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Héctor viene con mucho sueño, lleva toda la noche conduciendo el pesado camión. Tiene los ojos rojos y brillantes; pequeños trazos de venas resaltan en su frente perlada también de un sudor tenue y siente los brazos cansados de moverse de un lado para otro sobre el volante, extenuados también de la tensión a veces imperceptible de ir con los sentidos alerta. La vista sobre el asfalto, atenta a cualquier imprevisto; los oídos pendientes a cualquier ruido del “pesado”; el olfato tanteando siempre algún olor extraño y el tacto en la palanca de cambios, la dirección y los pedales.
Todo alerta. Cruzando la noche.
-“Nosotros los transportistas nos acabamos mucho, el hombre es diurno, no es nocturno” le dijo alguna vez su anciano padre y le dedicó unos versos a la luna. Su fiel amante durante tantos años.
Cuando joven era ensueño suyo viajar de un lado a otro. Hoy se siente cansado, a veces quisiera parar, bajarse para siempre de ese pesado cacharro. Poder sentarse tarde a tarde en el jardín con su hijo a un lado, mientras su mujer se le recarga en el hombro y le estrecha la mano.
Nada…
…No es posible.
Toda su vida a manejado. Solo eso sabe hacer. Está condenado a ser apéndice de la maquina hasta que el peso de los años quiebren su espalda. Por lo pronto (también el) seguirá amando a la luna secretamente y la tendrá por confidente. Ella le acompañara siempre en la sorda soledad. Solo ella sabrá cuanto sufre allá donde nadie le conoce. Solo ella sabe que si sucede un contratiempo unicamente encontrara apoyo en aquella inmensa masa de hombres solitarios y sufrientes; también enamorados de la luna o alguna brillante estrella. Unicamente el que sufre es capaz de sentir el dolor ajeno.
El tiempo avanza, kilómetros y kilómetros de carretera se van quedando atrás.
Ya amanece, la naturaleza le prodiga amable y dulce su fresco rocio y le despierta. Aviva sus sentidos. Repentinamente, detrás de una curva que oculta un imponente peñasco irisado en la sima de verdes pinos, emerge otro pesado camión. Sus rostros se cruzan y ambos conductores con la mano en alto se desean buena suerte en el viaje.
“Que todo salga bien mi hermano, ya vencimos el sueño y el hambre, ya falta poco para llegar, descargar y descansar un momento” se dicen en silencio.
Otros mas emergen…
–Es un convoy- piensa Héctor.
todos pasan con la mano en alto. Todos con el mismo cariño y todos con las mismas huellas de cansancio en el rostro.
Hace mucho, cuando era estudiante de bachillerato, el profesor de ciencias y humanidades durante una plática a la sombra de un pequeño árbol en un rincón del colegio; lejos de la vista del director. Le dijo que el obrero es el futuro de la sociedad y sobre quienes descansa la responsabilidad de construir un mundo mas justo para los trabajadores.
Entonces lo comprendió
Sabía que la noche le arrancaba poco a poco, en pequeños jirones, la vida misma. Sabia que pasaba semanas lejos de los suyos. Sabia cuan difícil era salir adelante con el pequeño salario que ganaba. Sabia que apenas hace unos días habían sepultado a “don teles” (como cariñosamente le llamaban a otro operador que no supero los 40 años) y que murió victima de un paro cardiaco mientras conducía.
Sabía en cambio que su patrón poseía muchos camiones. Que gastaba seguido el dinero en fiestas, sus hijos estudiaban en la universidad y su esposa se recuperaba ya de una enfermedad grave gracias a la oportuna intervención de médicos renombrados.
Entonces imagino toda esa energía gastada, todo ese esfuerzo puesto noche a noche por miles de hombres solos y amantes de la luna. Todo ese esfuerzo unido y dirigido a construir un mundo nuevo y justo para el ser humano.
Los ojos le brillaron.
El tráiler giro despacio, perdiéndose detrás del peñasco y siguiendo su marcha por el sinuoso camino; solo el frenar del motor se escucha. Se aleja misterioso hasta hacerse inaudible. Ya solo queda el silencio y el aire fresco con aroma a bosque.
Desde entonces, Hector se reúne con otros choferes de la compañía. Una gran decisión transmite. Habla y crispa las manos o cierra el puño. Los demás le escuchan atentos, beben de sus palabras y se elevan hasta ese mundo de ensueño que concibe.
Todo a la sombra de un gran árbol, detrás del taller mecánico.
Lejos de la mirada del gerente.

Texto agregado el 17-03-2010, y leído por 158 visitantes. (3 votos)


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