- Nora enloqueció definitivamente. Lo de sus cursos y sus visiones es una cosa, pero ya llegó a un límite. No es posible intentar una conversación normal cuando te sale con estas cosas. Maite se toma el resto de café con crema y prende otro cigarrillo. Limpia con la palma de la mano los restitos de ceniza de la mesa de fórmica bordó; se sacude, se arregla el pelo, pide otro café, me mira.
- Mirá que yo ya no me sorprendo con facilidad. Pero me dejó atónita.-
Es una lástima, pienso, que alguien ya no se sorprenda. Es tan lindo que algo te tome por asalto, te cambie la expresión, te sacuda...
- Primero me salió con eso de que deja las ventanas abiertas para que salgan los sueños que quedaron de la noche anterior. Bueno, pensé, debe ser otra idiotez de sus cursos en la escuela de vida...-
Qué cosa. Nunca se me dio por pensarlo, pero debe ser cierto. A veces un sueño se me repite cada noche sin motivo. Será porque no abro tan seguido las ventanas.
- Después se le dio por dejar de pronunciar ciertas palabras, lo que vuelve imposible cualquier intento de conversación más o menos coherente. Imaginate, reemplaza cada palabra por un mmmmm, llega un momento que no sabés de qué carajo te está hablando...
Claro. Hay palabras que se dicen una vez y pierden el sentido. Yo tendría que hacer una lista...
- Pero ahora se la metió en la cabeza eso de la mancha..-
- ¿qué mancha?
- Dice que hace unos días descubrió en el silloncito del living la mancha que dejó la ausencia de Bruno. Y que está preocupada, porque las ausencias empiezan por percudir los muebles pero un día se te meten, como un hongo, y entonces no hay retorno.-
Me dejó muda. Qué suerte, pienso, que no perdí mi capacidad de asombro. Digo algunas vaguedades para tranquilizar a Maite y prometo ir a ver a Nora. Nunca he visto una mancha de ausencia...
El timbre suena como en una caja vacía. No se oye ni un rumor desde la vereda.
- Hola- me dice Nora con el pelo largo acomodado detrás de sus orejas. Tiene en la cara algo como una melancolía, quizás porque la curva de los ojos se le ha pronunciado hacia abajo... vestida con ese pantalón enorme y el suéter de hilo verde parece más delgada. Pasá.-
La casa parece un poco más oscura que de costumbre, aunque todas las ventanas están abiertas de par en par. Hay jazmines en los floreros y los gatos se persiguen como lo han hecho siempre. Mientras tomamos mate en la mesa, miro de reojo el silloncito buscando algo fuera de lugar. Ahí está. Una manchita del tamaño de una manzana, de un color extraño, medio gris, medio verde. Brilla como si estuviese húmeda. Me acerco despacio mientras Nora calienta el agua. -¡No la vayas a tocar!- me sobresalta el tono de su voz. Una mancha de ausencia no se toca.-
Dice que apareció de pronto, como a los seis meses de la partida de Bruno. Que primero tenía el tamaño de una frutilla y que fue creciendo de a poco. Que las manchas de ausencia se alimentan de pensamientos. Hago todo lo posible por no recordar para que ya no crezca, pero es inútil.-
- No te pongas así. Seguramente con algún limpiador, sale lo más bien.-
Me mira con unos ojos tan tristes que me da como una angustia oscura. Nora sonríe.
- Es una mancha de ausencia. Ya no sale.-
Me quedo un rato más. No sè si quiero quedarme, si debo quedarme. No sè de manchas, pero sè de ausencias, sè de esperas, de ese dolor que te cruza el pecho como los infartos. Todas las mujeres sabemos esa penumbra del sufrimiento como sabemos que el agua ha hervido si la pava chilla. La casa tiene un suave olor a musgos, a flores viejas. Un olor triste, como ese que hay en las florerìas. No, es màs bien el olor de las coronas, ese perfume mezclado con sal que te recibe en las casas velatorias. La tarde ya no tiene luces naturales y quiero estar en casa. Acompañame, Nora... hasta la esquina, yo de ahì me voy sola a la parada. Bueno, cuidate, no pienses pavadas, ¿por què no me dejàs llamar a un tapicero? Quememos el sillòn, si te parece. Esto es ridìculo, ya va a pasar. Siempre pasa, Norita, siempre pasa. Cuidate, che. Te llamo -.
