La mesilla de mármol se deleita con el paisaje del jardín a través del límpido ventanal. Sobre ella reposa, transcurre la vida en silencio de una botella de cristal, siempre con el brandy suficiente para exaltar los recuerdos. Un sólido cenicero de cristal Bávaro, y un ostentoso mechero de fina porcelana.
El misterio de los objetos inanimados radica en su pasividad deseosa de que la voluntad humana les permita desplazarse y manifestarse.
Ahora, en tu ausencia, no comprendo porqué estos objetos reclaman el derecho de ser testigos y participes de aquellos apasionados encuentros de fulgor eléctrico. Quizás porque siempre estuvieron involucrados en nuestra breve y, por tanto, febril actividad amorosa.
Objetos que dieron brillo y personalidad al alcohol que aligera el ánimo y entorpece la palabra. Receptáculo cómodo y amable del cigarrillo que permite un descanso en la tensión de sincerarse, de asumir nuestro pasado estanco cuando este se manifiesta imprudente, pero ineludible para explicarnos el presente. Y el mechero como símbolo de un presente que permite el lujo de sublimar lo barato como alegoría de los logros profesionales.
La luz les acaricia como lo hacíamos con nuestros cuerpos y miradas, también cuando las manos ligeramente temblorosas les transmitían, tal vez, apasionadas inquietudes.
Y al caer la noche, cuando me canso de contemplar los tres objetos que nos contemplaron y que ahora retraídos en su recóndita existencia muestran sus últimas luces de colores como avisos de un lenguaje sin voz ni ritmo para todos los ajenos, pero para nosotros colmados de ecos y rumores, no dejo de pensar en los efímeros y eternos días que vivimos solos, tu y yo, en esta casa huésped de la mesilla de cristal, una botella con el brandy suficiente para exaltar los recuerdos, el cenicero de cristal de Bávaro repleto de colillas y cenizas, y el ostentoso mechero.
Al llegar la madrugada en la soledad de esta casa, y ante tu ausencia no resisto la tentación de dotar a esos objetos un valor trascendente, de existencia y voz propia. Pero mejor les doy la espalda y sin verlos me voy derecho al jardín donde la brisa sin aire que es el destino escribe las letras, tal vez inverosímiles, del recreo en el cotidiano aburrimiento, ya definitivamente sin tu cuerpo y tu latido. Sin nuestra querida niña de los ojos color aceituna.
I
Corrían los primeros meses de su jubilación. Días en que Don Hernán compartía el temor de sobrevivir los años futuros con una modesta pensión y el arribo de enfermedades que en esos momentos ya se anunciaban en dolor de articulaciones y una tos persistente. Pero también el gozo de la liberación de la rutina diaria, la pesada carga de las responsabilidades, que si bien nunca se reflejó en un sueldo acorde, sí le permitió permanecer treinta y tantos años en el fragor ininterrumpido, porque fueron miles de jornadas sin retardos o inasistencias, aún en el difícil tiempo en que como consecuencia de su divorcio y la resultante depresión se refugiaba en el alcohol con la resaca del día siguiente. Pero ahí estaba siempre al pie del cañón, mejor dicho, del escritorio, minutos antes de la hora de entrada.
Hombre disciplinado, acostumbraba arreglar su jardín un par de horas antes de caer la noche. Examinaba la vida de las plantas en busca del entusiasmo placentero de la floración, y las regaba cuando éstas podían recibir los chorros de agua sin peligro de enfermarse.
En esta labor llena de nostalgia, evocaba la niñez de sus dos hijas ahora independientes, y que por cierto nunca compartieron su gusto por manipular tierra y vegetación. Pero el trajín de la jardinería y el cansancio de los recuerdos le permitían afrontar de buena manera la soledad de las horas de sueño y madrugar al día siguiente para correr a buen paso un par de kilómetros en el parque del barrio.
En esta existencia sin sobresaltos, de vez en cuando le asaltaba una especie de estupor expectante o premonición de que algo o alguien cortaría de tajo su acontecer diario: leer, mejor, releer a los clásicos, porque la literatura contemporánea le parecía presuntuosa y superficial, o sea, la misma cosa, cuatro años de estudio en la universidad, y poca, muy poca vivencia.
