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Soy el caminador, y me levanto temprano a caminar, empiezo por San Antonio porque allí vivo, atravieso las calles por los andenes como mamá me enseñó y sin pisar las tapas del alcantarillado para no despertar a los vecinos. No sé hace cuanto me gusta caminar, pero lo hago todo el tiempo, si hay mucho sol me hago en la parte donde no hay sombra porque me encanta sudar, que me haga calor. A veces salgo sin camisa, pero la policía ya me ha detenido en varias ocasiones por vago, entonces antes de salir la sumerjo en el estanque del patio y me la pongo así y me hace fresquito y es así por horas mientras se seca. Y cuando llueve camino en medio de las calles para dejar que el agua me empape hasta que la ropa me pese y entonces me siento mejor. Camino hasta al sur, paso por los centros comerciales y miro entre las vitrinas, los vestidos, los zapatos, los discos; veo las rutas de buses transitar, a veces hago un conteo mental de cuantas Ermitas me han pasado, o cuantas Pances. Si tengo amigos en algún edificio por donde paso, me quedo un rato donde ellos porque fascinan los apartamentos, y a veces jugamos Xbox, o play, y si es mujer entonces hablamos un rato, chismoseamos de la gente o lo que pueda pasar en el apartamento de una chica. La mayoría de veces aprovecho y mojo aun más la camisa, luego voy a las universidades, a todas entro menos en la Autónoma donde me lo tienen prohibido y hasta tienen un cartel con mi cara en portería para advertir a los vigilantes de mi presencia. En Univalle visito los edificios y entro a clases. Casi siempre tengo un horario variado, calculo, ingles, algebra lineal, escritores latinoamericanos, antropología de la educación, básquet, francés, Piaget, principios de economía y voy a las asambleas y si hay tropel me quedo un rato, tiro alguna piedrita y me voy. La otra universidad que me gusta es la Javeriana, pero sólo entro al Ventolini a comer un helado por que las clases son aburridas y me duermo y de pronto me sacan a patadas. Me encanta ir a Pance, pero no al pueblito porque tengo malos recuerdos, de un domingo muy lejano en el que mi primo yo nos dimos de a puñito con todos lo borrachines por unas gafas. Entonces prefiero ir al topacio, una cascad que queda antes de llegar al pueblo. Como el guardabosque nunca me deja pasar me le escurro entre la jungla en ciertas horas que ya sé que se queda viendo películas porno. Entonces me acerco a una especie de laguito que queda cerca a la caída, pues ni que fuera huevón, no es ningún chorro y si me llego a meter seguro que me mata. El agua es tan fresca, es uno de los mejores paisajes que he visto. Entonces siempre lleno una botella con esa agua pura y me la tomo con lentitud para que no se acabe. Naturalmente al llegar de nuevo a Cañasgordas ya no hay ni una gota. Cuando ya el camino se transforma en parcelas y potreros sin final, compro algo de comer en una fonda de la vía y luego tomo un bus a mi casa. También voy al norte, por la sexta y pasa por los grilles y los antros, a veces me quedo en alguno y todos envidian mi hangueo, mi flow porque soy versátil para la música, para bailarla y para escucharla porque me gustan desde los villancicos pasando por los tostados, y los estos y los otros. Entonces bailo, me acerco a las barras y le hago señas a las chicas para que me copien, y bailamos así el novio este por ahí, y entonces como bailo tan bien, se escapan de hacer fila para ver quién es la que sigue y me dan números y como no tengo celular entonces me robo una tira de papel y un bolígrafo y empiezo a anotar nombres. La mayoría de las veces salgo de la disco y boto el papel a la basura, simple cábala. Los guisitos por otra parte me miran mal, de pies a cabeza como si oliera feo o me vistiera mal, me hacen cara de pocos amigos y entonces o me voy o se arma la chupamelku, y hay golpes, sangre y heridos y yo sigo caminando. Voy hasta Vipasa y allí tengo muchos amigos y me pongo a hablar con ellos contándome esto y lo otro. Luego voy a Chipichape y me como un helado en una de las banquitas viendo a las señoritas pasar con sus bolsas de compras. Sigo por la sexta y llego a las vallas donde unos chicos cristianos gritan y bailan y también me quedo con ellos y salto y canto pero me voy cuando el pastor empieza a hablar. En Sameco descanso los pies porque me salen ampollas y me voy hacia López donde en cada cuadra hay una fiesta y un motivo para que suenen los equipos a todo volumen, y el trago, y la gente y las casas que son todas iguales y el caño que desde hace decenios prometen taparlo y hoy en día la maleza crece a su alrededor. Cuando me canso me detengo, miro un rato las luces y me voy a casa en bus. Así es, de repente me entran unas ganas enfermizas de salir a caminar Cali, y entonces hasta que no se me agota esa sed es que me detengo. Si no puedo salir porque estoy enfermo, o porque hay que cuidar a mamá, me dan unos tics, como si el cuerpo se me contrajera y me empujara hacia las aceras, si, así como los efectos secundarios de alguna droga.
