No era primera vez que lo veía pero nunca dejaba de sorprenderlo… lo miraba con melancolía y futuro. Un día decidió visitarlo, desnudarse ante él, mostrarse tal cual, olvidar los prejuicios. Abrió su maleta, guardó allí telas apolilladas, fotos desgastadas, un anillo, dos anillos, tres… reía y siguió guardando cosas que, pensó, le podría servir para el viaje. La sola idea de volver a verlo le hizo derramar recuerdo que ya creía olvidados, había olvidado llorar. Pero en ese momento no pudo contener las mil y una voces que revoloteaban en el pecho, en la memoria, en la piel. El calor de otro tiempo hizo su efecto y contra su voluntad evaporó todo pensamiento hasta que sin saber si por condensación o por silbar una canción, se humedecía su mejilla al paso que iba cayendo su transparencia recordándole todo aquello que era suyo pero que dejó de lado. Había una lágrima sobre el puño reseco que a fuerza de ánimo cerraba la maleta.
El viaje no duró más de dos horas, por su puesto, con la eternidad de un suspiro. Cuando recobró la conciencia ya estaba instalado y a su lado, sin dejarse ver, un niño contemplando la misma escena. El viejo, sin verlo todavía, abrió la maleta y el niño curioso, la miraba de lejos. Curioso con su curiosidad de niño, respetuoso como en aquellos años. El viejo desenfundaba su ofrenda con la parsimonia de un viejo, con la ansiedad de un viejo ansioso.
No era la primera vez que lo veía en sueños y ahora se dejó conducir por su instinto. Sin que el pequeño se diera cuenta, el viejo lo observaba mientras que, distraído, corría espantando unos polluelos, a ver si con ellos, él mismo aprendía a volar. El viejo fue piloto pero nunca sobrevoló los sueños del niño, eran otros tiempos… otros vientos que los llevaron por senderos diferentes y nunca más se volvieron a cruzar, hasta ahora. Es el mismo espacio, eran otros tiempos…
El niño vio la marca de una lágrima sobre la maleta cerrada a fuerza de desánimo, miró al viejo mientras dormía y con su inocencia y sabiduría de niño supo anticipar su futuro. Esa noche tomó sus anillos y se fugó, era un trato que hizo consigo mismo.
No era la primera vez que lo veía pero nunca dejó de sorprenderlo… ahora hizo su viaje eterno, lo vio crecer, lo vio volver a la casa donde lo vio crecer, lo vio viendo su futuro, se vio y cuando quiso preguntar ¿dónde estuviste? ¿cuándo dejé de ser niño? ya era muy tarde, no había niño, ni viejo, ni anillos. Y a pesar que no era primera vez que lo veía, se preguntó si algún día se volvería a encontrar…
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