Desde el púlpito, palabras del sacerdote:
«Hoy en día la sociedad materialista y su incomprensible egoísmo conductual…
–Mami ¿a la salida me compras un helado?
–Cállate, en la iglesia no se habla…Y no te saques los mocos
«Hoy, que se ha perdido la sensibilidad para amar al prójimo como a sí mismo…
Don Héctor, ¿qué le parece lo de los aranceles?
–¡Hombre! A este paso ese senador nos va a arruinar…
«Hoy, que se ha olvidado aquella virtud que une a los hombres y los engrandece ante los ojos de su Divino Hacedor…
–Martha… ¿supiste que el marido de Claudia la abandonó?
– ¡No me digas… pero qué barbaridad…! Era de esperarse. Seguro se largo con esa… con la amante.
«Hoy más que nunca, hermanos míos, que estamos reunidos en la casa de Dios, es imprescindible tomar consciencia de los valores sagrados que...
Como siempre aburrida, indiferente, la feligresía soportaba el sermón de la misa dominical. Pero no todos. En la última banca del templo, casi inadvertido, el humilde don Juanito sentía que cada pensamiento expresado por el cura lo hacía vibrar en lo más profundo de su sensibilidad. Hasta derramó unos lagrimones que le salaron la boca y le estrujaron el alma.
Esperó con ardiente paciencia para recibir la comunión. Apenas la hostia tocó su lengua, lo invadió una fuerza sobrenatural que vigorizó su espíritu y ensanchó a plenitud su corazón, para acoger a un desbordante sentimiento de amor al prójimo.
Terminada la misa, Juanito, exultante, marcó el paso hacia su vivienda siguiendo el compás de una alegre tonada que producía su propio silbido. Qué bien silbaba Juanito.
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Seis y media del lunes. Luego de una taza de té y un solo pan, Juanito llegó a su trabajo con más puntualidad que nunca. Exactamente a las siete y media, salió el camión de reparto de la compañía distribuidora de una gaseosa de gran demanda. Juanito y un colega, cumplían la misión de bajar de ese camión las cajas contenedoras de botellas, apilar los envases en sendas carretillas para luego depositarlas en tiendas y supermercados.
A media jornada, antes de regresar a la embotelladora, el camión detuvo su marcha en el local de una pequeña bodega. Había que dejar solo un par de cajas, por lo que Juanito, siempre acomedido, se ofreció a cumplir con esa tarea. Cuando su carretilla cruzaba a la acera para ingresar a la tienda, se le acercó una andrajosa viejecita. Con ojos suplicantes, la menuda mujer musitó:
– Hijito, ¿quizás darías una gaseosita a esta pobre anciana con sed pero sin dinero para pagar?
Un relámpago de luz divina iluminó el corazón de Juanito, había llegado el momento de poner en acción el propósito de su vida: amar al prójimo.
– Pero cómo no, abuelita… ¡no faltaba más!
De inmediato, Juanito destapó la botella y se la entregó a la mendicante. Con avidez nunca vista, ella secó la botellita de un solo trago. ¡Vaya, que estaba sedienta la pobrecita! – pensó don Juanito.
Ni siquiera pasó un instante y una bocanada de humo blanco y brillante, resplandeciente como un sol, envolvió a la anciana. Rápidamente, la humareda tal como vino se disipó. Juanito, estupefacto, no podía creerlo.
Al igual que los cuentos de su niñez, la que fuera una raída pordiosera, se había transformado en una joven angelical, una visión fulgurante, un ser del otro mundo.
– Gracias, amiguito. En realidad yo soy un hada buena. Tú has sido generoso conmigo. Pide un deseo y te será concedido.
Terriblemente conturbado por este prodigio, sin poder hilvanar idea alguna, Juanito hizo lo indecible para concentrarse. Los pensamientos se le venían a la mente sobreponiéndose vertiginosamente. El hada buena, rompió el embarazoso silencio:
– Eso sí, puedo concederte un solo deseo, ¡solo uno! No te equivoques porque perderías esta oportunidad de oro.
Todo le daba vueltas al sombrado don Juanito. Primera vez en su vida que recibía tan increíble oferta. Entonces, tratando de serenarse, reflexionó: Voy a pedirle algo que me permita favorecer a mi prójimo de por vida. Todo lo que deseo es ser un hombre con mucho dinero para dedicarlo hasta el último centavo a favorecer a los necesitados…
– Querida hada buena, quiero ser el dueño de la empresa embotelladora para la que trabajo…
– Oye hombrecito, te pedí no equivocarte. Un verdadero empresario jamás hubiera regalado sus productos. Los empresarios “venden”, jamás regalan. Lo que una persona recibe sin haber trabajado, otra persona deberá haber trabajado para ello, pero sin recibirlo. ¿Comprendes?
Don Juanito era una pan de Dios pero de tonto no tenía nada. Por ello se le vino a la mente una práctica común que había visto muchas veces durante sus quince años trabajando en la embotelladora.
– Pero sí, claro que eso lo sé. Lo mío fue un truco comercial, una estrategia de marketing. Un muestreo, pura promoción publicitaria, pues…
– Segundo error. Un empresario jamás desperdicia su publicidad en un público objetivo anciano y sin dinero. Ese segmento pertenece a la clase D en la escala socioeconómica, no consume nada. Lo siento mucho, pero te irías a la ruina, la embotelladora quebraría, tus obreros quedarían en la calle, familias sin pan….¡Oh, no!
– Pe…pero… yo podría…
– Como hada buena no puedo permitirlo… Sigue siendo una persona humilde y generosa y ganarás el cielo. Eso será mejor para todos… ¡Adiós buen hombre!
Y ¡blump! Una nube espesa y gris cubrió por completo a la mágica mujer y en el acto su figura se disolvió. Juanito, quedó mirando con desolación la botella vacía… ¿cómo podía pasarle algo así?
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Pasados unos segundos, don Juanito despertó de su estado letárgico. Entonces corrió, brincó, toreó los autos, tropezó con varios peatones, hasta que llegó a la comisaría más cercana. Jadeando, con la lengua afuera, se acercó a la mesa de partes y con furia desmedida, gritó:
– ¡Vengo a denunciar a una inmunda vieja que con el cuento del hada buena me robó una gaseosa!
Los policías se miraron conteniendo la risa. Uno de ellos, se llevo el dedo índice a la sien para hacer la inequívoca señal que todos conocemos.
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