Entró a una bodega del Sur de los Estados Unidos, con cortesía solicitó una bolsa de papel, desabotonó su coat y empezó a sacar dulces, chocolates, papitas, galletas, chicles, un mundo de colores y sabores tan diversos como este mercado. Transfería del interior de su abrigo a la bolsa todo lo que traía oculto; sodas, jugos, té frío, leche y café en polvo, caja de cereales, compotas, avenas y entraba estos productos llenando los ojos del dependiente. Continuó con navaja de afeitar, desodorantes, jabones, pastas y sepillo dental, cintas adhesivas, clic, grapas, libretas, lápiz y cuadernos, calzones y carteras de mujer, pantalones y franelas, zapatillas de las mejores marcas, computadoras portátil; con una serenidad aplastante, surtía sus manos con teléfonos celular, mp3, cámaras digitales, extraídas de su abrigo, una bicicleta, un neumático, un radio de auto y un reloj, Balada para Adelina, interpretada por Clayderman, los últimos film del año, cables del tendido eléctrico, el rotulo de una calle, un coche, un bote y la avioneta de su sueños, sustraídas quien sabe de que lugar y en que momento, los manuscritos de La Divina Comedia, La danza de Picasso, La Gioconda de Leonardo da Vinci, marina de Claude Monet y una edición príncipe de Edgar Alan Poe. Dinero y piedras preciosas, en este mundo de las indefiniciones; La Medalla al Novel de la Paz del 2010, expedientes repletos de información clasificadas, las playas, los océanos, islas y continentes, espacio aéreo y universo, sacó y metió algo indefinible, indescriptible, intangible, “la certeza de lo que se espera, la convicción de los que no se ve”, ante la mirada atónita, la bolsa quedó a medio llenar. “ni Dios se salva”.
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