Como bien planteó en una entrevista Rafael Alberti: los escritores jóvenes en lugar de sentarse frente al ordenador a escribir lo que imaginan que es el amor, deberían mejor salir a la calle a ver a las mujeres y escribir luego sobre eso.
Y la cocina, otro de sus placeres, máxime cuando después de décadas de comer cualquier cosa en la calle, ahora podía preparar lo que le placía, acompañado de los vinos que había acumulado en los últimos tiempos pensando justamente en los años de la jubilación.
¡Criatura, mira tú que bonitas las flores del señor! La voz femenina con acento caribeño sorprendió a don Hernán que como primera reacción trató en vano de esconder el torso desnudo, porque así le gustaba arreglar el jardín, pero en un rapto de cordura que le decía que era ridículo a estas alturas de la vida sentir pudor, e impulsado por la violenta y profunda razón de que a su vida le faltaban carne y pasión, volteó hacia las alturas de donde provenía esa voz que adivinaba joven, aunque no tanto, pero si excitante, suficiente para sentir un latigazo que hizo reaccionar la parte del cuerpo de común aletargada.
Las neuronas con la velocidad del sonido, que ya no de la luz, recordaron que la noche anterior se había estacionado frente a su casa un camión de mudanzas, y de inmediato dedujo que quien hablaba, para ser escuchada, hacerse notar y esperando una respuesta era la nueva inquilina del departamento en el edificio que colindaba con su morada y que veía a su querido jardín.
El fracaso de tantos y que tanto se han esforzado por explicar la vida, solamente puede ser explicado por la verdad de que la existencia es un caos inexpugnable
Entonces la embestida de la vida en línea recta: nacer, crecer, estudiar, trabajar, enamorarse, trabajar, casarse, reproducirse, trabajar, divorciarse, trabajar jubilarse, cagarse en la pijama y morir, fue borrada, dejada atrás, por unas simples palabras: ¡Criatura, mira tú que bonitas las flores del señor!
II
En la fotografía añosa, un verde macilento se extiende como queriendo borrar las huellas del pasado. Ahí, Don Manuel, el padre del ahora también Don, y entonces con unos doce años, y su hermano sin dientes, delatando su infancia. Como fondo el jardín nuevo, cuando y como se mostraba en la adquisición de la casa familiar que ahora aloja la soledad del viejo conmovido ante el ¡Criatura, mira tú que bonitas las flores del señor!
Don Hernán era entonces un adolescente atormentado debido a la letanía del sacrificio del Don original para pagar la hipoteca, las penurias para hacerse de la casa, hechos que daban naturalidad al hecho de que el jardín fuera refrescado a golpes de baldes con agua, porque en ese momento un utensilio tan común como una manguera, estaba fuera de presupuesto.
Tal circunstancia le preocupaba, pero no ocupaba. Al final de cuentas donde no faltan los tres alimentos no hay carencias, pero eso no lo sabia, sólo lo presentía, pero con la fuerza de la presunción que es certeza.
Su malestar existencial nacía del choque de las olas de hormonas contra el muro de los prejuicios patriarcales. El peso de la responsabilidad que recae sobre el primogénito sin razón razonable.
Y se ha escrito progenitores y primogénito, y se ha dicho responsabilidad, carga y cagar la vida del hijo primero, porque de los sucesores es el mundo descargado de cargas.
Por eso la mirada del joven es triste, como apagada, aunque la fuerza de la naturaleza tiene el poder de borrar esas sutilezas, para resaltar la belleza del cachorro de ojos castaños y tupidas pestañas. La piel del rostro blanca, limpia y estirada, exaltan la galanura del joven.
Un núbil integrado al paisaje del jardín fresco, sin nada que reprochar el uno al otro, sino una complicidad silenciosa en que él repite en silencio a Serrat, "como crece la hierba a golpes de sol y agua, y el jardín agradece con el aroma de la tierra mojada, jubilosa por receptiva.
