Seth encuentra algo tirado en la galería donde apila sus cosas. No entiende los extraños símbolos en aquel papel: en el mundo en el que vive, leer no es una necesidad.
Sin embargo, la postal impresa lo sorprende: se trata de una imagen en la cual la vegetación es mínima y el paisaje gris. Pero lo que más le sorprende, es ver seres humanos amontonados en grandes cantidades. Hasta donde él sabe, apenas hay unos cuantos cientos de personas en todo el mundo. Intrigado, recoge el papel para llevárselo a Antonio, el más viejo de la comuna, y preguntarle lo que sabe de aquello.
-¿Qué es esto? –pregunta Seth al anciano extendiéndole el papel. Antonio, un hombre que fácilmente rebasa los cien años de edad, y hasta donde su comunidad sabe, el último sobreviviente de un mundo del que ellos sólo alcanzaron a ver el ocaso, levanta la cabeza, mirando al cielo. Contiene las lágrimas, y cuando la voz finalmente le sale, lo hace temblando con tristeza.
-Esto es una ciudad…
Todos lo miran extrañados. Antonio se enjuga un par de lágrimas, se toma un tiempo antes de proseguir.
-Antes, cuando todavía nacían niños, los seres humanos nos acomodábamos en lugares que llamábamos ciudades. Eran enormes, pero en la mayoría de los casos, apenas alcanzaban para contenernos a todos…
-Imposible –dice uno de los presentes- eso debe de ser un truco. Además, jamás he visto montañas tan grises y tan derechas como las que salen ahí.
Antonio ríe amargamente. Da unos golpecitos a la pared, mientras responde a su interlocutor.
-Cierto, jamás las has visto, pero vives dentro de una de ellas. La diferencia es que ahora están cubiertas de vegetación… aunque ustedes no lo crean, hijos míos, la humanidad llegó a pensar que era dueña del mundo.
-¿Qué pasó? –pregunta Seth con curiosidad, mientras una pequeña multitud se reúne en torno al viejo.
-Nunca les he contado… quizá soy el único que alcanzó a ver los últimos tiempos del apogeo de la humanidad, y aún así fue poco lo que presencié. Recordarlo es muy duro para mí…
Después de una pausa, el anciano continuó:
-Pero es justo que lo sepan. Además, ya no habrá nadie más que escuche y transmita esta historia, contarla o no es irrelevante… pero me quiero desahogar…
“Hubo un tiempo en el que nuestra raza pobló el mundo de cabo a rabo. Imagínense ustedes: éramos demasiados, y eso suponía un problema para nosotros. No había suficiente comida ni espacio para todos. Además, estábamos consumiendo al resto de los animales y plantas que habitaban el mundo con nosotros, incluso con aquellos que poblaban el mar. Estas cosas yo no las viví, pero cuando era un niño, se conservaba la costumbre de contar los sucesos del pasado, para que en el presente y futuro pudiésemos prepararnos y sobrevivir… pero nadie hizo caso, y cuando lo hicieron, ya fue demasiado tarde.
“Según lo que se decía en esos tiempos, algo muy extraño ocurrió en el comportamiento humano, a mediados del siglo XXI: hembras y machos comenzaron a sentir atracción por miembros de su mismo género, por lo cual el sexo perdió su utilidad original: perpetuar la especie. Las parejas de géneros distintos cada vez fueron más raras, mientras que las de un mismo género, llamadas homosexuales, enarbolaban banderas de “liberación” y “tolerancia”, convirtiéndose poco a poco en la tendencia dominante entre la gente. En ese entonces a todos nos pareció muy bien; tanto, que incluso se le confió a las parejas homosexuales el cuidado de niños que por alguna razón, se habían quedado sin padres.
“Pero algo comenzó a ir mal, muy mal: llegó un momento en el que hembras y varones no se atraían en absoluto, por lo que el número de nacimientos disminuyó. Al principio pensamos que estaba muy bien, que el planeta necesitaba un respiro, que ya éramos demasiados. Pero cuando la población joven comenzó a disminuir, sin una fuerza laboral que pudiera sacar adelante a los países (en ese entonces, había grandes comunidades que juntas formaban algo llamado “país”), todos se comenzaron a alarmar. Los dirigentes invitaban a los homosexuales a reproducirse por lo menos un par de veces durante su vida adulta, y estos lo acataron, a pesar del asco que sentían por el sexo opuesto.
“Sin embargo, ya no había marcha atrás: a pesar de que el programa de apareamiento parecía ir por buen camino al principio, la naturaleza nos dio la vuelta con rapidez: al cabo de un par de años, todo aquel macho que copulase con una hembra, terminaba muerto después del acto, el cual no siempre terminaba con la fecundación de la hembra. Ante semejante panorama, cada vez fueron menos los machos dispuestos a aparearse.
“Los dirigentes se dieron cuenta del problema con rapidez, y no hubo amenaza o represalia que persuadiera a los machos a continuar con el programa. Así pues, se decidió utilizar la cópula como castigo. Por esa época, a quien cometiese un acto indebido se le resguardaba en una especie de depósito de humanos llamado “cárcel”, en el cual debían permanecer determinado tiempo, dependiendo de su falta. Los dirigentes decidieron que sería más útil que estos individuos dieran su vida procreando, en lugar de depositarlos en las cárceles. Pero dicha estratagema también fracasó: al cabo de determinado tiempo, no sólo los machos empezaron a morir tras la cópula: la gran mayoría de las hembras morían al momento de dar a luz una cría.
“Pronto, los líderes se dieron cuenta de que había poco por hacer. Las ciudades se fueron transformando en pequeñas poblaciones con alguno miles de habitantes, después, en caseríos con apenas unos cientos, hasta llegar a las comunidades de unos pocos individuos, como la nuestra. Dejamos atrás viejas costumbres, como guardar nuestras memorias o copular, para enfocarnos en sobrevivir.”
El anciano sollozó unos momentos, mientras la comunidad lo observaba en silencio. Con algo de esfuerzo, el viejo se recompuso y continuó con el final de su relato:
-Lo más gracioso de todo, es que la historia de nuestra raza estuvo a tal punto ligada a la violencia, que llegamos a pensar que nos destruiríamos a nosotros mismos, junto con el planeta, de una forma rápida y definitiva. Nadie pudo anticipar que la paz, ese bien que tanto anhelamos en otro tiempo, se daría al final de nuestra existencia; mucho menos que nuestra agonía sería tan lenta y hasta cierto punto, placentera.
El silencio reinó por un momento entre los presentes, que poco a poco, se retiraban a sus madrigueras. El viento arrastró la fotografía, sin que nadie hiciese nada por rescatarla.
Cuando el viejo Antonio se quedó solo, se recostó en el frío suelo de piedra. Cerró los ojos, evocando los tiempos que apenas unos minutos antes había evocado con impotencia. Tranquilo, dejó que la vida se le escurriese, escapando junto con el cálido aire de la noche.
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