Subieron, a la última planta del Ayuntamiento, para estar a nivel del techo redondo de la Iglesia, dar pasos en círculos, ver el cerro gordo, que se inclina reverente, como un elefante ante la imponente pirámide natural de Peravia, que denominamos cucurucho. La brisa le agita el pelo. Feliz y entusiasmado, acarició su espalda hasta el recodo protuberante de dos promontorios suaves y densos, fijó la mirada y divisó el horizonte azul de Los Almendros, sublime en la lejanía, el corazón acelera su latido, intenso, sonoro y vibrante como río revuelto.