III
¿Cómo y qué sentirían sus dedos, las yemas, recorriendo la piel tensa y húmeda de esa mujer? Agradecidos por cambiar la aspereza de la tierra por la seda que se sumerge en la maravilla de los dos pliegues que como ríos marcan la frontera entre la espalda y el nacer de las nalgas que son montañas para recorrer despacio muy despacio. Pero Eros desaparece ante la mirada furtiva que se topa con los dos luceros color aceituna de una niña de pelo hirsuto. ! ¡Hola señor! ¿Cómo está?
El viejo se torna galante y tierno, y en un rapto de añeja cortesía hace una especie de caravana con el brazo derecho mostrando, ofreciendo las flores de la petunia: -para ti, guapa-.
Y qué cosas tiene la vida, se sonrojó, como no lo había hecho en años y años de macilenta madurez, quizás por la presunción del arrebato o el esfuerzo de la genuflexión, o las dos cosas, pero bueno, eso no importa. El dato relevante es que la emoción surgió entre las cenizas de la tristeza.
! Gracias, gracias señor, ¡ahí se ven muy bonitas! Corta la emoción Monse, como dando punto final al acercamiento que preludia intimidad. Don Hernán, acostumbrado a las frustraciones, a las ilusiones rotas, asiente con la cabeza y se retira, a pesar de que la niña de ojos color aceituna se rebela pero yo las quiero mamaíta, las quiero.
Acostumbraba abrir al azar un libro y leer cualquier frase que ligaba a su acontecer diario, porque como la vida es un caos, solamente podía cobrar sentido en el azar. "Calma portugueses escuchad y tened paciencia".
La frase de José Saramago, "Somos cuentos de cuentos" la leyó después de hacer la graciosa huida ante la negativa de la no tan joven caribeña al ofrecimiento de las petunias, y la caprichosa respuesta de la niña: "pero yo las quiero, las quiero".
No la soltó- la frase- en toda la noche, aunque cómo hubiera deseado que fuera la no tan joven caribeña.
IV
El joven Hernán estaba loco por el fútbol. Después de la comida jalaba a su hermano sin dientes pero con una pierna izquierda de crack a reproducir en el pequeño jardín del hogar las hazañas de los monstruos del Santiago Bernabeu, Maracaná, Wembley o Ciudad Universitaria. Ahí hacia simultáneamente de portero y cronista vociferante de los "atajadotes" del guardametas de moda frente a la zurda de oro del hermano que ya no era tal, sino Garrincha, Rivelino, Di Estefano o el mismísimo Pelé
Y se llegó al último minuto de la final del mundial, a resolverse con un penalti decisivo. La perla negra, encarnada en el hermano blanco, tomo vuelo y lanzó certero trallazo, como dictan los cánones. Fuerte, bajo y colocado a la izquierda de la araña negra, Lev Yashin y...."¡paradón señores del guardameta ruso, la Unión Soviética se corona por primera vez en la historia del fútbol!
Brincó el joven Hernán, pataleó y festejó en grande mientras su hermano, poseso de su papel, se esforzaba en contener las lágrimas en unos ojos rojos de coraje, de común azul cielo cuando este se despereza al iniciar el día.
El fracaso de tantos y que tanto se han esforzado por explicar la vida solamente puede ser explicado por la verdad de que la existencia es un caos inexpugnable.
En el éxtasis del festejo alzó la vista hacia el cielo y se topó con dos espectadores en el palco de una ventana en el mismo edificio que ocupa la mujer de senos generosos y su pequeño retoño, pero en ese día, tan lejano como media centuria descubrió a un negro y una mujer al lado, él con el torso desnudo y ella con una bata transparente y abierta hasta la cintura dejando ver el esplendor de un par de tetas blancas como la nieve y rosadas aureolas. Protagonistas del descanso demandado por horas de sexo vespertino. Ella se apresuró a cerrar la bata y se retiró. Su compañero, a la postre un futbolista brasilero, soltó una carcajada para seguir a la mujer, no sin antes hacer con los dedos la seña de la victoria al joven Bassin.
