Solo un "mono" le quedaba en su poder y la angustia ya se veía venir. Mientras las demas personas seguían con sus vidas normales, el pastero solo pensaba en como fabricar dinero para pagar su vicio. Eran las 4 de la mañana en la Alameda de Rancagua, y el pastero no veía venir víctimas. Sólo un par de travestis que le pedían cigarros al pasar. El pastero pensó en esperar que pasara un auto rápido y saltar sobre él para así terminar con su agonía, pero la idea de fumarse otro "mono" era su mayor delirio. Caminó por cuadras mirando hacia el suelo a ver si encontraba una moneda, hasta que se largó la lluvia y el pastero no pensó en buscar refugio, sino que seguía mirando al suelo esperando el milagro. Cuando decidió dar el paso y fumarse el último mono, lo sacó de su bolsillo y con una mirada de cordero degollado vió como su último vicio se esparcía entre el agua y sus manos temblorosas. Sintió ganas de gritar, de azotar su cabeza contra un muro, de morir al fin. Sólo pude verlo llorando en la cuneta mientras la gente ya acudía a sus trabajos como cualquier día normal.