Mira bien y aprende- me dijo mientras luchaba con las piernas de la presa. Durante toda la tarde me había estado enseñando nudos para restringir los movimientos, formas de inmovilizar, de desollar.
Se reía de mí cada vez que me ponía pálido. Me decía que el asco y el miedo se irían una vez que aprendiera perfectamente como se hacía.
-Es un arte ¿ves?- me dijo tomando el más afilado de nuestros cuchillos de cazador. Y sonriendo se dió a la tarea de desollar la espalda.
La chica abría los ojos y me miraba tratando de gritar por entre la mordaza, pero solo conseguía ahogarse más y más con su saliva. Poco a poco sus gritos ya no eran mas que resoplidos y su mirada yacía perdida en algún lugar de la pared de nuestro sótano. Yo de todo tomaba apuntes, de la forma de los nudos, las medidas de seguridad, las llamadas telefónicas y la manera de pedir el rescate. Siempre tratando de no ponerme pálido y de no vomitar para no desilusionar a papá.
Cuando se bajó los pantalones frente a la chica salí de la habitación con mis apuntes. Papá dijo que eso me lo enseñaría después Mamá, cuando fuera más grande. Que no era necesario que lo viera ahora.
Entonces me mandó al patio a revisar mis apuntes. Mal que mal tenía que esforzarme mucho si quería continuar con el negocio familiar.