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Inicio / Cuenteros Locales / snooptwo / Una Historia de Héroes: Ep. 2

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Un montón de noticias oscuras.

La puerta del Consejo era grande y pesada, como si fuese una pared de granito. Sin embargo, los golpes retumbaron en todo el edificio. Atendió el llamado un hombre de mediana estatura, ataviado en una pesada capa gris. Llevaba, a su vez, una enorme hebilla en el cinturón.
Se encontró con un sujeto delgado y muy débil, vestido con telas y jirones que más bien eran harapos. Era alto, pero estaba inclinado, apoyado contra el umbral. Tenía el rostro sudado y respiraba con dificultad Unas horribles marcas rojas cubrían su cara y sus manos:
- Pase- le dijo el mayordomo de la capa gris.
El sujeto asintió y entró en el Consejo, encontrándose con un enorme salón en donde se respiraba un inmutable aire a silencio. Había una gigantesca mesa de caoba en el centro de la habitación y varias sillas de respaldos altos. Más allá, se encontraba encendida una chimenea en donde podría haber entrado un buey, y las llamas revoloteaban y chispeaban. Dos escaleras, una a la izquierda y otra a la derecha, conducían a los aposentos superiores. Una trampilla en un rincón debía llevar a las alacenas subterráneas y a los subsuelos.

Toda la sala estaba iluminada por una elegante araña de plata que colgaba del techo, en cuyos brazos resplandecían bombillas de vidrio. El recién llegado no reparó en las telas de lujo que cubrían las paredes, en las bibliotecas, en los atriles con decoraciones, en los bustos y en las alfombras traídas de East Point. Todos esos lujos estaban, fuera de su percepción.

A la mesa estaban sentados dos respetables hombres.

Uno era un sujeto de unos cincuenta o cincuenta y cinco años, gordo pero alto, de cara redonda y ojos pequeños. Estaba vestido con una capa blanca y un traje opaco, cubierto de ornamentaciones en dorado. Llevaba, también, varias hebillas de oro distribuidas en los brazos y un gran cinturón de cuero negro.
El otro era un hombre entrado en años, con una barba blanca que caía hasta su pecho. Estaba vestido casi de manera idéntica a su compañero, solo que tenía un gorro en forma de pico, que terminaba con una punta azulada. En ese gorro había un símbolo rojizo, como dos cruces, que el extraño reconoció enseguida como la insignia de la Alianza del Sur:
- Una capa y un platón de sopa para él, Sephir- dijo el hombre del gorro- Tome asiento o, si lo prefiere, puede recostarse. Tenemos varias camas que son mejores que las de la posada.
- No… no…- dijo el hombre, entre jadeos- Tenemos que hablar… ahora.
- Muy bien- siguió el hombre del gorro- Tome asiento. Mi nombre es Fausto Del Carril y él es Naumer Poso. ¿Está mejor acá, junto al fuego?, ¿puede decirnos su nombre?
- Caledon, del clan Afiro. Sí, estoy mejor, muchas gracias. Perdí la última carreta en el Bosque Ermitaño y no quise volver por ella.
- ¿Prefirió abandonarla?
- Allá los lobos se volvieron locos. Los osos también. Y hay otras cosas… como si fueran mantis, pero rojas, y del tamaño de un perro de caza.
- Kaburas- murmuró Naumer, pensativo- En esta época… y de ése tamaño… Fausto, quizá deberíamos…
Fausto hizo una seña con las manos:
- Continúe, viajero.
El hombre asintió:
- Soy el último que queda de la Caravana… perdí a un hijo y a un buen amigo en el camino. Al principio algunos viajeros cayeron enfermos, como afiebrados, mientras cruzábamos las Apen High. Teníamos unos médicos y varias medicinas, entre hierbas y brebajes. Pero nada sirvió. Los enfermos, más que enfermos estaban como locos. Cuando atravesamos el puente de los Dos Colosos, cinco viajeros se desquiciaron y mataron a otros cuantos… y después se suicidaron, saltando al Abismo de Kelchueck. Supongo que saben de las sequía… oh, gracias.

