Expresarme sobre Fiódor me trae aparejado un delicado compromiso. En primera instancia es un asunto metaliterario, que me induce a situarlo en un alto pedestal de prosistas de todos los tiempos, luego, que una entidad mucho más vasta que mi conciencia lo venera inmortalizándolo, en calidad de eminente autor nacional.
Ingresar en el reino del novelista ruso equivale a imbuirse de un poderoso torrente vivencial, testimonios minuciosamente parapetados en obras artísticas de un hombre que padeció mucho. Aquejado de epilepsia y ludopatía, víctima de una reclusión prolongada en una prisión de Siberia y sometido a un pelotón de fusilamiento, manifestó importantes alegorías de tormento, y antes de entrar en el tormento propiamente dicho, parafraseo a Friedrich Nietzsche, quien afirmó categóricamente que el ruso fue el mejor psicólogo que había conocido, el que con más profundidad descubría al ser humano, desnudaba al ser humano.
Sobre el tormento, temo caer en el perogrullo. Vale con comprender que sus novelas son paradigmas del trabajo cronístico y cabal del siglo XIX, retratos sociohistóricos que brindan al lector una vigorosa continuidad de detalles, que lo llevan a uno de la mano, soltándonos por momentos para que nos ocupemos en digerir y meditar, para ser nosotros mismos copartícipes de sus obras.
Más sobre el empedernido observador, vale con tejer y destejer los avatares del joven Raskolnikov avasallado por la tentación de matar, por cuidar los intereses de su familia, por un vivir sin remanso hasta entonar su mea culpa. Crimen y castigo, título realista y per se fatídico, similar al de Humillados y ofendidos, novela en la cual se vive la fricción de un maniqueísmo entre el nihilismo político y la fe en los valores ortodoxos de Rusia. Luego el honor y la lucha por un reconocimiento dan la talla en Los hermanos Karámazov, tal como en El idiota (en ruso idiot tiene el doble significado de idiota y loco por Dios) pretendió representar a un hombre bueno, positivamente bueno, cincelando al ingenuo que no bobo príncipe Mishkin, personaje de quien se ríen otros personajes de la novela, pero no los lectores, o no muchos de los lectores que tiene y tendrá el ruso.
Importante es también conocer el trasfondo histórico y cotidiano de la culminación del El jugador, título epónimo y autobiográfico, novela que este excepcional narrador completó en casi un mes habiéndosela dictado a una taquígrafa contratada, asfixiado por la coacción de su editor, forzado a ser más conciso que de costumbre, a prefigurar un relato en su mente, parcela de su propia sangre.
En Memorias de la casa de los muertos, nos encontramos con uno de los relatos más sobrecogedores en melancolía y simbolismo del estoicismo, espejo de su vida en la cárcel.
Pienso que de algún modo Dostoievski nos reproduce desafíos, dramas en los cuales subyace un no permitir que las apariencias nos agoten, un creer que toda persona ha de llegar a ser persona para desarrollar su conciencia. Obsesión por determinarse y constituirse, competitividad, ingenuidad, pasión devastadora, la carcoma de la culpabilidad; varios colores flamean en el espectro ontológico de Dostoievski.
También autor de Los endemoniados, en esta obra perfeccionó un organismo altamente complejo, fundado en una historia bíblica; Jesucristo prometiendo a los habitantes de Gerasa que sus espíritus se liberarían del Demonio. En esta obra, Fiódor dibuja a numerosos personajes, en pertinaz debate y confrontación, unos abogando por Dios como ineludible redentor, otros ancorados en el ateísmo, como esperanza (o temor) de una Revolución. ¡Eureka! Revolución es lo que Dostoievski propició con su tesón y agudeza superlativos, equiparable a la calidad de Tolstoi y Turguènev...
Fiódor, al margen de escribir cartas a su esposa lamentándose por gastarse todo el dinero (los kópeks) de los que disponía como capital y patrimonio, y a lo mejor por eso entre otras cosas, fue un Hombre del subsuelo, y cito lo siguiente, extraído de sus Apuntes del Subsuelo: "Pero, Dios mío, ¿qué me importan a mí las leyes de la naturaleza y las matemáticas si esas leyes y el dos y dos son cuatro no son de mi agrado? Como es natural, no conseguiré quebrar el muro con la cabeza. Si no tengo fuerzas para hacerlo, pero no me reconciliaré con su existencia por el mero hecho de que sea un muro de piedra y yo no tenga suficientes fuerzas".
Dostoievski clama a su Dios, lo interroga, busca reencontrarse con un ansia de vivir perdida, martilleante, sórdida. Si buscaba un Mesías, lo halló en su rigor descriptivo, en tentar al ser humano a la locura, sin soslayarse del equilibrio ético. Si buscaba un Mesías, pese a haberse distanciado de los diálogos teológicos, lo encontró después de muerto en ese monstruo gigante que se denomina Crítica...
Por lo que a mí confiere, añado una gota de fruición al feudo del incombustible trabajador ruso, de la intelectualidad factótum.
¿Por qué no nos dedicamos a investigar algo más a fondo, el subsuelo de Fiódor, y por ende le damos calor?
* * *
Pese a que a mi juicio este escrito quedaría redondo finalizado con una pregunta, me complazco en rematar con un fragmento de una de sus obras cardinales, Crimen y Castigo:
¿Donde he leído -pensó Raskólnikov prosiguiendo su camino-, dónde he leído lo que decía o pensaba un condenado a muerte una hora antes de que lo ejecutaran? Que si debiera vivir en algún sitio elevado, encima de una roca, en una superficie tan pequeña que sólo ofreciera espacio para colocar los pies, y en torno se abrieran el abismo, el océano, tinieblas eternas, eterna soledad y tormenta; si debiera permanecer en el espacio de una vara durante toda la vida, mil años, una eternidad, preferiría vivir así que morir. ¡Vivir, como quiera que fuese, pero vivir! "
|