Cumplir como madre y cumplir como esposa, con dos pequeñas que atender, y al mismo tiempo estar al día en los deberes para con el editor no es cosa sencilla, pero Jéssica, mujer moderna, se daba tiempo para todo. Una vez que los niños descansaban en sus camitas aprovechaba para encender la laptop y trabajar en su nueva novela mientras llegaba el marido, entonces tenía que levantarse de la mesa de trabajo para entrar a la cocina a preparar la cena.
A pesar de todo su ajetreo doméstico, Jéssica era una exitosa novelista a su corta edad, un par de editoriales se disputaban su obra. Sus novelas cortas sobre romance -su especialidad- se vendían como “pan caliente”. Esta noche dispondría de más tiempo para escribir, su marido estaba en viaje de negocios, de manera que no habría interrupción.
Ante la blanca pantalla del Word, Jéssica cerró los ojos por unos instantes, luego remojó sus labios en una copa de un tinto de Rioja y comenzó a escribir:
Viajaba sola, cruzaba el Atlántico en un vuelo de Iberia rumbo a Madrid, era un viaje relámpago obligada por cuestiones de trabajo. Relajada en mi amplio asiento de primera clase y con un vodka en la mano leía un clásico de la literatura erótica: Belinda, de Anne Rice, novela escrita bajo el seudónimo de Anne Rampling. Belinda, una joven de 16 años enamorada de un tío de 44 años -Jeremy Walker, ilustrador de libros infantiles-, con quien vive tórrido romance.
Mientras Jeremy Walker plasmaba en un lienzo el joven cuerpo desnudo de Belinda, la azafata me sacó de la lectura.
--¿Desea cenar?
Casi al mismo tiempo depositaba en mi mesilla desplegada un plato de pollo con legumbres de muy buen ver. Mi vista se desvió de las páginas del libro y encontró el rostro de la azafata. Piel muy blanca y tersa, boca ancha y labios angostos, una nariz que podría calificar como perfecta. Enormes ojos color miel y rizadas pestañas. Su cabello rubio, muy recortado, caía en un mechón sobre su frente. No tendría más de 24 ó 25 años. Su nombre: Haydée. Esto lo supe enseguida por el gafete que portaba. Haydée, nombre griego que significa acariciada.
--Esto se ve bueno –respondí sin quitarle la vista de encima.
La azafata estaba por depositar, junto al platillo, un juego de cubiertos de plástico.
--¡Joder! –comenté con más ganas de escuchar su respuesta que de manifestar malestar alguno –Plástico, en dónde quedaron los tiempos de la plata... Y eso que es primera clase.
--Lo lamento –dijo ella con voz suave, casi melódica, con marcado acento español –las medidas de seguridad nos obligan a esto.
Me adelanté a tomar los cubiertos de su mano; lo hice para aprovechar el momento y rozar con mis manos la blanca piel de su mano. Haydée percibió mi intención y por un momento desapareció de su boca la sonrisa que por protocolo se ve obligada a mantener mientras trabaja. No separé mi vista de sus ojos. La noté desconcertada, sin poder sostener su mirada en la mía.
--Enseguida viene el servicio de bebidas, buen provecho –con esa respuesta trató de recuperar la sonrisa perdida para proseguir con su trabajo, pero los nervios no la abandonaron, tanto que estuvo a punto de derramar el pollo con legumbres sobre la pasajera de adelante, una mujer de edad madura, cara de pocos amigos y peor humor, quien respondió de manera violenta y grosera en contra de la joven y perturbada azafata. Haydée se disculpaba, pero la mujer insistía en llamarla inepta, tonta y más calificativos.
Sintiéndome responsable del incidente me vi obligada a intervenir.
--Señora, la chica está disculpándose, cometió un error y es todo, la cosa no fue para tanto, así que modere su actitud.
Desconcertada, la agria mujer se levantó de su asiento para mirar atrás. Me gritó en una pérdida de compostura que no era compatible con sus ropas de gran dama.
--Usted no se meta, a usted que le importa...
No tardó en aparecer la jefa de azafatas para detener el sainete. Haydée estaba cada vez más nerviosa y no sabía qué hacer.
--Esta señora está ofendiendo a la chica por un simple error sin importancia, la chica se disculpó de manera correcta, así que no me parece tolerable la actitud de esta mujer –expliqué con firmeza.
La jefa de azafatas resolvió el altercado en plan conciliador y todo quedó en un mal rato.
