La reunión de los desadaptados
Era casi la hora señalada y la sala se fue llenando de la muchedumbre.
Ellos, uno a uno fueron ocupando los asientos. Adelante, los más habladores, o los que buscan hacerse notar; atrás, muy atrás, los que a pesar de sentirse protegidos, buscaban no ser notados.
El encargado de la recepción era quien les habla. Este compromiso lo tomé porque sabía como hablarle a cada uno de ellos. No por algo era el más observador de todos. Entendía cada una de sus manías y cada una de sus reacciones. Los estudiaba a todos, también a los de afuera.
Una vez que verifiqué que todos habían llegado, di pié a la reunión de la logia.
“Queridos señores, doy muy buenas noches a todos.
Aprovecho la oportunidad para felicitarlos por su extraordinaria puntualidad.
Como sabrán el motivo de esta reunión es, simple y llanamente, encontrar una manera para vivir o convivir en extraordinaria gracia con los demás. Para ello desearía la participación de cada uno de ustedes, porque lo de hoy es una decisión muy importante en nuestras vidas.
Como verán, cada uno de nosotros tenemos una peculiaridad que no es muy grata para el común. Nuestras manías, actitudes o complejos resultan intolerables para el resto de los habitantes, llegando muchas veces al grado de sufrir agresiones y represión”.
- Esos malditos, nos agraden sin ninguna razón - dijo el travesti.
- Pues la razón es que eres un cínico – habló el drogadicto.
- Es cierto. Andas por la calle luciendo esos senos postizos. Por tu culpa, a mi también me agreden - habló más fuerte el homosexual.
“Tranquilos señores, que no hemos venido a censurarnos. Les vuelvo a repetir que la intención de esta reunión es la convivencia armoniosa”. Les dije.
- Creo que la solución sería crear una aldea - dijo la lesbiana
- Claro, solo nosotros podemos tolerarnos de la mejor manera - opinó el alcohólico.
El cuchicheo comenzó a tomar cuerpo en el lugar. Todos fueron hablando a su modo.
La idea no era mala y más bien gustaba a la mayoría. En sus caras se fue notando un brillo de felicidad. Parecía como si ya estuviésemos en esa aldea, viviendo con nuestras adicciones, traumas o manías. Ya no había discusiones sino acuerdos, no eran diferencias, sino aclaraciones.
Una aldea, una dirección, derechos, y obligaciones. Todo para quienes nos sentíamos ajenos a la sociedad. Un orden para los desordenados. Un albergue para los incomprendidos.
Tomé de nuevo la palabra ya para formalizar lo acordado. Fui dirigiéndome a cada uno de los allí presentes.
La reunión se mostraba mejor de lo que esperaba. Esto es, sin imaginar lo que se estaba armando a las afueras.
Estábamos tan complacidos en nuestras palabras que no nos dimos cuenta de la bulla de afuera.
Allá en el césped del jardín, otra logia se fue reuniendo. El grupo opositor, el de los normales, se fue armando.
Una vez que tuvieron mayoría, gritaron he insultaron como siempre. Nosotros guardamos silencio y procuramos no discutir.
De pronto, uno de los presentes se percató del humo que fue cubriendo el lugar. Esos malditos nos habían encerrado y arrojado fuego en la puerta principal.
Pero, ¿Quién fue el delator? ¿Quién informó, que estábamos reunidos?
La confraternidad en el interior se rompió a raíz de la duda. Uno a uno se fueron echando culpas, insultándose y escupiéndose. No buscaban una salida a esa situación. Estábamos acorralados, cercados por así decirlo y con una llama amenazadora que nos iba asfixiando poco a poco.
En medio de esto, al fondo, en un rincón, agazapado en lo más profundo de sus miedos, el chismoso se fue dando cuenta de lo grave que era su manía.
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