Canta Piedad “la nuncabesa” como cada noche en el Café de Ribera coplas y tangos,entre tragos de aguardiente y niebla de tabaco.
Peluca negra descuidada,vestido manido y harto remendado,escote en oferta,grotesco maquillaje y un cementerio en los labios flanqueado por falsos lunares.
Por público no más de docena y media,repartidos entre borrachos,granujas,bohemios y filósofos de callejón venidos a menos y alguna que otra mujerzuela que se deja magrear a cambio de alguna moneda o algo que llene su vaso. “La nuncabesa”,ajena a la barahúnda del bar, canta apoyada en la pianola que la acompaña.
Cuentan que Piedad,antes de que se rindiera su carne a las arrugas y se le encalleciera el corazón,llegó a cantar en los escenarios más importantes del país. Dicen que fue por entonces cuando,enamorada de un pianista,entonó sus mejores alegrías y quebrantos,encandilando a exquisitas y estiradas audiencias que por aquel entonces la conocían por “la tabaquera”.
Tal era el brillo de su voz y de su silueta siendo ella correspondida de amores,que aun creció más su caché que su popularidad,llegando a acumular lo suficiente como para retirar a su padre,enfermo de tisis,y a su madre,antigua cigarrera del Teatro Francés,a una casita que ella misma pagó, billete sobre billete,justo al borde del mar de Cádiz,de donde procedían.
Fue primero la muerte de su padre,dejándose el aliento en toses,después la de su madre,abrasada mientras dormía,al arder la pequeña casa una noche de enero por avivar el diablo los restos del brasero,y por último encontrar al pianista dueño de su corazón entre los brazos y piernas de una trapecista italiana,lo que en sólo dos meses consiguió,no sólo petrificar su pecho y lo que en él latía,sino también apagar su voz hasta el punto de que fue imparable el rumor de que “la tabaquera” se había quedado muda.
Nuevas voces y títeres consiguieron que pronto se olvidaran los teatros de Piedad,que pasó de las candilejas y el aplauso al aguardiente como único compañero de función. Ella misma contó una vez que llegó a estar mes y medio sin ver la luz del día,encerrada en la pensión en la que se recluyó,que las semanas se adosaron como años en su rostro,y que si aun vivía era por las cosas de dios,que si por ella fuera,bien a gusto estaría envuelta en madera bajo tierra.
A fuerza de borracheras,deudas y peleas,no tardó en verse en la calle,sucia y envuelta en esa capa invisible propia de los que tienen la desgracia y la ruina por compañeras,a las que no tardó en unirse el hambre.
No pudiendo soportar el ruido constante de sus tripas,decidió venderse,metiéndose en mugrientos catres con no menos mugrientos compradores de carne,que no portaban en su monedero más que la extensión de la pobreza,pero que al menos a ella le daba para llevarse a la boca algún mendrugo de pan del día y alegrarse alguna que otra noche con vinos malos o licores abrasivos.
-No debe haber un hombre en sus cabales que se digne a contar las monedas que lleve encima para meterse contigo en la cama. Pero hoy es tu día de suerte,que yo te reconozco,tabaquera. He oído hablar de ti y de lo que haces ahora. Dicen que yacer contigo es hacerlo con una muerta,por fría y por inmóvil,y los hay que afirman que hasta por el hedor,que ni aun abiertas tus piernas besas,y que cuando ellos justifican con su semen tu paupérrimo sueldo,tú tarareas ausente alguna copla. Si aun te queda algo de lo que fuiste,yo te ofrezco donde mostrarlo,a cambio de un billete de cinco duros por semana que será cosa tuya administrar. Sólo te pido que te presentes limpia y serena cada noche,que acabada ya tu actuación nada me importarán tus quehaceres,sean de puta,sean de beata.
Canta “la nuncabesa” desde entonces cada noche en el Café de Ribera. |