Efraín se escabulló por la puerta trasera de la tienda. Clara lo buscaba inútilmente dentro de ella, muy afligida, ya que la niña de ambos estaba enferma y el tipo no había aportado el dinero para su alimento y educación.
Efraín sonreía con un cigarrillo entre sus labios mientras barajaba las cartas del naipe. Sus amigotes aguardaban que hiciese la repartición y no le despegaban el ojo a sus manos tramposas, ya que bastaba un simple descuido para que apareciese un truculento as bajo su manga de holgazán adicto a la buena vida y a las malas costumbres.
Al final, la mujer encontró al tipo en el improvisado garito y se abalanzó sobre él para solicitarle el dinero que le pertenecía a su pequeña.
-La niña está muy mal y tú ni te has acercado a la casa para dejar la miseria de plata que le entregas.
-Esto debemos conversarlo en otra parte –le respondió el tipo, apuntándola con su dedo larguirucho- y por supuesto, no ahora.
Efraín le hizo un gesto con su mano, conminándola a abandonar el lugar, pero la mujer no se movió y, muy por el contrario, se cruzó de brazos y se plantó enfrente de él con la firme resolución de no moverse de allí.
-Clara por favor. No es el momento para que me vengas a hacer escándalos. Retírate de aquí. Te prometo que después conversaremos.
-La niña necesita médico. ¡Está muy enferma! ¿Acaso no tienes corazón, hombre por Dios?
-¡Vete mujer!
Clara le dio un manotazo a las cartas, las que cayeron al piso como colorido follaje y la mano de Efraín se elevó instantánea para abofetearle el rostro. La sangre manó de la nariz de la mujer manchando sus ropas, sus manos y el piso. El hombre, enardecido, se levantó para proseguir golpeándola, pero sus compañeros se abalanzaron para detenerlo. Los ojos de Efraín parecían echar chispas cuando le gritó a la mujer: -Ándate lejos de aquí, porquería, si no quieres terminar en el hospital. Y con respecto a tu cría, me importa un comino ¡Ya lo sabes!
El hombre estaba borracho como cuba cuando sus amigos lo despertaron. Su lengua traposa sólo profería incoherencias y movía sus brazos como aspas tratando de aferrarse a cualquier objeto. Los hombres le hicieron tragarse un tazón repleto de café y en pocas horas ya estaba medianamente repuesto. Esa noche tenía un importante trabajo y era primordial que estuviese en sus cabales. Se dirigió a una tienda en que le era fácil escamotearse cualquier artículo, puesto que los dueños eran dos ancianos, muy fáciles de engañar.
Salió con una botella de licor y varias cajetillas de cigarrillos entre sus ropas, de paso le robó las monedas al ciego que pedía limosna en la esquina, se encaramó sin pagar su pasaje en el autobús que lo dejaba cerca de su casa y al descender del vehículo extrajo el dinero de una billetera que le birló a un desprevenido pasajero.
-Perdónalos señor porque no saben lo que hacen- pronunció el Cristo crucificado y su cabeza se dobló penosamente sobre su cuello. –Consumado es –dijo el Nazareno con un hilo de voz antes de expirar. El silencio solemne, plagado de sollozos contenidos se desbordó un segundo más tarde en entusiastas aplausos que llenaron el recinto. La actuación había finalizado. Los actores se presentaron en hilera frente a ese público que los aplaudía con gran entusiasmo. Efraín levantó su cabeza y sonrió beatíficamente. Dos compañeros desataron sus brazos y le ayudaron a descender de la cruz…
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