Dentro de un marco familiar Josefa nos señaló el descuido que con su madre habríamos tenido. Su afirmación me creaba la necesidad de hacer un ajuste con mi ubicación: nací en un pueblo de una isla, luego viví en su capital. Más tarde partí al extranjero, específicamente a una urbe gigantesca, pero después de mucho tiempo cambié de Estado y, por supuesto, también de pueblo. Oportuno es apuntar que nadie de los presentes cuadraba con esas movidas. Pero la madre de Josefa era una realidad inobjetable.
Cuando ésto pasó era casi verano del 2009 y lo dicho por mi abuela incluía un error, porque en la casa estaba mi madre, mayor de edad e idónea para realizar la supervisión de la vida de mi bisabuela y, ¿porqué, según ella, no lo habían hecho?. Sin embargo, surgía lo del tiempo o dicho de otra forma: ¿cuán largo habría sido ese descuido?. En lo interno, percibía que era verificable su estado, pero en la práctica yo ahora no tenía ninguna posibilidad de desplazamiento y confié ciegamente en que alguno de mis hermanos tuvo que haberse ocupado de esa señora.
Algo extraño también, es que en mi mente el reclamo de Josefa caía en el vacío. Porque hay un lapso de dimensión desconocida en que su madre carece de registro en mi cerebro. Por tanto, se anula cualquier impulso de comprobación que se tradujera en acción o estímulo físico. Y Josefa se había dirigido a un grupo de personas, pero solo yo dí la impresión de haber captado lo que implicaba su aseveración. Dí un salto, no sé sí para adelante o para detrás de mi laguna mental en busca de una explicación. Y la encontré.
Porque resulta que la madre de Josefa había muerto hacía ya muchos años. Destello lumínico que no aportaba la suficiente claridad al hecho. Sólo era un punto de entrada al enigma. Enigma que, al parecer, solamente yo podría descifrar, pero era humano y disponía de herramientas humanas y el usarlas, ahora no era de humano. Por otro lado, lo objetivo que supera lo subjetivo, en este caso no obedecía, porque Josefa tampoco vivía desde casi el verano del 1976.
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