Yo no estuve en esa nefasta década. Sé que los Famas se encargaron de ponerle el capuchón a tanta fertilidad. Por aquellos años los cartuchos tenían doble filo. Pero prevalecieron los más brutos.
Alberto Saavedra sufrió el destierro simbólico. Una noche lo sentenciaron las balas y lo reencarnaron en Manuel Gallo. Sus tutores se encargaron de justificar el silencio. Sin embargo padeció una educación recta, sin firuletes. Ya a los 25 era profesional, casado y con hijos. Hasta que un día se le apareció la comitiva oficial. Decían que habían hurgado su árbol y que en el fondo estaba su eslabón: un abuelo de setenta años. Manuel les dijo que era feliz, que no le interesaban esas cuestiones y que además prefería conservar su anonimato en el asunto. De todos modos les dio el gusto de conocerlo. “Simpático el abuelo”, se dijo antes de retirarse para nunca más regresar. Les había quedado chico el discurso de los derechos humanos porque su firmeza era invulnerable a cualquier retórica. Luego ellos bombardearon la noticia de aquella historia adaptada a sus intereses.
Yo no estuve, pero sé que los Cronopios nunca existieron aquí.