—¡Huich, gracias por ayudarme a entrar! —le dije, sin mirarlo a la cara.
Respondió "¡De nada!" y simplemente se sujetó del pasamanos.
Yo tenía tanta rabia, mi respiración se escuchaba fuerte, agitada, se aceleró mi corazón y empecé a transpirar. Me sentía tan impotente, quería desahogarme con alguien, descargar todo lo que me había ocurrido antes, entonces le empecé a buscar la cara, por lo menos para mirarlo mal, para decirle con mis ojos que era un pobre imbécil y culparlo de los incidentes que me habían ocurrido. Con sus largos y fornidos brazos el tipejo se tapó la cara, no me permitía verle el rostro, se había encerrado como una concha. Yo quería mirarlo a los ojos, insultarlo con la mirada, pero era imposible. Me quedé léla mirándolo en espera de una reacción, mientras tanto mi mente se trasladó a mi departamento.
¿Por qué a mí? Primero, el estúpido despertador no sonó, me quedé dormida y cuando los rayos del sol se reflejaron por la ventana me logré despertar. Quedé sentada, paralizada del susto. El sol y yo salimos al mismo tiempo: él de su oriente y yo de mi departamento. Cuando abrí la llave de la ducha, el agua se clavó en mi cuerpo como una granizada repentina y despiadada que aún vive en el recuerdo de mis huesos. No sé qué pasó, pero en mi baño no había toalla, tuve que salir desnuda por todo el pasillo hasta mi habitación, dejando mi hermoso piso de madera encerada totalmente manchado de agua.
Todos los lunes en mi rutina está usar minifalda, afortunadamente la alisté la noche anterior. Saqué del cajón de las medias veladas el único par limpio que había, y del verraco afán le metí la uña desportillada y hasta ahí fueron medias. Como ya no tenía tiempo entonces tuve que dejármelas puestas y hacer que no me había dado cuenta. Mi cabello era un verdadero desastre ¿y ahora cómo secarlo si no había electricidad?. Decidí sujetarlo con una moña que, por lo menos, combinara con el color de mi falda.
Fui a la cocina, puse a calentar la leche y en un posillo que tiene mi signo zodiacal deposité una cucharada de café instantáneo, ¡huuumm! qué olor tan agradable... pero hasta aquí llegó la dicha: mi azucarera estaba vacía, ni un grano de dulce encontré para hacer de mi café ricas calorías que sacaran el hielo de mis huesos. Tuve que tomármelo amargo y acompañarlo de una dura tostada con mantequilla. No tenía dinero sino para la tarjeta de Trasmilenio, ni modo de pensar en comprarme un desayuno decente.
Tomé mi pequeño bolso marrón, abrí la puerta de mi departamento y salí. Cuando ya había cerrado recordé no haber tomado las llaves. En ese momento corrío por mi cuerpo un escalofrío que se depositó en mi estómago, y ahí sigue refugiado. Empecé a bajar las escaleras corriendo y suplicando que alguien estuviera en la puerta principal, de lo contrario no sabría cómo salir del edificio. Llegué al primer piso y tuve que esperar casi tres minutos -que para mí fueron tres horas-. Una señora que al parecer también iba tarde salió corriendo y aproveche para salir. Si me hubiera mirado al espejo en ese instante no me reconocería por la cara de angustia que tenía.
Llegué a la estación a comprar la tarjeta, había una fila enorme, pasé un billete de dos mil y seiscientos pesos en monedas de doscientos. Tomé en mis manos la tarjeta, entré y corrí hasta el último paradero, éramos tantos esperando el mismo H74... cuando llegó se lanzaron como pirañas y yo entré de un solo empujón.
—¡Huich, gracias por ayudarme a entrar! —le dije sin mirarlo a la cara.
Respondió "¡De nada!" y simplemente se sujetó del pasamanos.
Pasaron casi diez minutos sin quitarle los ojos de encima, cuando de repente, me miró, con una hermosa sonrisa, guiñó su ojo izquierdo y acompañado de una varonil voz, me dijo:
— ¿Cómo te llamas?
Mi cuerpo sufrió una transformación repentina.
—Soy Mónica Torres, ¿y tu eres?
—Yo me llamo Daniel Acuña, pero me puedes llamar Dany.
No le quitaba los ojos de encima, era el hombre más hermoso que yo había podido conocer.
—Gracias— le respondí, con una voz tímida y nerviosa.
—Tienes cara de angustia. ¿Vas tarde acaso?
—Si, amanecí con el pie izquierdo, ¡todo me ha salido mal!
En ese momento la señora que estaba sentada a mi lado se levantó de la silla. Dany tomó su lugar. Olía delicioso, vestía un traje espectacular de color mostaza y lucía una elegante corbata marrón. Yo no hacía más que esconder mis piernas para evitar que viera mis medias rotas, pero fue imposible: el recorrido de mi desgracia pasaba justo por toda mi rodilla derecha.
—¿Que puedo hacer para ayudarte? Ese rostro especial no merece estar angustiado —dijo Dany y al tiempo guiñó su ojo izquierdo.
—Hazme reír, eso me encanta.
—Perfecto, prepárate porque mi repertorio es muy bueno.
Solté una fuerte carcajada y lo contagié de risa por un buen rato. Desde entonces salimos juntos, y ahora somos una excelente pareja que vive y disfruta la vida sin importar las circunstancias.
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