Dios se despierta esa mañana con un terrible dolor de cabeza (metafóricamente hablando, claro). Sus amadas criaturas no le dejan en paz ni un momento. Que por qué deja Dios que haya hambre en el mundo, que por qué esos terremotos tan injustos, que por qué les pasan cosas malas a los hombres buenos, etc... Y luego están las oraciones: por favor Dios salva a mi hijo, ayúdame a aprobar este examen, que me toque la lotería… ¡Si hasta hay curas que rezan para que gane su equipo de fútbol! Desde luego no se aplican lo de “A Dios rogando y con el mazo dando”.
Le gustaría replicar que hay hambre porque no reparten bien las riquezas. Que las placas tectónicas deben realizar ajustes, tal vez si no construyeran ahí… Y si les pasan cosas malas a los hombres buenos, ¡muchas veces es porque hay hombres malos! En fin, para qué discutir. Las cosas no pueden seguir así. Su orgullo le ha cegado durante mucho tiempo, pero es hora de admitir que Él, omnipotente y omnisciente, se ha equivocado. Fue un riesgo otorgar al Hombre lo del libre albedrío. Algo tiene que cambiar. Así que Dios chasquea los dedos (metafóricamente hablando, claro).
Ahora Dios contempla el mundo desde la distancia. Ha borrado todo rastro de su existencia, no hay religión ni Fe que le vincule. El Hombre se guía por una ética y una moral intachables. Es el paraíso en la Tierra. Todo es perfecto. ¿Todo? Dios empieza a sentir algo nuevo, por supuesto sabe la palabra que lo identifica, pero no quiere admitirlo. Abandono. A fin de cuentas, son sus hijos, les ha dado la vida y no significa nada para ellos. ¿Cómo es posible que Él necesite de su reconocimiento? Una rabia todopoderosa le invade, y sin pensarlo dos veces, vuelve a chasquear los dedos.
Dios se siente adorado sobre todas las cosas. No importa que para ello tenga que estar interviniendo continuamente: aterrizajes milagrosos de aviones averiados en pleno vuelo, un poco de maná por aquí y por allá para las hambrunas, incluso un científico ha inventado en sueños un sistema para predecir terremotos. Pero la duda va creciendo poco a poco en Él. ¿De verdad le compensa tanto esfuerzo? Además, ¿no está realmente comprando el amor del Hombre? Deberían quererle como a un Padre, no porque se lo deban. Y su infinita paciencia se acaba. Dios medita profundamente durante un segundo eterno y chasquea los dedos por última vez.
El meteorito pasa rozando la Tierra y prosigue su silencioso viaje hasta colisionar con Venus, al que hace añicos. La explosión ilumina por momentos la noche terrestre, donde un Tyrannosaurus Rex alza sorprendido la cabeza, con una extraña sensación de deja-vú. Tras unos momentos de tensión, decide que no corre peligro alguno y sigue dando buena cuenta de un hadrosaurio despistado.
¿Y Dios? Dios está ahora disfrutando de un sueño plácido y sin interrupciones (metafóricamente hablando, claro).
Viceganador del Reto 3 Prosa 2010
Gracias, byryb, por tu comentario en otro cuento que me dio el título para éste
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