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Fabiolo tiene un gran poder de sugestión sobre las demás personas; cada vez que llega a un lugar es observado, piensan que va a robar algo, atacar a alguien ó sienten miedo de manera indeterminada.”Debe ser pato malo este culiao, tiene toda la pinta”. Y se alejan de él, de manera disimulada y a veces no tanto. Fabiolo solamente mira y sonríe, mueve nerviosamente sus manos y se ordena el pelo, en un gesto habitual, que lo tranquiliza, en medio de tanta gente. “Seguro quieren conversar conmigo, pero no se atreven, una vez salí en un reportaje en la tele”. Cierta vez trató de conseguir trabajo de vendedor, pero ni siquiera fue aceptado para una entrevista. Generalmente vendía cigarrillos en su casa, revistas usadas, y hasta comida. Había podido salir un rato, en un descuido de sus tías. Ahora deambulaba errático por las calles aledañas a la Avenida Vicuña Mackenna. Miró hacia las alturas, “que lindo, una vez cuando era chico, mi mamá me llevó a pasear en metro”. La mujer a la cual iba dirigida este recuerdo desapareció rápidamente, temiendo ser asaltada. En esa época su madre era aún joven y buscaba la felicidad. “Mamá, mamá, mira ahí viene, está nuevito”, subió contento, saltó arriba de los asientos duros y brillantes. Poquísima gente viajaba, según su madre por ser un medio de transporte caro e inútil, ya que prestaba servicio solamente en dos grandes avenidas de la capital. Despertó de sus felices evocaciones y trotó torpemente hasta la boletería de la estación. “¿Señor, me deja pasar?, no tengo plata”. El guardia no le contestó, solamente le hizo un gesto con la cabeza. Fabiolo bajó al andén cómo un gladiador a la arena del Coliseo; valiente y digno, pero con miedo a los cientos de ojos que lo observarían. Entró al carro, maremágnum de metal y plástico, lleno de flotantes e inasibles deseos, reflejados en miradas lánguidas y cansadas; mar tempestuoso de humanidades, pero calmo en su igualdad de incomodidad y calor.
“Hola, me llamo Fabiolo, hacía harto tiempo que no andaba en metro, en mi casa dicen que es peligroso, que me pueden cogotear, pero no tengo nada que puedan quitarme, eso sí, los doctores me dicen que lo peligroso es lo que hay dentro de mi cabeza”. Un hombre lo miró hosco y le espetó groseramente “ya güeón, qué vai a pedir ahora ó vai a contar que tu casa se quemó y tu hermano tiene cáncer”. Fabiolo lo miró con una sonrisa desprovista de toda malicia “no señor, no pido nada, tengo de todo en mi casa, me dan comida, cantamos y hasta bailo con mi radio portátil, cuando tengo pilas para ponerle, y mi casa no se quema, porque no se permiten fósforos ni encendedores, aunque cuando no me miran igual prendo un cigarro escondido al fondo del patio”. Avanzó hacia el final del carro, para huir de la sonrisa macabra de una persona que lo mira cómo quien mira un espectáculo de fenómenos.
“Señorita, disculpe, es usted muy linda, si hasta parece de esas niñas que salen en la tele bailando”. La joven mujer lo miró con repulsión, vio la pobreza de sus ropas, sus manos sucias de niño abandonado y su pelo opaco; “córrete flaite culiao”. Trató de avanzar por entre la aglomeración, más bien semejaba un pececillo nadando en aceite, ahogándose en un medio natural que le era extraño. Quedó atrapado entre la puerta y el cuerpo tibio y cercano de una mujer de medianamente joven; podía hasta sentir los latidos de ella y los propios también, acelerados al máximo y deseó apoyar su cabeza sobre el hombro de la mujer, pero un presentimiento admonitorio se lo impidió. Sintió en su interior un temblor y un deseo idénticos a lo que sentía en las noches al ver mujeres con poca ropa en los programas nocturnos del canal católico, cuando tocaba sus partes prohibidas de disimulada manera, para que sus tías no lo castigaran, por pajero, cómo solían decirle.”No te toques el pene, Fabiolo, si te lo sigues tocando, nunca te vas a mejorar”. Sentía cada vez más angustia y deseos de apretarse a la mujer. Todo su ser jadeaba silenciosamente, convertido en un amasijo de deseos largamente reprimidos. Su naturaleza masculina triunfó y se apegó a las caderas anchas de la mujer, la que no pudo moverse, debido a las consecuencias de la hora Peak. Notó que su virilidad despertó de natural y vivaz manera; tuvo miedo y alegría. Recordó su niñez y la desnudez inocente de sus vecinas jugando a bañarse en el grifo de la esquina de su calle. Se dio cuenta que tocar un cuerpo y tocar el suyo no era malo, en realidad era mejor que tocarse a solas en el baño o bajo las sábanas. Sintió un estallido de placer en su cuerpo y en su corazón; sintió su pantalón mojado y pegajoso. Se abrieron las puertas del carro y la manada avanzó a empujones por la pradera de baldosas lisas. La mujer también bajó, sin siquiera mirarlo, Fabiolo la siguió con la mirada, creyendo que se había enamorado por primera vez en su vida.
http://blogdeltiempoqueseva.blogspot.com

Texto agregado el 14-03-2010, y leído por 120 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
14-03-2010 Muy bien escrito. malaya
 
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