El vuelo transcurrió sin más incidencias, me volví a concentrar en las páginas de Belinda, con la joven entregada sin el mínimo pudor a los brazos de Jeremy.
Aterrizamos en Madrid casi al amanecer. Todos los pasajeros se levantaron de sus asientos, somnolientos, ávidos de estirar las piernas, parecía que todos quisieran ser los primeros en abandonar el avión. Tomaban su equipaje de mano y se preparaban para salir. Yo permanecí sentada, Cuando salían los últimos pasajeros me apresté para hacer lo mismo. Haydée estaba en la puerta despidiendo con sonrisas y parabienes a cada pasajero. Cuando llegué ante ella sólo quedábamos las dos en la sección de primera clase.
--Gracias por viajar con nosotros, esperamos que regrese pronto –repitió de manera mecánica, pero con una voz perfectamente armonizada.
--Gracias a ti Haydée --le respondí --estuve muy bien atendida.
–Le agradezco también por el apoyo que me brindó.
--No tienes que hacerlo guapa, es lo mínimo que me correspondía hacer, además, tu error fue provocado por mí... ¿o no?
Comprendí que mis palabras habían removido algo dentro de ella, tanto que reapareció ese nerviosismo que provocó el roce de mis manos. La miré a los ojos y ella permaneció impávida, desconcertada, sin responder. Aproveché el momento para llevar mis labios hasta los suyos y deposité un beso en su boca, beso que ella tomó tímidamente, casi petrificada por la sorpresa.
--Es la primera vez que me besa una mujer --dijo entrecortando las palabras.
--Vaya, qué honor para mí haber sido la primera mujer que besa tus labios. De tu parte me ha parecido un gran beso. Gusto en conocerte guapa.
Dí media vuelta y con paso firme entré al pasillo telescópico. Sentí la mirada de Haydée puesta en mis caderas. Cuatro o cinco pasos adelante di media vuelta y clavé la puntilla: le dije.
--Me hospedaré en el hotel Ada Palace, al final de la Gran Vía, por si te animas a tomar una copa conmigo. Me llamo Jéssica Campos --Luego proseguí mi camino sin esperar respuesta, con una sola idea en la mente: Arriesgué al dar el primer paso y gané.
Esa misma tarde, poco después de las 17:00 horas, bebía una copa de vino de Burdeos mientras trabajaba con mi laptop en la amplia y confortable habitación del hotel. Desde mi posición miraba al través de la ventana la cúpula del madrileño edificio Metrópolis. Una gran postal del viejo Madrid cargado de historia. Me acababa de duchar, de manera que sólo cubría mi cuerpo una suave bata de baño.
Llamaron a la puerta. Fui a abrir; del otro lado estaba Haydée.
--Me alegra que vinieras, adelante.
--Sabías que vendría ¿no? Llevo como una hora recorriendo el callejón del Marqués de Valdeiglesias de un lado a otro, dudando sobre entrar o no.
--Qué bueno que hiciste lo que realmente querías. Bien, no pasa nada, ahora relájate. ¿Una copa?
--Sí, en realidad la necesito.
Después de dejar en sus delicadas manos una copa de vino permití en aparente descuido que se abriera mi bata de baño. Un truco viejo, pero siempre eficiente.
Sin su uniforme de azafata parecía aún más joven de lo que en principio calculé. Parada frente a ella y mostrando mi cuerpo recordé a Jeremy Walker ante Belinda y me pregunté si no estaría cometiendo un error.
Con ajustado pantalón blanco por debajo de la cadera y top color menta que debaja al descubierto un blanquísimo vientre muy plano, diminuta cintura y un ombligo pequeñito, destacando lo terso de su piel, Haydée miraba casi de reojo mi cuerpo desnudo, del cual me enorgullezco considerando mis 35 años de edad de edad y dos partos, el más reciente de seis años atrás.
Apuró a beber el resto de su copa. En sus labios percibí el brillante color del Château Haut-Brion de Burdeos y me apresté a tomar de sus labios el delicado sabor del vino antes que se evaporara. Haydée cerró sus ojos y se entregó.
Teniéndola entre mis brazos, mientras disfrutaba el sabor de su boca, mi cuerpo fue experimentando una suave sensación sentida sólo en mis mejores momentos de entrega al sexo. tímidamente se fue animando a poner sus manos sobre mis hombros, lo hizo con mucha suavidad, como no queriendo disputarme el control de la situación que yo, definitivamente, había acaparado.
