23 de febrero
La temperatura era veraniega, sol tímido y humedad, de esos días que confirman que el clima del mundo no es el mismo desde hace unos años y que nada detendrá el cambio, quizá hasta situarnos al borde del abismo. Los veranos ya no son calurosos, se deshielan las cumbres de la sierra y las arenas cercan las ciudades. ¿Es la misma ruta que seguimos nosotros?, ¿hacemos los humanos el mismo proceso de cambios?, tensiones, mala comida, alcohol, cigarros, depresión, ¿así se desmoronan nuestros verdes interiores?, ¿es el camino que siguen las amebas para hallar el espacio oscuro que las reciba bien?, ¿desaparece el centro de equilibrio de nuestro cuerpo?, sí, creo que esas son las coordenadas de estas enfermedades, somos el resultado de nuestros propios desencuentros. Necesitamos recuperar el equilibrio, armonizar los caminos, respirar profundo, vivir bajo el agua, nadar en el viento, irnos de la ira. ¿En qué momento se jodió mi cuerpo?, ¿es posible señalar el día, la hora, el instante? El medico me habló de cinco años de incubación de las amebas. Cinco años, largo tiempo cargando las amebas iniciales, conviviendo con el visitante silencioso que se acomodaba y alimentaba con ventajas, ¿porqué no reparé en las señales?, fueron varios los avisos, pasé de largo, ciego, indolente. Y, ahora, ¿qué hallaran al abrirme, me dirán la verdad?
Ordeno el pequeño maletín, pasta de dientes, una bata, en fin, lo mínimo. Adelantaron la intervención, un día, ignoro porqué, simplemente me dejaron el dato y punto. ¿Debo llevar medias?, creo que no, tampoco pijama, y mi ánimo no anda bien; miro por la ventana, observo el jodido edificio que me quitó el sol de la tarde, quizá un terremoto lo eche abajo, pienso sin desearlo de verdad. Mara aún duerme, está informada de las fechas y de mis horarios, pero aún no despierta. Me quedan unos minutos en casa, quizá se asome y me despida; me citaron a las nueve, dejaré que siga durmiendo, Ariana viene por mí. Son distintas, como los dedos de una mano. Mara en problemas con el novio, tiene retrasos en la universidad, y esa herida con su madre que no cura aún; está desorientada, es larga la lista de sus problemas, la dejo vivir, pronto se irá de mi lado, ¿viviré para ese momento?, no sé. Maité llega, luce nerviosa, tiene los ojos vidriados, mientras, Ariana toma las cosas con calma; mira a Maité, la analiza, mide, conversa curiosa
La travesía la hacemos en silencio. Ariana mantiene la distancia con Maité. Desconfía, comparten una generación, la mira escrutadora, ¿qué preguntas se hace?, ¿qué nos vincula, cómo fue posible nuestra unión?, no sé, prefiero alejarme de hipótesis, afrontar el día a día. No será fácil el proceso, estamos preparados; los problemas aparecieron desde el instante en que supieron de Maité, me escucharon tensas, desorientadas. Mara se resiste más, mucho más, continúa herida por la desaparición de la familia, juzga, censura. Dejé todo en orden, un sobre cerrado en manos de mi madre, todo en su lugar. Es mejor, ¿quién sabe qué puede pasar en una operación como esta? Aparece la silueta de la clínica, marrón, de vidrios luminosos, se me encoge el alma, hago los trámites, rápidos, amables, hay eficiencia. Me asignan la habitación 107. Sumo las cifras: ocho, me gusta, es mi número. Soñé bien anoche. Me pasa siempre, sueño con frecuencia mi futuro inmediato, lo escribo. Era un espacio oscuro, de cielo abierto, de pronto una escalera al final de la explanada, sin final, de pasos menudos, difíciles; descendía al centro de la tierra. Me detuve al borde, contemplando el silencio, la oscuridad de las gradas. No bajé, me pareció buena señal.
