Mientras miraba por su ventana las húmedas calles céntricas, pensaba que seguramente la cafeína era la culpable del arrebato de sus dedos sobre las teclas al escribir seriamente esa carta de despedida. Tantas veces adios, tantas veces anudarse esa corbata para no llorar.
Volvia a sacarse el lapicero de la boca, y le daba vueltas como a una trasparente marioneta de ella, dibujaba su silueta en el aire, y la clavaba en silencio. Solo el teclado bañado en café hizo que despertara de su mundillo lleno de ojos verdes que prometian no dejarle, que prometian no decir adios una vez mas. Pero lo hizo.
Miro a su alrededor. Teclado, gafas, cámara, celular, agenda y papeles con números. Todo absolutamente fuera de su sitio. Todo cambiado. Miro de nuevo por la ventana y se quejó del tráfico, del smog y de la luna que ya iba apareciendo entre dos nubes desatinadas. Apoyo los codos con esa impecable camisa blanca encima de la cornisa y se prendio un puro. Volvio a mirar la mesa del escritorio (sobre la cual tantas veces habian hecho el amor) y se lamentó haber sido tan poco perseverante cada vez que ella le pedia mas tiempo.
Se sentó de nuevo, decidido a terminar la carta. Pero su mirada se topo con esa sepia mirada estampada en una foto clásica. Mirada que tantas veces le habia abandonado, mirada que tan tiernamente le habia acompañado por mas de cuatro decadas. Ajusto el nudo de la corbata una vez mas. Apagó el computador.

Platinados cabellos se confundian entre el mar rojo de ese escritorio lleno de cafe, llanto y recuerdos.