Al apartarnos Haydée temblaba.
--Estás muy nerviosa
--Sí, mucho. No me puedo controlar. En realidad no sé por qué estoy aquí, no sé por qué vine, jamás había estado con una mujer y nunca me había pasado por la cabeza siquiera la más remota posibilidad. Y menos con alguien que ni siquiera conozco.
--¿Prefieres retirarte?
--No lo sé... Diría que no, eso es lo que más me asusta.
--Entonces iremos con calma. ¿Te sirvo más vino?
--No, así estoy bien, prefiero mantenerme sobria. –Una leve sonrisa apareció en sus labios.
Cerré mi bata y amarré el cinturón, mi cuerpo volvió a quedar oculto. Haydée puso su atención en la laptop que estaba sobre la mesa de trabajo. Estaba encendida y había varias hojas y libros regados alrededor.
--¿Estabas trabajando?
--Ponía en orden algunos apuntes...
--¿Se puede saber en qué trabajas?
--Puedes preguntar todo lo que quieras, mi vida es un libro abierto, no tengo nada que esconder. Soy ante todo muy franca en todo lo que hago. Me gano la vida como escritora, estoy en España para firmar contrato con una editorial que se interesa en publicar parte de mi obra.
--Qué interesante. Me sorprendes...
--¿Te sorprendo? A qué te refieres.
--Desde el primer momento, la manera como acariciaste mi mano, tu mirada, tu aplomo, no sé, todo fue tan inesperado, Lo sorprendente está en que no me sintiera agredida, ni ofendida, tu sabes... No sé cómo explicarlo. Pienso que con otra persona el incidente hubiera terminado muy mal, pero contigo no sé qué me pasó... Y bueno, por eso estoy aquí.
Mientras hablaba no despegaba la vista de mis senos que apenas asomaban bajo la bata. Tomé sus manos, las sentí muy frías, las conduje hasta mí. Allí las sostuve por unos instantes para que sintiera el fuego que como volcanes guardaban.
--Dios, qué sensación tan extraña... Extraña... pero... hermosa.
Seguíamos de pie, una frente a la otra, junto a la ventana. La tomé por la cintura, mis manos fueron subiendo, percibí su cuerpo más aplomado, sin ese ligero temblor que tenía momentos atrás. Levantó los brazos para permitir que saliera el top.
Sus pequeñas tetas quedaron ante mi vista coronadas por rosados pezones. Bajó la mirada, mis manos exploraron esos nacientes pechos. Percibí intenso calor bajo su piel. Se sentía que algo grande estaba comenzando en aquella suite del Ada Palace, junto a la Gran Vía de tanto abolengo.
Ella daba la espalda al gran ventanal que tiene la habitación, Yo lo tenía enfrente y podía contemplar la majestuosidad del emblemático edificio Metrópolis de inspiración francesa, con una cúpula pizzara con incrustaciones doradas. Mantuve la vista en la Victoria Alada que le corona desde que fue retirado el bronce original del Fénix. Me moví ligeramente hacia atrás y por una ilusión óptica pude ver las alas desplegadas de la efigie como propias de Haydée.
A mi izquierda, la cama cubierta por edredón floreado en azul pálido. Con suave movimiento conduje a mi pequeño ángel hasta ella. Nos sentamos. Mis manos comenzaron a explorar su piel, nuestros labios se volvían a juntar. Haydée se estremecía; yo enloquecía. Recostadas, liberado el broche que sostenía su níveo pantalón comencé a quitarlo. Me detuvo a medio camino. Se incorporó para devolver la prenda a su lugar. Se fue a sentar en el love set de tapiz beige que estaba enfrente y cruzó sus brazos tomándose los hombros para cubrir sus senos. Escondía su cara entre los brazos.
La miré por unos instantes. Me incorporé. Volví a llenar mi copa de vino. Mojé mis labios en el brebaje un par de veces. Me fui a sentar a la banca ubicada al pie del ventanal, quedé frente a ella. Le seguía mirando. Al fin levantó la cara, me miró. Sin pronunciar palabra alguna percibí en su rostro un “lo siento”. Fui hasta ella, me senté a su izquierda y le ofrecí de mi copa. Bebió un gran sorbo.
--Sólo necesito tiempo.
--Comprendo. Tómate todo el que necesites.
Así permanecimos, en silencio por algunos minutos.
--¿Prefieres que vayamos al bar? Allí podemos tomar algo, y también podemos charlar.