Fue un momento que marcó la vida de Hernán. Se prometió ser futbolista, tener una mujer a quien hacerle el amor y con quien ver la vida pasar plácidamente, en el descanso del guerrero, contemplando la naturaleza, aunque fuera en el reducto de un jardín ajeno enclavado en unos cuantos metros de la gran ciudad de asfalto.
Entonces no conocía la sentencia que dice que la madurez es el reconocimiento de los sueños no alcanzados.
V
-Con el respeto que usted me merece, pero ahora que la veo lavar los trastes me acuerdo que tengo un tío, soltero el hombre, que hace años se compró un departamento con un balcón muy bonito. Pues resulta que fue a la inauguración un amigo de mi padre, bastante vulgar, bueno vulgar, pero simpático, entonces cuando fue a conocer el balcón le dijo a mi tío: oye pepito, aquí puedes traer a una muchacha, una sirvientita que te voy a presentar, pero mira, en la tarde como a esta hora le dices: niña, asómate, mira que bonito paisaje, y en cuanto se empine,! órale, zàs, pepito, ya la hiciste!
-Pero hombre y ¿qué contestó su tío?-
-Pues como que se ofendió, es que es taimado, no se, taimado, o muy serio,
-Oiga, qué es eso de taimado, ¿es una forma de decir maricón?, pero bueno no se ofenda, lo importante es ¿porqué se acordó de eso?
-Es que...es que, bueno... es que al verla, así en esa posición, me vino a la mente la anécdota. No sé, ¡ni pregunte porqué!
Ella rió, con esa risa caribeña franca y sonora, y sin voltear contoneó el culo, muy cerca de los muslos de Don Hernán que sintió el alivio de no haber ofendido con esa historia y agradecimiento al vino que provocó el atrevimiento.
-Ay, Monse, si tuviera veinte años menos sería capaz de hacer una barbaridad.-
-Usted puede hacer lo quiera señor, ¿no se ha dado cuenta que se conserva muy bien, y que sigue siendo muy atractivo? ¡Ya me imagino las señoras que quisieran ser su novia!
Volteó la mulata no tan joven de piel tensa y húmeda, haciendo derroche de sensualidad, termino de secar sus manos en los hombros fuertes de Don Hernán y lo beso suavemente.
Labios líquidos y lengua sedosa acariciando la boca sabor a vino del hombre maduro que en ese momento se sentía transportado a los años en que sucedió el episodio en que era "Yashin" en la portería del jardín familiar.
La promesa cumplida, el futbolista al lado de la mujer de bata transparente y senos al descubierto. La vitalidad del miembro que demuestra no ser menos resistente que el corazón que trabaja y trabaja aun en las peores condiciones, y se mantiene fuerte y potente con la vitamina de la esperanza.
VI
El timbrar del teléfono, particularmente violento, grosero y agorero de desgracias después de media noche, despertó a Don Hernán.
-Señor, mi hija se puso mala. y no tengo donde ir, ayúdeme pol pavol, está ardiendo en temperatura y no tengo donde ir!
Despertar abrupto, corazón acelerado a múltiples revoluciones, motor que amenaza con escupir válvulas en el efímero instante que toma dejar de soñar con los retoños de las petunias y mirar a lo alto, al tercer piso, la ventana en que encaramadas aparecen una mujer con rasgos mulatos de protuberantes senos, o por lo menos esa impresión provoca su postura sobre el marco del ventanal; y en brazos, una niña de unos cinco años de cabello castaño e hirsuto y enormes ojos color aceituna.
Los recursos económicos de Don Hernán no son muchos, pero es un hombre cauto y tiene la tarjeta de crédito libre de cargos, para el viaje a Madrid, que ahora se esfuma como infantil quimera. Entonces comprendió la sentencia que dice que la madurez es el reconocimiento de los sueños no alcanzados.
Fueron momentos difíciles, en que volvió a retomar el cigarrillo como actitud compulsiva, pero a la vez satisfactorios, sobre todo cuando una enfermera rubicunda se le acercó y le dijo, -no se preocupe señor, su nieta ya está bien, ya viene el doctor para decirle que al rato se van a su casa.
