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El funeral de Pelmo

Por Sergio Hernández Gil

El cuerpo de Pelmo parecía descomponerse. Hoy sábado se cumplían tres días de estar tirado en un basurero, por lo que se impregnó de asquerosos olores a podrido y la humedad lo puso pegajoso, como un cadáver que empieza a perder líquidos.

Las ratas, incluso, carcomieron parte de su ropa y alguna encontró un sitio donde hacer nido en el hueco que queda entre el pantalón y la pierna.

Los policías que lo hallaron se dieron cuenta de que no tenía heridas ni golpes; sólo no respiraba ni se movía. Entre su ropa encontraron su credencial de elector. Para ganarse algunos pesos extra al evitar a la familia engorrosos trámites burocráticos, se les ocurrió no dar aviso a sus superiores y se dirigieron a la casa de Pelmo.

Cuando tocaron a la puerta, la madre de Pelmo no se extrañó al verlo en la patrulla, bien sentadito, como dormido. No era la primera vez que su hijo llegaba así.

--¿Qué ha hecho ahora ese vago malviviente?, preguntó iracunda la mujer de cabello blanco.

--Nada seño, lo encontramos tirado en un basurero, respondieron casi al unísono los uniformados, quienes rieron por hablar al mismo tiempo.

--Beber no es un delito, dijo la madre, justificándolo y pensando que Pelmo había hecho otra vez de las suyas. –Gracias por traerlo, les dijo.

--No está borracho, doña... lamentablemente... mire... nosotros sólo queremos evitarle problemas… bueno, me entiende, ya ve que no lo llevamos al forense ni lo reportamos al Ministerio Público... pus bueno… mejor se lo trajimos y así, dijimos, pues nos ganamos pa´unos chescos…

Atónita, sin reflexionarlo con claridad la mujer preguntó con voz que elevó hasta convertirla en grito: --¿Al forense? ¿por qué?... ¡ni que estuviera muerto!.

El silencio de los policías fue elocuente. Cuando la madre se dio cuenta de la gravedad del asunto comenzó a maldecir y a llorar.

--Ay, no, no, hijito... Pelmo, hijo mío ¡háblame!, lloriqueaba la anciana pegada al cristal de la ventanilla trasera de la patrulla. ¿Qué te han hecho estos hijos de puta hijito? ¡háblame cariño!... ¡Abran la puerta malditos… no ven que lo quiero abrazar!

Acongojados como la madre, los polis explicaron otra vez cómo lo encontraron y la ayudaron a bajar el cuerpo que apestaba cada vez más.

Un rato después trajeron un doctor para que certificara, con su firma, por dos mil buenas razones, la muerte natural de Pelmo...

–Mire seño, fue mejor así, se evitó problemas, tener que declarar, la autopsia, no se lo hubieran entregado luego, dijo el doctor, quien ni se tomó la molestia de revisar el cuerpo.

Ya en la capilla funeraria, Pelmo recibió muchas visitas. Estuvieron todos los del barrio: el “Huevoduro”, por su alargada cabeza, más ancha de abajo que de arriba; el Monje, porque estuvo siete años en el seminario; la Tuerca, que se acomodaba a cualquier tornillo; el hermano mayor de Pelmo, el “Espanto”, por su piel blanquecina; el “Goldfingers”, fino para robar carteras; y “Pelmo segundo”, porque era igual de tonto que el primero, sólo que más sincero.

Todos ellos, ya entrada la noche, luego de varias horas de ese amargo sufrimiento de los que lloran a gritos la pérdida de un amigo y diluyen el dolor con abundantes tragos de brandy y de tequila, decidieron que en honor del difunto realizarían guardias de pie junto al féretro, igual que para los grandes hombres.

“Es que Pelmo tenía un corazonzote, así de grandototote” se decian entre ellos, relevándose cada 15 eternos minutos y deseando que la noche pasara rápidamente.

De hecho, los amigos de Pelmo gestionaron con la familia que el entierro se adelantara una hora para que les diera tiempo de llegar a la final del América Cruz Azul, que se jugaría a las cuatro de la tarde en el Azteca.

Pelmo, no me veas así, le decía su mujer, una morena de ojos grandes y atractivas formas, que se consolaba en los brazos del Tony, mientras derramaba abundantes lágrimas sobre su féretro.

--Te juro que no quise engañarte. Yo te lo iba a decir, pero no me atreví porque luego llegabas borracho y eras capaz de golpearme. Es mejor que sepas que ahora que tú nos dejaste me voy a ir a vivir con el Tony. Los niños se quedan un tiempo con tu mamá y luego vengo por ellos... perdóname Pelmo, decía mientras fingía sollozar con amargura...

--Ya, ya, mi nena, decía el Tony, y abrazaba fuertemente a la viuda, que a cada nuevo apapacho se pegaba más al cuerpo de su amante sin importarles las miradas llenas de rencor de la madre de Pelmo.

