…así estuvo mucho rato, mirando la palma de sus manos. Observando cada pliegue, cada línea dibujada en ella, disfrutando el extraño movimiento de sus dedos. Fue como si volviera a ver la luz, después de siglos de penumbra…
¿Cómo sucedió esto?
Un día se encontraba en el sótano de su casa intentando poner orden entre tanto “tesoro” heredado por sus padres y quien sabe cuantas generaciones mas. De pronto tropezó con ese viejo baúl sepultado entre el polvo. Hizo un espacio y lo llevo ahí. Lo limpió y despego el seguro lleno de herrumbre. Esperaba encontrar algunos vestidos del siglo antepasado o tal vez un haz de cartas amarradas a un listón rosa con una antología completa de versos y pensamientos encaminados a enamorar a la abuela en sus tiempos mozos. Pero no; solo un viejo papel carcomido por el tiempo y enrollado en un sinfín de vueltas.
Jaló de un lado, comenzó a leer y quedo sorprendido ¡era el árbol genealógico de su familia! Miles de generaciones pasadas estaban contempladas. Sacudió la vieja mecedora donde su padre solía balancearse mientras su madre a un lado, callada y concentrada, tejía pacientemente algún largo mantel o un caliente suéter. Se sentó y comenzó a leer.
La primera en ser mencionada era Lucy su tataratarataratarabuela. Supo que vivió en áfrica y que extrañamente vivía a la sombra de los arboles en la sabana, comía frutos que colectaba de los arboles con una extraña herramienta unida a su brazo. No existía nada igual en ningún habitante del planeta en aquel entonces. Sin embargo la imagen de ella era extraña, nada parecida a el. Era bajita, llena de pelo. Los pies un poco grandes y deformes; las manos gruesas, esa extraña herramienta de la que hablamos, y al parecer torpes.
Se enderezó un momento, sacudió el polvo de sus pantalones y siguió leyendo. Supo entonces que su parentela pasó grandes dificultades para sobrevivir y que termino diseminándose por todo el mundo. Que un antepasado inventó el lenguaje, otro la escritura, otro mas la geometría y hubo un osado que construyó una ciudad escondida entre los andes, cuando aun no había bulldozer, grúas ni cosas de esas.
Guardo el papiro, era tarde ya. Había leído mucho y aun no llevaba ni las dos primeras vueltas. El sol se ponía y comenzaba a faltar la luz. Cerró el baúl, dispuesto a volver al día siguiente. Subió por las escaleras de madera y salió al jardín.
Repentinamente le invadió una gran felicidad. Comenzó a dar de brincos, luego a bailar, mas tarde a gritar mil y un disparates. Hasta que un vecino molesto le pidió guardar silencio. Entonces cogió un lápiz y realizo algunas ecuaciones de segundo grado. Luego observo por largo rato las luces de un avión allá en las alturas. Imagino cual era su destino. Y luego concluyo que poder volar era un prodigio. Sentía gran alegría. Estaba feliz de existir y sentirse heredero de todo ese ilustre linaje. Se sentía el ser mas excepcional sobre la tierra.
Inconscientemente tomo una manzana que encontró sobre la cerca, comenzó a jugar con ella aventándola hacia el cielo y recibiéndola ya con la diestra, ahora con la izquierda. Que exquisita era la piel suave de aquel fruto al contacto con… ¿la mano?!!
¿será que así comenzó todo? – pensó el descendiente.
Dejó caer la manzana, que rebotó suave en al pasto y levantó los brazos; perplejo. Así estuvo mucho rato, mirando la palma de sus manos. Observando cada pliegue, cada línea dibujada en ella, disfrutando el extraño movimiento de sus dedos. Fue como si volviera a ver la luz, después de siglos de penumbra…