Sephir acababa de dejar un plato de sopa humeante frente al recién llegado. También le había dado una capa y una manta. Caledon se vistió al instante, pero sus extremidades no dejaban de temblar:
- Es peor de lo que pensábamos- dijo Naumer.
- Pero puede ponerse todavía peor…
Los tres levantaron la mirada. Bajando la escalera hacía su aparición un hombre alto y atlético, ancho de hombros, vestido con un elegante traje blanco con varias decoraciones en rojos. Debía tener entre cuarenta y dos y cuarenta y tres años. Llevaba el cabello negro atado en una cola de caballo, y sus ojos azules y profundos parecían abarcar toda la habitación. Tenía un no sé qué de imponente y de poderoso que provenía no sólo de su mirada, que de por sí era aguda, sino de todo su cuerpo:
- Lyonel Samson- dijo Fausto, presentándoselo a Caledon.
El viajero se puso de pie e hizo la reverencia del clan Afiro cuando estuvo frente al Jefe del Consejo. Se sintió abrumado, casi como si se estuviera entrevistando con un Ministro de la Reina:
- Caledon, del clan Afiro, habla de locura y de sequía- dijo Naumer, mientras Lyonel tomaba asiento en la cabecera - Y de Kaburas enormes. Esta espera nos costó demasiado.
- ¿Y los colores?- preguntó Lyonel.
Caledon movió la cabeza en un gesto negativo, aunque su estómago dolorido no le permitía despegarse del plato de sopa:
- Se están yendo. Muy de a poco. Venía un explorador con nosotros. Dijo que el cielo no chisporrotea como antes. No sé qué quiso decir.
Por unos segundos, lo único que se escuchó fue el fuego fulgurando y la voracidad con la que el viajero devoraba su sopa:
- ¿El resto de la Caravana?- preguntó Lyonel.
- Sólo quedo yo, señor- dijo Caledon, más bien como una disculpa.
- ¡Cómo!
- Perdón… pero fue un viaje largo. Algunos se enfermaron, otros enloquecieron. Unos cuantos desertaron. Y los pocos que quedamos…

Apretó la boca, como si su propio cuerpo se negara a expulsar las palabras. El horror más líquido y gris se dibujaba en su expresión, y tuvo que contener las lágrimas. Era esa clase de espanto que vuelve loco, y que al mismo tiempo descorazona:
- ¿Qué?- preguntó Lyonel- ¿Qué vio, buen hombre?
- Un terrible monstruo, señor. Algo hecho de Locura y enfermedad… algo que no tenía forma, una bestia quizás, pero definitivamente no un animal. No de este mundo. Nos atacó en la noche, y usó la oscuridad como una capa. Cuando rugía, los árboles se torcían. Nunca habíamos visto una cosa semejante.

Lyonel se sorprendió de sobremanera al escuchar esto, y preguntó en un arrebato:
- ¿Su color era como el de la noche, negro, con matices violetas, como si cambiara de tonalidad?
- Si. Era un color que… un color que no existe. Ni siquiera sé si se puede llamar color a eso…
- Que me quemen las manos… un nivel de Locura así, tan pronto- dijo Lyonel, más bien para sí mismo que para los demás.
Después reaccionó, como si hubiera despertado de un sueño:
- ¿La Daga?, ¿Qué pasó?
Caledon movió la cabeza en un gesto de tristeza. Sólo en ese momento, los miembros del honorable Consejo repararon en que el viajero llevaba consigo un bolsón de cuero que había dejado en el suelo. Lo levantó y lo colocó sobre la mesa, casi con desprecio:
- La salvó mi hijo. Fue… lo último que hizo en vida.
Lyonel soltó un suspiro:
- El sacrificio de tu hijo no será olvidado.
El hombre no contestó, siguió devorando su sopa. Se notaba que estaba trastornado. Quizás incluso ya estaba loco. Era muy probable, pues toda su expresión denotaba un aire ausente, como si estuviera medio dormido y medio despierto:
- Lyonel, ¿y esa criatura?- preguntó Fausto, alarmado
Lyonel asintió y su rostro se cubrió de una negrura espesa. Quien lo hubiera visto en ese momento, habría perdido toda esperanza, pues su rostro era el reflejo de la desdicha.

Naumer soltó un suspiro y se cruzó de brazos, pensativo. Después se dirigió a Caledon, que parecía haber terminado de comer:
- ¿Habló?- preguntó- La Bestia… ¿les habló?
- No señor- contestó Caledon- Dudo que esa… cosa pudiese decir alguna palabra, aunque sí gesticuló. Por favor, señor, no me haga seguir hablando de eso. Me da dolor de estómago y creo que voy a desmayarme cada vez que recuerdo algo…fue tan… tan… es que hay cosas que la gente no tiene que afrontar. Cosas que un buen campesino no está preparado para ver. ¡Qué mundo tan grande es éste!, ¡tan grande y tan malévolo!

