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LA VENGANZA

Recuerdo que no sólo era nuestro segundo día en el vecindario, sino también en ese país. Rodeados de una humedad digna de un cuarto de baño después de una ducha, mis padres habían decidido comenzar una nueva vida. Aquí, los zancudos atacaban con la ferocidad de un kamikaze, provocando irritantes que ronchas que luego supuraban; los árboles frutales crecían en la calle, como si de ornamentales se tratara, y el mango carecía de valor económico al brotar en forma silvestre, en todos lados.
Había bajado del edificio con mi hermano de cuatro años y cuatro años menor. La actividad de la calle era un verdadero magneto para los niños: maquinas gigantes, como dinosaurios, pavimentaban la calle.
Allí estaban Roberto, Dino, Willie e Ivan. Todos niños del edificio, que asombrados contemplaban como los obreros con una indumentaria especial y una suerte de lanzallamas aprisionaban el asfalto en la calzada. A nadie de la pandilla conocíamos aún, era la primera que nos veíamos.
Los chicos conversaban entre ellos, ignorándonos completamente, el más pesado era Dino, el líder, mostrándose agresivo me empujó varias veces.
En virtud de tanta hostilidad, decidí tomar el toro por las astas y enfrentarlos, dirigiéndome a Dino le pregunte:
- ¿Qué te pasa? ¿Por qué no nos dejas en paz…?
- Nosotros no hablamos con niñas, que es lo que son ustedes, traen zapatos de mujer… respondió hoscamente.
Dirigí mi mirada hacía nuestros pies y los vi calzados con unas sandalias, cerradas en la parte de adelante y abrochadas en el talón. Me di cuenta que los zapatos, escogidos por mamá, no eran masculinos en ese nuevo lugar. Necesitábamos un cambio, tomé a mi hermano de la mano, di la espalda a los niños y encamine hacía el edificio a fin de enfundar nuestros pies en zapatillas, como el resto del grupo.
Había caminado unos pasos, cuando escuche que nos llamaron con un “hey”, gire mi cabeza y sentí un ruido sordo, un dolor en la frente y un líquido caliente bañó mi cara, habían lanzado una piedra, que hizo blanco abriendo una grieta en mi cabeza, donde afloraba la sangre como un manantial.
En ese momento, una furia ciega se apoderó de mí, corrí haciendo huir al grupo. Yo, ya tenía mi presa: Dino.
Lo alcancé y las clases de box, impartidas por mi padre, salieron a relucir, una perfecta combinación de jab de izquierda, uppercut de derecha y gancho en el estomago, dejaron a mi oponente en el suelo con la nariz rota. Sólo la oportuna intervención de los trabajadores, quienes entre risas, interrumpieron el castigo salvaron a Dino.
Si bien, nuestro debut en sociedad no fue afortunado, debo decir que pronto nos hicimos buenos amigos, nos enseñaron los códigos del lugar, a jugar beisbol y nos convertimos en unos mas de ellos.
Sólo con Dino, quede con resquemores, no le perdonaba que me hubiera agredido de esa manera y cada vez que se presentaba la oportunidad lo golpeaba, esa era mi forma de venganza. Esa situación duró hasta que entramos a la adolescencia.
Una tarde, de vuelta del colegio, me tope con su hermana, por un motivo desconocido hasta entonces, sólo quería estar cerca de esa muchacha. Ella, por su parte, me trataba como sino existiera; entonces, me iluminé: debía estrechar vínculos con mi enemigo.
Dino resultó un amigo excepcional, compartimos muchos de los dolores del crecimiento y con él aprendí una gran lección: la venganza no es justa, no satisface y humilla a quién la practica. Un día, avergonzado por mi comportamiento anterior, le pedí perdón por las continuas palizas que le propiné, sin justificación inmediata durante años, una o dos estaban bien pero ensañarse no correspondía.
- No te preocupes, me dijo, ya esta olvidado, ahora somos hermanos, pero quién lanzó la `piedra fue Roberto, en ese tiempo era el mas pequeño, no te lo dije para evitar que lo golpearas…

Texto agregado el 16-03-2010, y leído por 119 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
20-03-2010 Buen trabajo, bien narrado y con una importante moraleja. ***** Catman
16-03-2010 En la vida hay situaciones donde actuamos sin razonar. Es mejor hablar a tiempo. susana-del-rosal
 
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