--Lo siento mi brody, no queríamos hacerte daño, pero no pudimos aguantarnos. La Rosa y yo, bueno, tú sabes... a mí me gustaba retiharto desde antes, nomás que no se fijó nunca en mí, hasta ahora que ya soy del sindicato de taxistas y gano buena lana. Yo te la voy a cuidar mi Pelmo, no te preocupes, de verdad que si la quiero mucho, le decía el Tony, su mejor amigo cuando niños...

Pelmo sintió cómo a pesar de su rigidez se le movían las entrañas y cómo todo su cuerpo lo recorrió un rayo que le hizo retorcerse varias veces en su caja, pero de eso nadie se dio cuenta.

--¿Te acuerdas, mi Pelmo, de la vez que fuimos de campamento y que me acosté en el suelo por que tú te agandallaste la bolsa de dormir? le preguntó el Espanto, su hermano, cuando le tocó la tercera guardia ante el féretro. En voz muy baja, casi como un murmullo le decía: estuve a punto de cobrarme todas las que me debías cabrón, no sólo por lo de esa noche, sino por todo.

Esperó que pasara su madre y siguió hablando con Pelmo: tú no te diste cuenta, pero por poco y te aviento por el barranco aquél, nomás te salvó que se apareció el cura del pinche pueblo ése y que yo tuve miedo... ¡qué bueno que no lo hice! ya me ahorraste el trabajo y así no tengo culpa ¡qué bueno que solito te moriste!

Ahora verás, prosiguió hablándole, pegado al cristal de la caja para que Pelmo lo oyera mejor, que mi madre ya no tendrá más remedio que preferirme a mí. Tú ya no estarás aquí para verlo, pero no importa, mías serán la casa y la tienda, los locales de la Merced y puede ser que hasta la taquería de Lázaro Cárdenas...

Pelmo, qué había podido verlo y escucharlo todo desde el momento en que cayó en aquél basurero, tenía ganas de llorar, pero más que nada de levantarse y darles a todos su merecido. ¿Cómo decirles que no estaba muerto? Nadie le podía escuchar, se sintió perdido.

Ya le había sucedido una vez, hace varios años, cuando se desapareció casi ocho días y se había quedado solo en el cuarto de un hotel en Chiapas. Entonces tampoco nadie se dio cuenta y él no dijo nada porque estaba seguro de que no le creerían.

Y ahora... a punto de enterrarlo tenían prisa, incluso los que ya le habían sepultado en vida. Su mujer, su hermano, sus amigos que pensaban sólo en el alcohol y el fútbol; todos querían cumplir con aquél ritual lo más rápidamente posible.

Recordó que había ido al basurero a esperar a la “Tuerca” y al “Huevoduro” porque tenían un “negocito” para él. Seguramente todos estarían ya muy cansados, pensó Pelmo, pues habían pasado toda la noche en vela y tomando.

Cuando el sacerdote comenzó a rezar la misa de cuerpo presente, cerca de las once de la mañana del domingo, Pelmo escuchaba cada "te rogamos señor" como una palada de tierra directamente sobre su cara.

La desesperación era ya mayor, se imaginó muerto verdaderamente, sin remedio. No había nadie que pudiera saber que estaba vivo, y por eso no podrían ayudarlo. Vio por última vez el rostro de su madre antes de que ella, llorando, cerrara la tapa del féretro.

Sintió como lo pasaron a la carroza y cómo ésta comenzó a moverse lentamente. Quiso gritar, pero no había manera de que su voz se escuchara. Flaqueaban ya sus fuerzas, sentía que se debilitaba y así pasó un largo rato. Sólo oía el claxon de los automóviles y un calor repentino le llegó a las manos.

Se dio cuenta que llegaron al cementerio porque sintió el movimiento de la caja cuando era llevada hasta la tumba y depositada en las cintas del elevador, lista para ser bajada luego de los rezos.
Pudo entonces mover las manos y de un sólo golpe abrió la caja, para sorpresa de todos, sin poder incorporarse. Vio como su madre y Rosa cayeron desmayadas, el Tony salió corriendo y su hermano comenzó a echar paladas de tierra sobre la caja. El “Monje” dijo que se trataba de un mensaje del más allá y pidió perdón por todos sus pecados, llorando. El “Goldfingers”, que había robado la cartera a más de tres de los asistentes quiso cerrar la caja y se arrancó tres dedos con la tapa.

El Pelmo se levantó lentamente, se llevó las manos a los ojos, parpadeó unas cuantas veces, pretendió ocultar que lo sabía todo y preguntó en voz apenas audible: -¿qué me ha pasado? ¿Por qué lloran? ¿qué hacen todos aquí?
-o0o-

Texto agregado el 27-03-2010, y leído por 218 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
12-04-2010 Jajajajaja, què pelmo tan baquetòn jajajjaja Muy bueno .- _rhcastro
28-03-2010 Bueno , muy bueno; y encima me partí el pecho de risa. El final es cojonudo. Además, la historia está muy bien escrita. OK churruka
27-03-2010 Jajajajajajajaa es excelente! me encanta la descripción de cada personaje.. es MegaGrafico casi podía sentir el olor! libell18
 
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