El Vagabundo
Aquella mañana le resultó muy difícil ponerse de
pie.
No había logrado pegar un ojo en toda la noche. Desamparada y
acongojada, había pensado mucho durante su insomnio. Manuel -padre
y
esposo excelente- en aquella mañana de abril se fue
definitivamente.
Sus gemelos, Daniel y Gabriel, quedaron bajo su ala flaca, desgarrada por
la tristeza y el trabajo cansador, creciendo desnutridos, sin padre.
Muchas
veces debía llevarlos con ella a las distintas casas donde
trabajaba
como lavandera, sacando unos pocos pesos para su sustento. Y ahora la
sentencia de desalojo... ¡Quedarían en la calle! No
tenían donde ir ni a quien recurrir.
Con su aspecto triste y exhausto, llevó a los niños al
colegio y después se dirigió a uno de sus trabajos.
Llamó su atención un hombre harapiento, desgarbado y flaco
que yacía sentado en una entrada de garaje. Éste al verla,
extendió su mano. Clara no tenía nada, buscó en su
bolso y encontró su manzana, que enseguida ofreció al pobre
hombre. Mientras seguía su camino recordó a Manuel
diciendo:
“haz el bien sin mirar a quien”
Al pasar los días iba hundiéndose más en la
depresión. La falta de dinero, la pronta pérdida del techo
fijada para el 26 de diciembre.
-¡Qué Navidad! ¡Mis pobres niños!- hablaba sola
en la calle.
-¿Puedo ayudarla en algo?- interrogó el vagabundo, luego de
escucharla.
-No amigo, gracias…Lo mío no tiene remedio. Y tomando una moneda
de
su bolsillo dijo:
-Tome señor, “mal de muchos consuelo de tontos”. Eso dicen…
El recibió la moneda en la cuenca de su mano, mientras observaba a
aquella mujer humilde, de figura endeble y magra, alejarse por la vereda
con su cabeza gacha y con un peso en su espalda, que aunque invisible,
era
notorio. Su mirada se humedeció.
En Nochebuena, ya en el umbral de su desesperación, la madre y los
niños aprontaban un guisado escuálido con unos mendrugos de
pan.
Gabriel mirando por la ventana preguntó:
-¿Mami? ¿Por qué no invitamos a Don Máximo?
-¿A quién?- el niño señalaba al vagabundo.
Clara no lo pensó mucho. Los niños lo fueron a buscar.
La cena fue divertida, risas, bromas, compartiendo el pan.
Máximo, antes de marchar, preguntó a los niños
qué deseaban para Navidad.
-¡Una hermosa casa!-gritó Gabriel.
-Que mi mamá sonría- dijo tímidamente Daniel.
Navidad llegó…Golpearon la puerta y un joven apuesto y muy bien
vestido saludó atentamente a Clara.
-¿Señora Clara?
-Sí soy yo.
-Esto es para usted- dijo, entregándole un sobre con una nota.
Señora Clara:
Agradezco su hospitalidad y buen corazón, envío para Usted
y
sus niños mi obsequio.
Alguien alguna vez dijo: “Moneda que está en la mano tal vez se
deba guardar.
La monedita del alma se pierde si no se da”
Clara, usted me dio esa monedita del alma.
Màximo.
Y junto a la nota venía un cheque que cumplía ampliamente
los deseos que habían manifestado los pequeños.
El joven sonriendo, antes de marcharse dijo:
-Señora, disculpe, mi padre es un poco excéntrico.
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