--Sí, me parece una idea estupenda.
En el estrecho elevador, apenas para dos personas, Haydée miraba fijamente el tablero de números luminosos. Abordamos en el tres, encendió el cuatro, cinco, seis, abrió la puerta. Entramos a la terraza bar. Elegimos una mesa junto a la balaustrada afrancesada. Ordené un bourbón. Ella pidió lo mismo. Mientras nos servían se levantó para contemplar el Madrid de antaño desde las alturas. Sentada en la baranda volteó y me miró.
--Permanece como estás. No te vayas a mover.
Extraje del bolso el teléfono celular y capté la imagen. Capté una sonrisa fresca, alegre, despreocupada, y una corta cabellera que el viento alborotaba.
Saboreando bourbón hablamos de todo y de nada. Supe que tenía 26 años, aún cuando aparentaba muchos menos, que tenía pocas semanas de haber roto con el novio, porque él no aceptaba su trabajo de azafata, no aceptaba que siguiera vistiendo como a ella le gustaba vestir, no aceptaba a sus amistades... En fin, no aceptaba nada de lo que a ella le gustaba. Prefirió enfrentar un segundo fracaso amoroso que seguir en esas condiciones. Me enteré de cuanto tuvo que luchar para obtener su empleo. Supe que frecuentaba El Rinconcito, una taberna ubicada en el barrio Sol, supe que le encantaba su decoración, también le atraían sus camareros “la mar de sinpáticos”, pero no iba por ellos, sino porque allí bebía los mejores mojitos y se encontraba con sus mejores amistades.
En un momento dado me miró fijamente, tomó mi mano y dijo:
--¿Regresamos a la habitación?
Cuando desperté al día siguiente sólo encontré una carta escrita por ella. Decía:
“Jessica: Todo fue muy hermoso. Gracias por haber sido tan comprensiva conmigo, me hiciste sentir tan bien... Perdóname por no haberme despedido personalmente, hubiera sido muy difícil. Vamos, ni siquiera sé hasta dónde hubieras querido llegar, pero siento que lo mejor es despedirnos así y quedarme con un bellísimo recuerdo de ti. Estás grabada en mi corazón y seguirás conmigo siempre, siempre, siempre. Gracias por haberte fijado en mí. Te deseo lo mejor. Tu pequeño ángel”
Habían transcurrido varias semanas y no lograba quitar de mi mente a la joven azafata, hasta que un día me decidí a buscarle. Comencé por la aerolínea, en donde sólo supe con mucho esfuerzo que había dejado el trabajo. Volví a cruzar el Atlántico sólo para tratar de encontrarla. Fui a El Rinconcito, esperé, mostré su fotografía, volví, pregunté, volvía cada día, los camareros “la mar de simpáticos” no me parecieron tal... Nadie me daba razón de ella y comenzaba a creer que no era real.
Sin poder permanecer más tiempo en Madrid regresé al Ada Palace a recoger mi equipaje. Antes de entrar por el callejón del Marqués de Valdeiglesias me detuve a mirar hacia un lado y a otro por si le veía recorriendo la estrecha vía pensando si entraba o no. Sólo vi gente despreocupada que caminaba, pasaba junto a mí y seguía su camino. En la recepción me entregaron una nota que habían dejado para mí un par de horas antes. La leí.
“Jéssica, me duele saber que me buscas con tanto empeño. Por favor, no lo hagas más. No puedo pedir que me olvides, porque yo misma no podría olvidarte jamás. Te amo, pero será mejor conformarnos con lo que tuvimos y recordar con gusto los momentos que vivimos. Besos para tus peques. Tu pequeño ángel.”
Volaba de regreso. En mis manos tenía el último mensaje, lo leía una y otra vez, hasta que una voz me sacó de la lectura.
--¿Desea cenar?
No, no era Haydée, de ella no he vuelto a saber. De mi pequeño ángel sólo conservo una fotografía, un par de notas, su recuerdo y enorme deseo de volver a encontrarla.
Cuando Jéssica escribía la última palabra estaba por amanecer. Apagó la laptop, tomó el celular y buscó algo en los archivos, apareció en la pantalla la fotografía de Haydée sentada en aquella baranda, la miró por unos instantes, dejó el aparato sobre la mesa y se fue a descansar, pronto habría que levantar a las niñas para mandarlas al colegio.
* En Cancún, costa mexicana del Caribe. |