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Julia me dejó.
Hace apenas unas horas, decidió terminar la tormentosa relación que nos unió. Los sinsabores, la inestabilidad y el tormento de nuestra vida en común, pudieron más que el amor que nos unió los últimos tres años. No lloré cuando me lo dijo. No lloro ahora. Sólo camino por la calzada de Tlalpan, mirando a las prostitutas ofrecerse a cuanto peatón circula por la banqueta lodosa y gris. Tal vez alguna de ellas tenga lo que busco, o quiera lo que necesito dar.
La encuentro en la esquina más oscura, perdida y pestilente de toda la avenida. Es gorda, de piel blanquecino-amarillenta. Cuando sonríe, si es que a esa mueca descompuesta se le puede llamar sonrisa, las arrugas de su cara se acentúan, dejando ver al mismo tiempo, una dentadura incompleta y verdosa descansando sobre las encías salpicadas de manchas blancuzcas. Pregunto cortésmente por sus servicios, a lo que la Criatura responde con voz rasposa:
-Cien pesitos papi, más lo del hotel y el taxi…
Le ofrezco pasar la noche entera conmigo por doscientos pesos, a lo que la mujer acepta. Tal vez sea porque le ofrezco una paga extraordinaria para sus estándares, tal vez porque es la primera vez en años que pasará una noche entera acostada en una cama, en realidad no me importa. Lo único que cuenta para mí es sentir el calor de un cuerpo junto al mío, después de lo de Julia.
La Criatura se despoja de sus ropas de manera por demás veloz y grosera. La piel casi transparente envuelve un bulto de grasa que quizá conoció mejores tiempos. Los pechos cuelgan como un ahorcado, separados del ombligo solo por un pliegue de carne fláccida y grasienta. Se acurruca junto a mí, mientras me inunda una oleada de ternura hacia esta pobre alma, tan perdida como yo.
Acaricio la piel de paisaje lunar, mientras ella susurra obscenidades a mi oído. Su aliento, quemante y halitoso, me inspira un sentimiento sublime por ella. Beso los flojos pechos de la Criatura, mientras subo rápidamente hacia su cuello. Mis manos acarician los pechos informes, pero estos de pronto tienen un tacto completamente diferente: se sienten como una pasta maleable, pero firme. Ella ríe con estertores que parecen gruñidos animales, mientras mis manos le dan a sus senos muertos, la forma de los pechos de Julia, que tantas y tantas veces acaricié: lo suficiente para recordar, sólo con el tacto, su forma. Lo suficiente para moldearlos en la carne de otra mujer.
El ritual de besos y caricias continúa, antes de insertar mi miembro en la vagina de la meretriz. Ella intenta continuar con las obscenidades, pero las oleadas de placer que le proporciono no se lo permiten. La penetro con suavidad, con cariño, reteniendo como un vital jugo la explosión de semen. Me concentro en los recién moldeados senos de Julia. ¡Se ven tan fuera de lugar, en el marco de ese cuerpo regordete, lleno de verrugas y granos!
Prosigo con mi labor, hundiendo con energía y ternura mi pene en su cavidad seca y rasposa. Estoy listo para eyacular dentro de la Criatura, y ella está lista para recibirlo. Mi miembro vomita el líquido lechoso, mientras la Criatura grita, gime y se revuelca. Incluso durante el violento orgasmo de mi pareja, continúo besándola y acariciándola, pero noto que su expresión se descompone en el orgasmo más salvaje que he visto en mi vida. El rostro de la mujer se deforma en oleadas, se vuelve maleable, casi líquido. A pesar del espanto, no puedo dejar de hacerle el amor, al contrario: todo el cariño, la ternura que sentía por Julia, se vuelcan en ella, que sigue gritando, horrorizada…
Abrazo con ternura el bulto que está debajo de la sábana, una vez hemos terminado nuestro brutal acto de amor. Ella jadea, cubierta aún por la cobija. La destapo para poder besarla en los labios, calmarla, decirle que todo está bien. Pero no es la prostituta enferma y degenerada la que me mira una vez que las sábanas caen al suelo: Julia, con esa sensual media sonrisa que me obligó a hablarle por primera vez, es la que me mira. Me sobresalto. Ambos enmudecemos, pero poco importa cuando decidimos besarnos en la boca de común acuerdo, y repetir el acto carnal.
-¿Siempre piensas en mi cuando hacemos el amor? –me pregunta entre jadeos, mientras mi boca recorre el bien conocido territorio de su piel. Me abstengo de responder, ella solo se ríe. Pienso en su pregunta, mientras me balanceo rítmicamente en sus caderas. ¿Realmente quería estar con ella, cuando hacíamos el amor? Sin duda: Julia era hermosa, y cuando se decidía, era la mujer más tierna y comprensiva del mundo. Pero no siempre que nos acostábamos quería estar con ella. ¡Cuántas veces no fornicamos sólo para retarnos! Mas que tener sexo, combatíamos cuando terminábamos en la cama, tras alguna discusión fuerte. Y en esas ocasiones, no era en Julia en quien pensaba, sino en Alma, la joven de la que me enamoré en la universidad años atrás.
Alma era dos años menor que yo. Terminamos juntos por compartir soledades, mas que por verdadero cariño. Pero funcionó por unos meses. Y sí, terminé por enamorarme de ella, sin ser correspondido. A decir verdad, justo en el momento en el que le hacía el amor a la Nueva Julia, pensaba en Alma…
-¿Con que es así, eh? –dice la Nueva Julia, momentos antes de llegar al orgasmo, sonriendo seductoramente, sin que su sonrisa me emocione en absoluto. Aúlla al llegar al éxtasis, retorciéndose de manera incluso más violenta que la primera vez.
