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Crisostomo llegó corriendo, se veía agitado; se detuvo junto a la cerca y comenzó a llamar – María… ¡María! - Una niña que se encontraba dando de comer a los pollos en una esquina del patio se enderezo y pregunto con enfado - ¿Qué quieres?
-¿está tu papá? ¿está don Froilán?
No hubo necesidad de ir a buscarlo, ya estaba en la puerta de la casa. Un hombre bajo de estatura y un poco gordo - ¿Qué son esos gritos “cricho”? ya despertaste a la nena y no esta Malena pa´ que la arrulle. ¿Qué pasa?
Casi nada Froilán. Vengo del panteón; estamos sepultando al difunto Don Javier (que en paz descanse) bajamos el cajón, nos disponíamos a agarrar las palas. Cuando su viuda se arrojó al hoyo y no hay modo de sacarla. Arnulfo y Antonio se metieron pero esta bien agarrada de la caja, tira golpes y solo grita “¡entiérrenme con el, entiérrenme con el!”. Ya no sabemos que hacer, queremos que hable con ella.
Froilán entro a la casa. Un rato después salió con el sombrero calado a la cabeza y un puñito de frutitas llamadas capulines – vamos pues – y se encaminó hacia el panteón.
Él era comisario del pueblo, cargo al que llego porque siempre proponía buenas ideas en las reuniones comunitarias y siempre encabezaba las tareas que ahí se decidían. Por eso era tan respetado y sus consejos escuchados. El sabría que hacer en este caso.
Entraron al panteón y se quito el sombrero. Era verdad; ahí, ante varias gentes estaba la viuda, gritando y aferrándose al ataúd. Ya habían probado de todo, era imposible sacarla. Bajó por la escalerilla y platico un rato con ella, la viuda pareció calmarse un momento, pero en cuanto terminó de hablarle comenzó de nuevo - ¡ mi Javier, yo me voy con mi Javier. Déjeme aquí; entiérreme con el !
El hombre subió; se paro a orillas de la sepultura mirando a la pobre viuda; se acaricio el poblado bigote durante un rato y dijo a los sepultureros con desenfado – pues si eso es lo que quiere; entiérrenla – se santiguo ante el difunto, dio la media vuelta y abandono el lugar. Se metió a la boca los últimos capulines y siguió alejándose escupiendo los huesitos de uno en uno y a pausas.
Adentro los enterradores se miraron uno a otro, enarcaron las cejas y encogieron los hombros. Tomaron las palas e iniciaron la faena. Antes de diez paladas la mujer estaba afuera.

Texto agregado el 20-03-2010, y leído por 96 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
08-06-2010 Excelente relato, sabia decisión salomónica... Rosalba_Peale
26-04-2010 Qué buen cuento ! ***** pintorezco
20-03-2010 Muy buen realato. te felicito. louyann
20-03-2010 buenisimo cuento, la historias parece real y el lenguaje costumbrista la hace aún mas vívida divinaluna
 
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