El Niño de la Araucanía
La oscuridad de la noche atrapaba el cantar de las gotas que caían sobre las hojas. El bosque se estremecía con el frío, la lluvia y el clamor del viento.
Lejos los árboles, cerca la lluvia, cantaban, rezaban y la noche escuchaba…..
Las gotas se escurrían como acaudalados ríos por la ventana; los vidrios se empañaban con una respiración monótona, melancólica, nostálgica…. Los inocentes ojos escuchaban, los castos oídos miraban….la noche cantaba….
El viento traía un aliento húmedo, con sabor a araucaria goteante de savia, y a tierra negra, cuna de vida, oprimida y remojada en las lágrimas de los pueblos que nacieron de ella y que murieron, mueren y morirán por ella.
Los ojos, los ojos que sienten y respiran el ambiente y la imaginación que rueda como las gotas por la ventana, se envuelven, se empapan de vida y de muerte…Esos son los ojos de un niño, que ya tan niño siente el rodar de la vida y el devenir de la muerte.
Rojo, rojo, roja se tiñe la flor blanca mientras su último pétalo cae blanco, puro, inocente en el vacío, y mira, mira sin pensar sintiendo la soledad prematura teñida de la roja tos, infernal, moribunda, pálida, de muerte, la muerte llega y se la lleva, a la flor, a la tos, a la madre y deja la vida, el vacío, la soledad , al niño, la nostalgia….Ahora la otra madre, la “mamadre”, su “ángel”, lo acurruca, le canta, lo abraza.
El niño, en un momento acompañado, ahora, sólo, mira por la ventana la lluvia, la vida, la tierra, la fecundidad, la soledad…
Después de tanto ver nacer ríos, las nubes se calman, dejan de llorar, el viento deja de gemir y a los árboles no mece más, y el niño tímido, pone un pie en la tierra, pone el otro pie en el bosque y de ahí su alma, no se moverá jamás, por que la naturaleza lo envolverá.
La flor, la papa, la araucaria, el escarabajo, la cebolla, el apio, la manzana, el piñón, se enredan en su espíritu, se envuelven en su imaginación; la naturaleza toda se sienta a su lado y le canta, le sopla su hálito de vida y de muerte….
En un instante siente como los árboles pasan volando a su lado, tal gaviotas por el aire; las hojas amarillentas, caídas, lloradas, crujen a su paso, a su correr…. Corre el niño, por la senda de la vida, por el bosque de la novena araucanía, escapándose de la alegría, buscando la melancolía….
Agotado de escapar, de buscar y no encontrar, la naturaleza le abre su alma, le muestra sus secretos; en ella ve a una niña, coqueta, sonriente; ve a dos niñas, amorosas, ardientes; ve a tres niñas, la tercera, tan hermosa, tan generosa, tan atrayente, que sin siquiera pensarlo, su sensible y romántico ser se enamora perdidamente…..y sería con quien su vida y su muerte pasaría eternamente…
Luego ve a lo lejos, a un viejo, con un podrido traje, comiendo piñón con manos oscuras y falta de alimentación. Era un hombre, más bien una isla, en un bosque de placeres, pobreza, injusticia, dolor, amor, riqueza; vestido de negro, pintado de negro…. Su alma impura, atada a la vida, se veía en sus ojos de residente en la tierra y olía a muerte y azucena, a noche y día, a sueños y profecías, a cien y veinte poemas, a furias y penas; el alma del leñador despierto, a eso olía.
El sudor le corría por su frente como las gotas insistentes de lluvia de la región. Las gotas de la frente le corrían audaces como un caudaloso río por la imaginación, ¡Inagotable era el agua de su fuente!
Se acercó un poco más el taciturno y tímido niño, y vio que la pierna del viejo estaba atada a unas cadenas de las que se desprendía un ancla y de su chaqueta de exilio y a la vez de clandestino escondido en el bosque, brillaba la figura de un barco con las velas al viento, flotando en el negro marino de su vestimenta, que le hizo recordar cuando en sus sueños escuchaba el canto de la gaviotas y el choque del mar contra las rocas…
Mientras que el niño soñaba, más y más el viejo pesimista se angustiaba al no poder abrir su piñón y dándose cuenta de la presencia del niño, lo llamó, pero éste asustado se apartó. Entonces, el viejo de su asiento se paró y asiendo al niño del brazo, lo remeció. El inocente, asustado de crecer, trató de huir de los brazos del anciano fatigado, pero no pudo….
….A lo lejos escuchaba la balada de las niñas amadas que se iban con el viento….
Mientras que el viejo lo sujetaba con más fuerza, sentía cómo la negrura de su piel le invadía el cuerpo entero y se comía su interior, formando una masa amorfa que absorbía el vacío y le cantaba a la muerte, atrayendo el dolor, consumiendo la vida….
Del cielo surgió un clamor y de la tierra un temblor, los ojos se ataron y perdieron su color. El niño sentía como su corazón se oprimía y su vida a la del viejo se unía. Y sus ojos veían como la boca del negro capitán navegante de la muerte y de la melancolía, se abría y sus oídos pudieron escuchar, por última vez el aliento de sus vidas que gritaron:
- ¡¡ Confieso que he vivido, porque he muerto!!
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