Cae violentamente de la cama, echando espumarajos por la boca, con los ojos en blanco. Estoy paralizado en la cama, pero no por miedo. Tengo la sensación de que solo debo esperar.
No me equivoco. Cinco minutos después del nuevo ataque, me asomo al borde de la cama. La Nueva Alma yace en la alfombra raída del hotelucho, acostada de lado, mirándome con sus ojos de gata, el negro y brillante pelo revuelto. Me lanzo encima de ella, que me recibe salvajemente, rasguñando mi piel con sus larguísimas y brillantes uñas carmesí. El dolor, agudo y punzante, me excita.
-¿Y qué pero me pones a mi, eh?- pregunta la Nueva Alma. No digo nada, simplemente sonrío y me dejo llevar.
Esta vez quien es llevado al máximo soy yo. La Nueva Alma es brutal, pero hace del dolor una nueva dimensión de placer. La Nueva Alma rasguña, muerde, golpea. Es diametralmente opuesta al Alma de mis recuerdos, sobre todo al final de nuestra relación. En esos días, Alma ya no participaba del sexo, simplemente se dejaba hacer. En cambio, lo que la Nueva Alma ofrecía no tenía comparación con ninguna experiencia sexual previa de mi vida. Agresiva, oscilaba en la frontera exacta entre dañar y proporcionar placer, pero increíblemente, me aburrí pronto de ese juego. Mi mente voló hacia épocas incluso más lejanas al tiempo de Alma: a los brazos de Karina, mi novia de la preparatoria, aquella con la que descubrí el sexo.
-¡Perfecto! –gritó la Nueva Alma, arrojándome de su lado con desdén. Pensé que se marcharía, pero me envió un beso justo antes de desplomarse en un nuevo arrebato.
Me quedé tendido un rato en el suelo, esperando lo que sucedería a continuación. Pero el tiempo pasaba sin que nadie apareciese.
Después de esperar un rato, la Nueva Karina se asomó tímidamente por el borde de la cama. Su cabello dorado se recogía en dos coletas que le daban un aspecto inocente y malicioso, además de vestir un coqueto conjunto escolar, que le quedaba chico por lo menos por dos tallas.
-¿E-está bien así…? –preguntó entornando los ojos. Asentí, inexpresivo, acercándome a ella, que se acurrucaba con cierto temor en una de las esquinas de la cama.
La besé con ternura, casi con timidez. Recordé aquel día de abril. Karina me había dado el sí, después de un par de meses conociéndonos. Ella era bastante abierta a las nuevas experiencias, por lo cual tenía fama de ser fácil y desmadrosa. Pero yo intuía algo más en ella, unas ansias locas por vivir y conocer. Y si bien era cierto que llevaba ya varios novios en ese par de meses que tardé en conquistarla, con ninguno de ellos había terminado en la cama.
De hecho, conmigo las cosas simplemente se dieron: rentamos una película y sus padres salieron a hacer las compras. La cinta era aburridísima, hacía calor. Karina se desabotonó la blusa, y besé su cuello. Hicimos el amor torpemente, jugando. Pero aquella fue la primera vez para ambos, por lo que resultaba inolvidable y especial, al menos para mí…
La Nueva Karina se dejaba llevar suavemente por mi balanceo rítmico. Sin llegar a la indiferencia, se dejaba hacer, sumisa y tierna.
Pese a la agradable experiencia, mi mente se dejó llevar a tiempos aún más remotos: la secundaria.
Recordé entonces a Minerva, la inmaculada jovencita de trece años que me cautivó en el aula, con sus rizos rojos, los ojos verdes y la piel blanca, ligeramente pecosa. Y tal como había pasado anteriormente, Karina echó a llorar, convulsionándose al llegar al orgasmo.
Sin embargo, esta vez la mutación de la mujer a mi lado era diferente, pues si bien todas las encarnaciones anteriores de mis antiguos amores regresaban como un aspecto exagerado, opuesto o torcido de lo que me atraía de ellas, Minerva apareció ante mi desnuda, pero tal y como la recordaba: seria, hermosa, inalcanzable…
Exactamente como ocurrió en la secundaria, no tuve el valor de hablarle, mucho menos de macular su recuerdo teniendo sexo con ella. Tomé mi ropa, me vestí rápidamente y me marché.
Todavía intenté darle un último beso de despedida a Minerva (puesto que ella era Minerva en efecto, no “la Nueva Minerva”), pero me fulminó con aquella mirada indiferente que en la adolescencia me provocara temor pánico. Me avergoncé por ello, y también por ser un adulto fulminado por una chica de trece años.
Salí del hotel convencido de que todo aquello debió ser producto de los medicamentos que había ingerido al intentar suicidarme horas atrás, pero cuando desperté al pie del hotelucho, con la resaca encima, alcancé a ver a una chica pelirroja saliendo del lugar, justo atrás del paramédico que me levantaba para subirme a la ambulancia. Una vez a bordo de esta, alcancé a ver a la chica despedirse de mí, sonriendo.
La joven se dirigía al cementerio. De vuelta a casa.

Texto agregado el 24-03-2010, y leído por 92 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
23-08-2010 Muy Bueno! me atrajo tu prosa. gatoligia
09-04-2010 Más que noche de motel, es noche de metástasis. Curioso cuento que es recorrido intemporal 'propio' de un muerto. Te felicito. peco
24-03-2010 Impresionante malaya
24-03-2010 Extraordinario... susana-del-rosal
 
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