Buenos Aires, 21 de marzo de 1962
*1.-En topología, una botella de Klein es una superficie no orientable cerrada de característica de Euler igual a 0 que no tiene ni interior ni exterior. Fue concebida por el matemático alemán Christian Félix Klein, de donde se deriva el nombre.
Al llegar el otoño el amanecer en Buenos Aires adquiere un tono diferente, no solo por el colorido dorado de sus parques y plazas sino por el sonido humedecido de sus pájaros de acero oxidado, revoloteando sobre las cúpulas de los viejos edificios de la Avenida de Mayo, bailando orgullosos su minué entre esquina y esquina, donde se percibe ese volver a encender las máquinas dormidas durante todo el verano. El tráfico aún remolonea en su cama adoquinada en tanto los porteros les barren sus veredas como estirando las sábanas de una larga noche pesada y calurosa; aireando el cuarto para olvidar los últimos momentos de placer y borrachera; curando la resaca remante en este lunes tan incierto como esperado. Estos días de cambio son propicios para el recuerdo y la melancolía como un desayuno que nos prepare para empezar un nuevo tiempo cargado de compromisos y apresuramientos; que nos devuelva la ansiedad por conocer nuestro porvenir, aún cuando indefectiblemente éste se repita cada ciclo con las mismas situaciones, salvo que quienes las vivimos estamos un año más envejecidos.
Arcián, sin embargo no siente que el tiempo esté en su contra; por el contrario, el percibe que cada momento es un cambio contundente en su forma de ver las cosas; un atisbo de improvisación que le confiere la libertad de acción que jamás tuvo en su mundo; ese que en estos tiempos el pretende revivir simultáneamente, entre sus pensamientos y sus vivencias; en cada vuelta a la esquina; en cada pasaje que lo invita a entrar y revivir su historia.
A paso acelerado como quien está volviendo de trasnochar se ven algunas muchachas caminando en diferentes direcciones, con su ropa de noche lo que las distingue de la gente que lentamente se dirige a sus fuentes de trabajo, con la pesadez que les impone esa duda que invoca la pregunta de si se está haciendo lo correcto, o simplemente lo necesario. Entre toda esa multitud esparcida por la ciudad Arcián se detuvo a observar a una niña de aproximadamente doce años que se paraba en cada vidriera de la calle, fascinada por su excitante colorido, en contraste con el pesado gris de los muros que las contienen. Es muy niña para andar sola por la calle; lo que llamó su atención y decidió seguirla, conservando cierta distancia para no asustarla. La claridad de las primeras horas del día se poza en su cabello rizado hasta que la sombra del gran arco del Pasaje Barolo se la arrebata, y se introduce en la galería hasta desaparecer en ella. Él se apresura y entra tras ella, pero ya no está allí; en su lugar una joven un poco mayor y vestida de otro modo, camina con la misma fascinación por la luz emergente de las vidrieras interiores del pasaje. Si bien es muy temprano aún y los negocios aún permanecen cerrados, todavía se mantienen iluminados con una tenue iluminación decorativa, lo que les da un aspecto lúgubre pero atractivo a la vez. Arcián camina por el centro del gran pasillo para no llamar la atención de la joven y se para bajo la majestuosa cúpula, sin resistir la tentación de recorrerla girando su cabeza hacia arriba, hasta que sus ojos se inundan de inmensidad y tiene que dejar de hacerlo. Un extraño impulso lo lleva a voltear la vista rápidamente hacia la chica y nuevamente no logra encontrarla, pese a que recorre todo el vestíbulo con la mirada, emulando una carrera contra las moscas. La ansiedad le provoca un mareo y tiene que sentarse en el borde de una fuente, situada en uno de los bordes del Pasaje La Piedad. Esta situación termina por confundirlo aún más. ¿Qué está haciendo de pronto al aire libre y en un lugar que se encuentra a varias cuadras de donde empezó el mareo? El cielo se encuentra oscuro con la misma intensidad que el cielorraso del Barolo, solo que ahora son gruesos nubarrones lo que provocan ese estado y el sonido no es el de las calles mecanizadas por el tránsito sino que vive la misma sordera que provoca estar en esa galería; y allí está la niña de nuevo, caminando con casi imperceptibles saltitos la alegría de ese nuevo lugar, ahora solo para ellos dos. Él la mira absorto en su propia visión, cuando la jovencita se aproxima a la otra esquina y se inclina en un aljibe, que por cierto no debería estar allí, y como si el fondo la llamara, simplemente se arroja en él. Pasmado por el extraño suceso, se incorpora e intenta correr hacia el pozo, aunque con dificultad por su aún persistente mareo y al llegar a él, desaparece en su propio espejismo. Hipnotizado por el blanco resplandor de la Iglesia La Piedad, a la vuelta de la esquina, encuentra la imagen de la mujer del Pasaje Barolo, ahora un poco más madura, regalándole una sonrisa desde la vereda de enfrente, cuando un colectivo que se interpone entre ellos pasa por la angosta calle Rivadavia, y también desaparece, cuando Arcián decide abandonar la búsqueda y retomar su camino, el que le dará el alivio de volver a su ciudad, la de todos los días, desde que fue desterrado de su mundo.
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