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Allí la encontré, tan bella, tan tierna, frágil y delicada, feliz pero vulnerable, envuelta en la inefable brisa matutina, derramando tímidamente su sonrisa más que exhibiéndola, dejándola fluir hacia mí por el mar inclemente y tempestuoso que nos unía y nos dividía. Me sentí abrumado, se nublaba mi visión de los hechos, creí que aun estaba soñando; quería saber de donde había llegado semejante ser tan hermosa, llena de brillantes luces como brillantes sus ojos y rasgos inocentes cual ángel del cielo; y también el porque de aquel nexo mutuo que nacía entre nosotros en ese momento.

Yo podría pasar por alto lo que dejan las experiencias poco interesantes de esos amaneceres sin nada que aportar, que parecieran ya retratados en el tiempo futuro para ser devorados luego por los ojos del tiempo presente, que no merece la pena el esfuerzo de alojarlos en la memoria, que no tienen otro propósito que permanecer hundidos por siempre en las cavernas del olvido. Pero no fue esa una mañana cualquiera, fue su mañana, donde tuvo la oportunidad de mostrarse al mundo perverso y trasformarlo, y la mía porque tuve la dicha de conocerla.

Una mañana así se puede recordar infinito y celosamente guardarla entre cúmulos de tesoros personales. Una mañana así incita a la poesía, vuelve frágil los corazones, devuelve la vida a las almas que se creen moribundas, que se sienten decepcionadas.

Sin saber ciertamente si ella fue quien me encontró primero pues su mirada ya me pertenecía antes de saber que existía o querer que fuera mía, antes de poseerla. Estaba allí sin que me diera cuenta, simplemente observándome con su carita tímida y llena de alegría; era una bella espectadora. Asta que me di cuenta de su presencia al escuchar su vocecita. En ese momento el mundo que conocía desapareció. Entre tanto viaje a un mundo abstracto y superficial, utópico si se quiere, donde no éramos mas que ella y yo, solos sin que nada interviniera o nos molestara porque no podíamos ver mas allá de nuestras propias miradas, donde estábamos unidos por la fantasía del pensamiento y mi introspección momentánea, de visiones extrañas y placenteras, como soñar despierto. En mi conflicto interno no logre más que corresponder a sus dulces buenos días y divagar dentro de mí.

El cotidiano devenía a la duda y mi corazón se invadía del hechizo que menguaría en una nueva senda por recorrer, prohibida quizás, que se anhela hasta morir y que supone grandes imposiciones. Podía frenar el carruaje desbocado que corría sin control y que tenía por ventura el colapso total, y dirigido hacia un hondo precipicio. Frenarlo, pero mejor tomar las riendas; sin embargo eso tampoco era posible, simplemente no lo era…

Así los días pasan y el encantamiento permanece, cual hoguera encendida que alimentábamos sin poderla apagar. Crecía, o intentaba crecer algo que no terminábamos de entender, pues parte de esa motivación era curiosidad, era pensar que pasaría si nos atrevíamos un poco mas, si nos olvidábamos del tonto mundo perfecto de apariencias en el que vivían algunas personas aburridas.

Las calles eran cómplices de nuestros breves encuentros que no pasaban de un mero saludo y la excusa perfecta para sonreírme, y por añadidura, para hacerme sonreír sin poder evitarlo.

Luego de esa mañana el mismo episodio se repetía, agradable y largamente esperado, cada día; no dudo que el sentimiento era igual para ambos, aunque algo en mi se rehusaba con desgano, guiado quizás por mis principios, pues ella era joven e inocente, yo un simple majadero de la vida. Primero todo transcurría de forma casual, como si fuésemos victimas de algo que nos atraía, luego todo se fue dando naturalmente, sin cruzar límites, como un deseo inocente, producto de la naturaleza humana. Era un juego todo aquello, un juego trágicamente dichoso.

Todo era así, mágico, como un cuento de hadas. Asta que por alguna razón ella no estuvo mas, ya no me miraba, ya no podía verla, desapareció misteriosamente como un día apareció, como un día la encontré cuando ella ya me había encontrado. Muchos fueron los días que transcurrieron, muchos mis tontos saludos, sus bellas sonrisas, los momentos compartidos que no compartimos. Ahora solo puedo ver la imagen de su recuerdo, La duda de saber que abría pasado y que paso. Yo me pregunto a donde fue, de donde venia, cual era su nombre, por que no se despidió. Solo me queda el sentimiento de que perdí algo que no era mió pero que me pertenecía, pues me habían obsequiado una sonrisa y yo la hice mía, yo la hice mi sonrisa favorita.

Texto agregado el 15-03-2010, y leído por 115 visitantes. (1 voto)


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