca lo sabría.
Pero su corazón volvió a latir como antes, aún más cuando acarició la herida brillante en tramos, que la tierra amante le dejó ver. Ella, tan humillada a veces por lo pobre, lo dejó sólo a él, admirar el fulgor de sus entrañas, las venas infinitas de riqueza y olvido.
Preparó todo lo necesario. Con sólo una visita cada tanto, estaría bien.
Pidió perdón por golpearla, pero ella estaba acostumbrada a lo peor. Las explosiones dolían mucho más y a veces se llevaban vidas. Lo dejó hacer como él quería. Sólo retiró el equivalente a su puño cerrado.
Ahí se dio cuenta. No había sudado nada. Al contrario, tenía frío.
Volvió a la superficie siguiendo por un túnel debilitado en el abandono. A los pocos metros, encontraría sus cosas. Él no tenía miedo ni por qué preocuparse aunque el frío lo apretaba como nunca antes.
Apuró el paso. ¡Qué premio le dio la tierra! ¡qué emociones para sus hijos, esposa y amigos!. Compartiría todo. Miró la bolsita con las primeras piedras. Pero el frío seguía apretando. Le pidió a su corazón que no lo hiciera jadear por el dolor agudo en el pecho
y que ya estrangulaba su garganta. Sintió escalofríos y se acercó a la olla que contenía el agua hirviendo para el té de las hierbas que le hacían tanto bien. Pero sus pulsos cada vez más lentos, le mostraron la verdad y lo acercaban a una última exalación inexorable.
Se tendió entonces sobre su amada. Su tierra hermosa que sabía esconder sus dones.
Ella también estaba enamorada. Celosa como era, le dio la riqueza de sus entrañas a cambio de su vida. Lo retendría para siempre. Protegería sus despojos. Lo arroparía como hacen las amantes y se quedaría con su corazón definitivamente.
No importaba pensó adormilado. Al fin y al cabo, él se había entregado hacía ya tantos años…
20/10/09
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