Hace años una chica daba la caminata conmigo, nunca supe que era lo que le llamaba la atención, si yo o el hecho de caminar, en fin, me acompañaba casi siempre y hablábamos mientras nos íbamos por todo San Fernando hacia el sur, pero no por la quinta sino por la primera, casi por Siloe. Pasábamos por un sitio en donde se reunían unos chicos emo, cuando estaban de moda. No es que me gustará quedarme con ellos, pero de cierto modo me daban un poco de lastima, pesar, quizá rabia. A últimas cuentas reía mucho con ellos y también algunos se ofrecían a caminar, pero sólo a hasta sus casas cuando por ahí pasaba. La mayoría de las veces me juntaba con algún darketo a burlarme de ellos o planeábamos inconclusos ataques que se quedaban en el papel porque nunca les tocamos ni un pelo. En ese barrio vivía el chico que más le gustaba a ella, le encantaba pasar por su casa y quedarse un rato viendo las ventanas mientras nos tomábamos un jugo. Esa también era la casa que más me gustaba a mí, parecía de terror con la fachada pintada de un verde famélico que ya se iba extinguiendo por la lluvia y los años, la reja de entrada chirriaba con estruendo cuando alguien entraba, las ventanas republicanas dejaban ver cortinas de un color blanco. El se fue para el ejército. Después de un tiempo, nunca supe más de la chica (Sara, creo), dicen que después de unos años en Univalle se fue a la guerrilla, otros dicen que trabaja para una oficina del gobierno. De seguro que ya no camina tanto, si lo hacía era como para expurgar su pena que al fin y al cabo partió sin ni siquiera conocerle el nombre y como sombra se fue apagando hasta que ya ni siquiera fue un susurro, ni siquiera es un pensamiento que pase mucho por mi mente.
Algunos días me despierto y siento que me muero, mi mamá me dice que no es nada del otro mundo, que todos los seres humanos desde que nacemos nos empezamos a morir, entonces me tomo el pecho asustado que en ese preciso instante esté labrando mi destino que terminará en la muerte así no lo quiera. Tal vez eso es lo que hago, construyo mi propio camino a la muerte pero ni las calles, ni la ciudad me alcanzan para la inmensidad del dolor que se me aferra a todos los rincones del cuerpo empezando por la cabeza que a veces es un mar de incertidumbres que se me despejan si camino un poco. Caminar es un alivio, una paz y en mi, casi una función vital.
Hoy salgo a caminar y quiero ir a la sexta, a las luces y a la gente que baila, tomo el camino del rio y me detengo en la gruta porque se escucha un concierto. Me asomo y veo a una cantidad enorme de Punks que entran y salen a saludar y a fumar. Entro sin que me noten porque es casi un don para mi (excepto en la Autónoma donde los vigilantes ya se la han pillado), y una banda toca una canción bastante movida. Me confundo entre la gente, y voy hasta el pogo. Me meto en él sin importar los brazaletes puntiagudos, las botas asesinas, sólo me interesa la batería que avanza frenética. Alguien me empuja demasiado fuerte, yo lo localizo y cuando se da la oportunidad lo empujo con más fuerza y el ente sale disparado hacia el piso donde algunos lo agarran a patadas. El resto de la tocada de la banda nos la pasamos vigilándonos, como si cada uno se cuidara la espalda de la próxima arremetida que terminaría en más patadas e insultos. Me doy cuenta de que es una mujer, una skinhead. La banda se retira y habrá que esperar un tiempo para la otra mientras acomodan los instrumentos, por eso ponen una de Guttermouth. Ella y yo nos seguimos mirando entre los que quieren seguir pegándose, los ojos los tiene rojos, podría jurar que hasta aquí le siento el tufo a marihuana. O ha estado llorando. Me le acerco, me mira con odio y también se me acerca. Le agarro la cabeza con brusquedad y la beso, la arrastro hacia mí, siento sus senos pequeñitos contra mi pecho, ella intenta darme un rodillazo pero no me lo da, no supe si al final me correspondió el beso porque alguien me empujó con demencia, alguien intentó estrellarme una botella en el cráneo, y luego salí corriendo, atravesé el conservatorio corriendo, llegué a la segunda corriendo y luego estaban esas calles mal iluminadas y no podía dejar de llorar mientras caminaba, lloraba y caminaba y el pecho se me hacia añicos por que el corazón trastabillaba en el. Pum, pum, pum. Volteo a la izquierda cuando empieza a llover. Es raro que camine y no mire las casas a mí alrededor, los estancos, las discotecas pero todo está en silencio, como si se hubieran robado el sonido, y la lluvia no cayera a cantaros arremetiendo contra el pavimento y trayéndome ese olor, y el de tierra y pronto mis lágrimas se extinguieron por entre mis mejillas. Choco contra una pared. Lo veo y no lo creo. La lluvia mínimo me dejo ciego, o estoy de verdad en un callejón sin salida. El agua me empapa y la ropa ya me pesa cuando pienso que esto nunca me había pasado, al caminador nunca se le había acabado el camino de esta manera, era imposible que ahora que quería correr, el camino me lo negara, no era tan fácil como simplemente volver a la esquina y seguir de largo, no, el caminador jamás había abandonado su camino y todas esas ansias de querer seguir y todo ese dolor ineludible, la cabeza nublada, los músculos que se contorsionan mientras caigo y a mi alrededor se forma un charco en donde desearía que se me orinara un gato, qué sé yo. Ahora me pregunto qué va a ser de mi vida. Ω

Texto agregado el 15-03-2010, y leído por 127 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
10-06-2010 Puea a mi me ha gustado muchísimo lo que has escrito, pero mucho mucho. Y me has heccho sonreir con tu paseo, y también temblar. Coño, que escribes bien. Tal vez un poco más de orden en las líneas no estaría mal, pero es que supongo que tu paseo es tan caótico como tus palabras. Me sorprendes. Oye....que por lo visto por aquí es costumbre dejar estrellas, pues hala chico, todas pá tí. ***** atara
22-03-2010 Bueno, bueno, bueno, mi amigo.... Un relato muy singular. Me has llevado por las calles siguiéndote curioso... Escribes con un estilo personal. Me agradó leerte. Faluu
 
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