VII
Las manos frías de Don Hernán entraron en calor tan pronto rozaron, levemente, con suavidad los pechos firmes de Mostserrat, los pezones erguidos que clamaban una boca que los succionara.
La vida cuando es generosa otorga más que los sueños.
La mujer del futbolista brasilero, las mujeres que fueron, todas desaparecieron de la mente de un hombre sin recuerdos, inmerso sin tiempo en la faena de complacer la lujuria contenida y que se ceba en la piel tersa, y jugosa de esa mujer la única real. No era dueño de sus manos, acariciaba y acariciaba las nalgas de la mulata, hasta que penetró con vigor las puertas del castillo de la reina. Y se dio con tanta pasión, tanto amor, que el orgasmo duró y duro, antes y después de la penetración.
Llegó el momento en que a propósito y en rapto de conciencia después de tres días de pasión, se retiró de ella, porque sabía que esa mujer era más adictiva que cualquier droga, aunque en realidad no tenía experiencia en el tema, pero si intuición.
VIII
Y el viejo se agacha a recoger las mierdas de un perro tuerto, su única compañía desde que Monse desapareció del mapa de su vida buscando las luces de neòn de Miami.
Y hasta allá se fueron la madre y su cría, la de ojos aceituna que con lagrimas y tristeza le encargó a su viejo amigo un cachorro pit bull : -ná mas que me lo cuide un ratico Don Hernán, que ya pronto vuelvo por él, cuando este un poquito màs grande.
La sábila creció irreverente, como suele hacerlo, sin permiso. La lavanda, ese par de ramitas enclenques que hizo sembrar a Monse con la promesa de tardes aromáticas, se transformaron en ostensible arbusto, que repite, tal vez, el tránsito por la vida del hombre taciturno que mal gastó su juventud en un escritorio: frondoso y con ligero aroma.
La palma también engendró retoños.
¿Tanto tiempo ha pasado? y sin noticias de la pequeña de ojos color aceituna. ¿Se habrá casado? Probablemente no. Seguramente no. ¿Cortadora de caña? tampoco. ¿Post revolucionaria? definitivamente no. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que la pequeña de ojos verdes y cabello hirsuto se le colgó a Don Hernán del cuello saliendo del hospital con la fuerza de quien encuentra el soporte de su existencia?.Mesera en Miami? Probablemente.
¿Y Monse ?
IX
¡Criatura, mira tú que bonitas las flores del señor!. La voz femenina con acento caribeño sorprendió a don Hernán que como primera reacción trató en vano de esconder el torso desnudo, porque así le gustaba arreglar el jardín, pero en un rapto de cordura que le decía que era ridículo a estas alturas de la vida sentir pudor, e impulsado por la violenta y profunda razón de que a su vida le faltaba pasión, volteó hacia las alturas de donde provenía esa voz que adivinaba joven, aunque no tanto, pero si excitante, suficiente para sentir un latigazo que hizo reaccionar la parte del cuerpo de común aletargada.
X
¿A quien le puede interesar cómo acaba la historia? Por lo menos a quien la ha seguido. Porque todo esfuerzo es digno de recompensa.
El final puede tener dos desenlaces, uno, para el lector romántico:
Don Hernán se encuentra con sus dos amores aumentados en tres, y envejece feliz con su jardín, libros viejos y muchos nietos jugando futbol.
O bien, el final que fue realidad, simplemente lo que fue:
Esa voz no era tal, un recuerdo, una fantasía escondida en el cerebro del viejo y que reaparece con misteriosa resonancia.
Regreso mustio a la mesilla de mármol que sostiene la botella de brandy, misma que apura sin recato. Enciende un habano, inhala profundamente, tira apenas un trozo de ceniza, mientras hojea la parte médica ; cáncer terminal en los pulmones.
¡A la mierda todo!.
La italiana, la Pietro Barreta que penetra por la boca, se ubica en el paladar , y ¡bam! Finito.
Las flores del jardín, indiferentes, siguen su vida en otoño.
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