Lyonel se dirigió hacia la chimenea. Fausto conocía sabía que cuando Lyonel se preocupaba, el asunto era de grave de verdad. Lyonel era un gran Jefe de Consejo no solamente por su astucia, valentía y capacidad de liderazgo, sino porque también solía guardar la calma y el razonamiento en las situaciones más desaventuradas. Había sido llamado como “el prodigio del clan Samson”, porque que nunca nadie (quizás a excepción del fundador del clan, Lobo Blanco Samson) había conseguido realizar las hazañas de las que Lyonel podía hacer gala. Todo esto hacía que verlo abatido fuese, por decirlo así, como destrozar una esperanza. Después de un tiempo, habló con una mezcla de furia y dolor:
- No es tiempo de alarmarse… pero es obvio que la Ventisca de la Oscuridad está cobrando cada vez más fuerza. Si un agente puede andar libremente por nuestras tierras, a este ritmo… no, no vale la pena ponerse a discutir esas cosas que solamente el Único puede resolver… ¿y qué pasó con los guerreros?
- Enloquecieron- contestó Caledon- Poco antes de Fairy Road.
- ¡Por el Bel Negro!- rugió Lyonel- ¿Entonces de una Caravana de casi ciento cincuenta personas, sólo llega él?
Reinó un silencio tenebroso en la sala:
- Perdón- agregó Lyonel, recordando de pronto las pérdidas que el viajero había tenido- Es que…
Cerró los ojos, dejándose llevar por el calor del fuego.
(¿Qué pasó?... ¿dónde me equivoqué?)
Tenían un plan, había un plan… y ahora todo se había desmoronado. Con dura desgracia pensó que no podía echarle la culpa a otro que no fuera a él… a él y a los miembros del Consejo. Tuvieron 15 años para prepararse, pero se dejaron engañar por la lentitud con la que desaparecía la magia. Hubo un tiempo, incluso, en el que pensaron que todo era una mentira, un cuento de viejos con la forma de una tonta amenaza. Se dejaron embelesar por esa bella pero falsa esperanza.

Las sequías en las Tierras de bajas de Yen fueron el principio del fin. Los animales nacían muertos y los que sobrevivían eran flacos y deformes. La tierra se desquebrajaba a falta de agua y sólo crecían malas hierbas y arbustos secos y espinosos.
El Bosque Ermitaño ahora era un terreno oscuro y húmedo, los árboles se habían movido y los caminos cambiaron de forma. Era un lugar traicionero. Antaño hubo algunas aldeas instaladas, pero ahora habían sido engullidas por la neblina. ¿Y más allá?, los Dos Colosos. Una nube negra cubría sus cúspides y desprendía relámpagos y truenos.

(Y los cuentos sobre la fiebre, no te olvides de eso)

Claro, ¿cómo olvidarse?, la gente se estaba enfermando. Y no solamente de fiebre, sino también de locura. Locura con mayúscula:
- Bueno… pensemos- dijo Lyonel, alimentando de falsas ideas- Podemos darnos dos meses, ¿verdad? Tres, incluso. ¿Cuánto tiempo puede tardar otra Caravana en llegar hasta Aramis?
- Es absurdo Lyonel- dijo Fausto- ¿Otra Caravana?, descontando los meses de viaje, necesitaríamos al menos un año de preparación. Conseguir soldados y brujos…
- No es que tengamos más opciones- murmuro Naumer.
- Con todo respeto, señor Samson- interrumpió Caledon- No creo que ninguna Caravana llegue hasta este pueblo… ni siquiera hasta la Baronía del Fuego. No puedo explicar bien todo lo que cambió el mundo... en tres meses las cosas estarán peor. Consultamos el Oráculo que Llora y…
- ¿Consultaron un Oráculo?- interrumpió Fausto.
Lyonel atisbó el fuego:
- Señores, creo que no tienen en cuenta la gravedad del asunto. Es el mundo el que está muriéndose mientras nosotros discutimos.
- Lo sabemos- dijo Fausto.
- Fue…mi error- dijo Lyonel, mirando el fuego- Era mi trabajo que la Caravana llegara a salvo.
Otra vez pesó el silencio, cortado solamente por el sonido de los sorbos con los que Caledon devoraba los últimos restos de su sopa:
- Señores, creo que llegó el momento trágico. Es imperativo, y lo remarco, imperativo, que la velocidad sea nuestra principal preocupación. Parece que hay varias Puertas abiertas, incluso quizás una Reja. Van a aparecer esas… cosas, salidas de Infraexis. Me arriesgo a decir, mis estimados, que ahora llegamos a una situación en donde no importa si el plan tiene o no falencias, sino que la velocidad es lo crucial. Lamentablemente así se dieron las cosas.
- ¿Y qué propones, Lyonel?- preguntó Fausto- Como yo lo veo, tenemos los pies en el fuego. Desde luego, señores, no podemos dejar que nada de esto se sepa.

Lyonel Samson suspiró. Nunca había tenido una responsabilidad tan grande sobre los hombros y sintió el frío de la desdicha. Sin embargo, era un hombre de cordura, pensamientos arrebatados pero acertados e inteligencia punzante. Sacudió la cabeza, como ordenando todas sus ideas:
- Busquen a León Grama y convoquen una reunión de emergencia- dijo Lyonel, mientras jugaba con el fuego de la chimenea- Vamos a tener que improvisar.

Texto agregado el 15-03-2010, y leído por 93 visitantes. (0 votos)


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