En un mes la mancha tapó todo el sillón y se arrastra sin prisa por la alfombra rosada hacia la cama. Tomamos mate con los piés levantados por temor a que nos roce en un desvío. Nora tiene miedo de tocar el piso y construyó caminos con las sillas para poder andar por la casa. Me siento ridìcula caminando tambaleante a cincuenta centìmetros del suelo como en una prenda de Feliz Domingo, pero no estoy segura de no creer en su fantasìa. Nunca escuchè de ausencias que percudan los muebles, pero sè que algunas se han devorado vidas enteras, como las termitas, imparables, acabando con todo lo que encuentran a su paso, implacables.
Taponó las rendijas de las puertas con fotos de Bruno para detenerla, hasta tiró en el piso un poco de su perfume y las cartas que se mandaban cuando ella viajò a Perù.
- Igual, nada surte demasiado efecto. Es cuestión de esperar a que llegue a la cama...-
- ¿a la cama? ¿por?
Nora levanta sus ojos hasta los mìos. Me recorre la frìa certeza de haber comprendido su desesperante resignaciòn. Puedo ver la trama delgada del telòn que cae sobre el que ha sido olvidado, justo allì, detràs de sus pupilas castañas, ordinariamente ùnicas. ¿Còmo se hace para aceptar que ya no se forma parte de una vida, que no fuimos lo que creìamos ser? Los hombres quizàs recuerden, pero de otra manera. No suspenden su corazòn por años, no se sientan junto al telèfono para esperar ni marcan aquel nùmero sòlo para escuchar el breve hola y cortar porque han perdido el aliento. No pierden el tiempo imaginando còmo otro cuerpo rondarà nuestro cuerpo, què olor tendrà ahora la almohada que dejamos... o quizàs si lo hagan, què se yo. Me enseñaron que los recuerdos quedan al cuidado de las mujeres. Tantas primas envejecen entre las sombras de aquel marino que se casò con otra...
La tarde se nos pasa caminando cada tanto sobre los muebles, conversando absurdamente, mientras intentamos que sea natural el hecho de estar sentadas sobre la mesa. Le hablo de cosas alegres, de los viajes que hicimos, del trabajo, de la feria nueva que abrieron en el puerto. Un olor a humedad se me cuela hasta la frente, me lastima. Paso de la mesa al camino de sillas, trepo al escritorio y abro la ventana. Hace frìo de mayo, una brisa seca entra de golpe al comedor levantando un polvo fino como talco. No lo habìa notado, todo està cubierto de polvo.
Nora me mira y me sonríe con un gesto tan melancólico que me dan ganas de llorar. Salto por la ventana del living a la calle; me detengo un minuto en la esquina para mirarla una vez màs, arrodillada sobre la mesa vièndome partir.
Hoy fuimos con Maite a la casa de Nora. Tuve que darle un Valium. La casa entera desapareció del mapa. Hay un jardín muy verde, hùmedo y musgoso, sin flores, sin ninguna planta en particular. Unos cuántos pájaros dan saltos sobre el pasto. Los dos gatos siguen corriendo entre las piedras, a falta de muebles. Doy unos pasos sobre el colchòn oscuro de la hierba buscando algo para entender lo que ocurre. Vuelan papeles amarillos ... no sabès cuànta falta me hacès. Cada noche miro la luna... ...como nunca quise a nadie... ...sè que siempre me vas a estar esperando...
Mejor nos vamos. Abrazando a Maite, doy unos pasos ya sobre la vereda y me detengo. Tiro con furia mis zapatos al jardìn. Se ha dejado ganar como una idiota. Yo, por las dudas, he quemado mi sillón.
Yanina Martul
|