Angela mirò por la ventanilla del autobus, a lo lejos se extendìan enormes campos cultivados de algodòn, los pequeños botones empezaban a abrirse dejando asomar las primeras motas blancas.
Hacìa ya seis horas que habìa dejado atràs su ciudad natal, los viejos edificios de estilo repùblicano, las tiendecitas del mercado pùblico abarrotadas de mercancias donde el dependiente te miraba con ojos acuosos, los estrechos callejones que daban a la plaza principal donde los àrboles de mango y las bancas de madera hacìan de decorado junto al piso de tablòn español.
La decisiòn de irse no fue repentina, la verdad lo llevaba pensando hacia ya varios meses, despuès de todo estaba sin trabajo y Santiago se habìa ido.
Se fue una mañana de domingo. Cuando Angela saliò de la ducha envuelta en una toalla, lo viò parado ahì se miraron durante unos segundos, me voy dijo , que te vaya bien contestò ella , no lo volviò a ver jamàs. Ya lo presentìa de hace rato, los largos silencios, las conversaciones que de antaño se extendìan hasta altas horas de la madrugada a duras penas soportaban un momento. Todo habìa terminado.
Ahora ella estaba aquì, rumbo a la ciudad que le recomendaron, allà hay trabajo le dijeron, y pagan bien, necesitan administradores y tu tienes una maestrìa.
El autobùs disminuyò la velocidad, un gran cartèl indicaba "Bienvenidos a la ciudad Blanca", recorrieron lo que parecìa la avenida principal, esta tenìa un amplio bulevar sembrado de palmeras, a la izquierda apareciò una enorme estructura, era el terminal de transportes, Angela bajò del autobus, subiò por una escalinata hasta la parada de los taxis, desde allì podìa mirar mejor esa parte de la ciudad, por un momento pensò que de alguna manera la ciudad le era familiar, sonrriò, seguramente un deja vù, el inconsciente acostumbraba a jugarle malas pasadas.