La habitación es espaciosa, Maité y Ariana organizan el espacio, se miden, exploran. Me llevan para limpiarme el estómago, una vez más. Es agua jabonosa, eficaz, se ríen las enfermeras, me avergüenzo, ensayo unas bromas, no se va el nerviosismo. A las dos de la tarde me buscan para llevarme a sala de operaciones. Recorro pasajes mirando el cielo raso, con las botellas de suero y medicinas como un mástil precario de una nave sin rumbo que se desliza contra el viento. Maité y Ariana me siguen de cerca. Me dejan en otras manos, uniformes distintos, asépticos, como ninjas de la salud. Siento la tarima del quirófano, dura, incómoda. El plato de luces parece pronto a despegar, hay calefacción debajo de mi espalda, pero, igual la incomodidad no desaparece. El anestesista me habla, me explica, le digo que me gustaría que todos los quirófanos de mi patria tengan los mismos adelantos, que nadie se muera por falta de un médico, de una medicina. Asiente, uhmm, pero está difícil, contesta. La anestesia empieza su efecto, me sueño las últimas palabras. Las luces se bambolean, despegan, mi cuerpo pierde peso. Me veo niño, callado, ausente.
Me duele la espalda cuando despierto, hay una enfermera sentada muy cerca, parece estar haciendo recetas, mezclando químicos. Me pregunto dónde estoy, gira la sala en redondo, pretendo pararme, quitarme las agujas. Instala una mano en mi hombro: tranquilo, tranquilo, todo salió bien. ¿Bien, qué significa bien?, trato de ubicarme del todo, no pregunto, en un momento pasará a su habitación. ¿Sabe algo de mi familia?, sí están en la sala de espera. Les diré que ya despertó. La veo borrosa, rememoro las horas. El dolor me aniquila. Me sacan de la cama dura, hacen el cambio con destreza, me siento mejor. Acomodan las botellas de suero e inicio la procesión de regreso. Quiero ver a Maité, mis hijas. Veo sus rostros, me toman de la mano y me acompañan a la habitación. Todo salió bien, la operación fue limpia, duró cuatro horas, han conservado todas tus funciones, te recuperaras pronto, el médico salió contento, esperan los resultados de patología, pero el médico esta optimista, me aturden. Pienso si podré hacer el amor. No pregunto. Siento la sonda que sale de mi cuerpo, del interior de la vejiga, atraviesa el pene limpiamente. Hay una bolsa de plástico recibiendo mis fluidos, ¿cómo lo pusieron?, duele tanto como mi espalda. La familia se fue cuando supieron el resultado de la operación. Asiento, me derrumbo, lloro en silencio. Me toman de las manos, Ariana, Maité. Me siento limpio, pero, incompleto. Siento que tendré un mañana, corto, no importa, pero un día siguiente.
Arturo, me reitera Maité, el médico fue todo sonrisas después de la operación. Dijo que dejó intactos todos los nervios, que conservarás tus funciones básicas. Tomará tiempo tu recuperación, pero estarás bien, no cree que sea necesario radioterapia ni quimio. Los resultados se sabrán en unos días, me siento tranquila, me aprieta sus manos ¿Me dejaron una muestra de la próstata?, no, ninguna, fue radical la cirugía, como estaba previsto, fue muy a tiempo, dijo. La espalda, los glúteos no me dejan descansar, no hallo posición. Tengo el vientre lleno de gasas y pegamentos. Me veo afeitado, ¿quién lo hizo, dónde?, seguro que después de quedar dormido. Me avergüenza, sonrío en silencio. Es mi primera sonrisa, mi última lágrima, miro hacia la pared, son las diez de la noche. Largo el día. Dos horas para el cumpleaños de Maité, vaya día. Ariana se va, Maité me mira en silencio. Feliz día, le digo, desde un lugar muy cercano. Nos besamos, le dejo un pedazo de mis manos, de mi hombro, de gratitud. Quizá mañana sea otro día.
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